“¡No seamos un grupo estufa!”


Compartir

Hace escasos días escribía Fernando Vidal en Vida Nueva, con su lucidez habitual, sobre “el gnosticismo del minigrupo” en relación con las comunidades de fe que se crean en diferentes círculos. Ofrecía cuatro claves que, a mi modo de ver, encajan perfectamente con la realidad: hace perder vinculación con ámbitos mayores; producen homogeneización, pues suelen ser gente parecida o, con el tiempo, se igualan; el fin acaba siendo sentirse bien y es fácil caer en el conformismo; y deja entrar pocos desafíos, desincentivando la creativa y, por ende, se tiende al grupo terapéutico. Pero Dios no cabe en un minigrupo.



La pastoral juvenil, en concreto, ha sido durante muchos años uno de los espacios donde el anhelo de comunidad se ha traducido en caminos de fe y escucha. A veces torpemente y otras veces con grandeza, pero siempre con una noble intención. Lo que no se puede confundir es la nostalgia de Dios con la necesidad de grupo ni con el simple deseo de pertenecer “a algo”. En muchas ocasiones asistimos a cómo nuestros grupos juveniles están dejando de ser comunidades orantes y evangelizadoras para convertirse en grupos cerrados donde solo importa el estilo compartido. El papa Francisco lo dijo en la JMJ 2023: “¡No seamos un grupo estufa!”.

Creatividad apostólica

La tendencia al aislamiento con el resto nos lleva a desvirtuar la universalidad de la Iglesia y a ser un círculo de desahogo en lugar de comunidad orante. Todo se vuelve autorreferencial, gestión emocional, palabras bonitas, pero sin riesgo ni creatividad apostólica. Y la fe, entonces, ya no empuja a la misión, sino a una espiritualidad confinada y dulzona.

JMJ_Lisboa_2

Conversando con un jesuita salían tres horizontes que no son nuevos, pero sí necesarios. El primero es menos espectáculo y más oración: las vigilias de guitarra y cerveza tienen su lugar, pero no deben ser el centro. La fe que sobrevive a la vida adulta no es la que entretuvo, sino la que aprendió a sufrir en silencio, a contemplar y a esperar. El segundo es menos pertenencia al grupo estufa y más a la comunidad eclesial: el reto de la pastoral juvenil pasa por ser un lugar de acogida, abierto y que no gire sobre sí mismo. Y el tercer horizonte es menos líderes carismáticos y más referentes sabios: hemos canonizado al joven que dinamiza y habla de Dios en redes sociales, pero la pastoral juvenil debe ser el lugar donde se enseñe que la fe no es solo para los días soleados y que a veces creer es quedarse sin respuestas, pero con Dios.