Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

“No perdáis vuestra parresía”: entre la valentía y el miedo


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Releyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles esta Pascua, he recordado una reseña que leí el año pasado sobre el último libro de Judith Butler titulado ‘Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy’. Dedica un capítulo a la parresía, partiendo de este concepto central en el pensamiento de Michel Foucault.



En el Nuevo Testamento se suele traducir por valentía, libertad, audacia, confianza. Aunque realmente no hay una palabra en castellano que exprese plenamente la fuerza que encierra: ¡Vivir así es uno de los rasgos propios de quien sigue a Jesús y se deja llevar por el Espíritu! Creo que vemos bien reflejados los 3 rasgos definitorios de parresía que destaca Foucault, en los apóstoles, en las primeras comunidades, tantos hombres y mujeres anónimos a lo largo de la historia:

  • Quien tiene parresía tiene la intención clara de decir la verdad. Esta verdad, siendo indispensable, no es decisiva; la clave está en el vínculo franco e íntimo entre la persona y la verdad que enarbola. Si no estás dispuesto a pagar con tu vida, no es parresía (en forma de daño físico, segregación social, rechazo, difamación, pérdida de popularidad, exilio…)
  • Siempre es peligrosa, siempre supone un riesgo y deja a la persona expuesta en una vulnerable inferioridad frente al otro. Es más, si no fuera así, no podríamos hablar de parresía sino de simple franqueza o valentía.
  • Pide una dosis de fortaleza, coraje y ánimo, sin la cual sería imposible vivirlo. La posibilidad de que aquel al que se dirige la parresía responda con ira, enfado o violencia, es enorme.

Foucault lo ejemplifica así: “un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es molesta y desagradable, porque la tiranía es incompatible con la justicia”. Porque “solo quienes están bajo el poder de otros pueden embarcarse en la parresía”. El rey o el tirano, dice Foucault, no arriesgan nunca nada y, por eso, jamás serán ‘parresiastés’.

Redes de solidaridad

Y una de las novedades de Judith Butler es que propone atribuir la parresía no solo a un individuo sino a una colectividad, tomando la forma de “resistencia”, de “redes de solidaridad”. Lo aplica en el momento actual a la situación de tantos emigrantes, refugiados, grupos sociales estigmatizados y a cuantos son capaces de dar la cara por ellos.

Me parece esperanzador que se abra una vía de parresía para quienes individualmente no somos tan valientes o tan capaces de asumir el castigo y el rechazo, porque juntos podemos adentrarnos por el camino de hacernos fuertes unos con otros frente a quienes nos persiguen, nos dañan, nos critican, nos mienten, nos ningunean. Son los mismos que dirán que nuestra parresía es soberbia o egoísmo, o ganas de dañar “el orden común”… y se equivocan. Es horizonte común con quienes compartes una misma esperanza. Porque cuando no tienes mucho que perder, ganas en libertad para clamar por otros, para arriesgar, para denunciar y decir lo que muchos ven y nadie se atreve a decir, para esperar contra toda esperanza.

No hay parresía posible sin cierto temor, porque ni siquiera sería necesaria. Si no sentimos miedo cuando sabemos que probablemente no nos escucharán o sufriremos rechazo o algún modo de violencia a nuestra verdad vital, seríamos unos inconscientes. Quien vive con parresía tiene miedo pero es mayor la pasión y el coraje que le mueve, la honestidad con la que quiere vivir. No proclamamos la verdad que nos va a complicar la vida porque algo vaya a mejorar o porque así el poderoso de turno vaya a enmendarse. No. Vivimos con parresía porque si no lo hiciéramos no podríamos respirar ni mirarnos al espejo con calma. Quizá la cuestión no es tanto que nos falte valor para ser audazmente libres, sino que vivimos de tal forma y arriesgamos tan poco por casi nada, que apenas tenemos motivos para temer nada serio.

Ángel González lo dice mucho mejor que yo:

Hay que ser muy valiente para vivir con miedo.
Contra lo que se cree comúnmente,
no es siempre el miedo asunto de cobardes.
Para vivir muerto de miedo,
hace falta, en efecto, muchísimo valor.

O si prefieren: hay que acoger mucho el don del Espíritu para soportar vivir con miedo; para vivir muerto de miedo con dignidad, hace falta mucho valor, mucha parresía, mucha unción del Espíritu Santo que suplicamos recibir.

En definitiva: “No perdáis vuestra parresía, que lleva consigo un gran don” (Hb 10,35). El mayor de los dones: el Espíritu Santo.