Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

No hacer nido en cosa ajena o pasar de pantalla: la Ascensión


Compartir

Llevamos dos semanas de la mano de Juan 14-17 preparándonos para terminar la Pascua, dejar “marchar” al Resucitado y acoger al Espíritu Santo en Pentecostés. Este discurso íntimo, –a pecho descubierto– de Jesús a sus amigos en la noche más difícil de su vida es un testamento vital, toda una declaración de intenciones. Amaos, permaneced y no tengáis miedo.



Sobre el arte de permanecer y vivir ya dijimos algo. Hoy, ya en puertas de la Ascensión, pensaba que amar y permanecer tampoco es siempre tan claro. ¿Nunca habéis confundido ser fieles a quien amáis con anular vuestra capacidad crítica? ¿No habéis sentido nunca que se mezclaba peligrosamente el deseo de estar con alguien y el abandono en una peligrosa y sutil dependencia? Creo que Jesús sí. Por eso junto al amor siempre suele hablarnos de la verdad.

Retomando el lenguaje de la vid, permanecer con amor y verdad es un intercambio vivo de savia y de fruto, cada cual según es. Sin verdad, permanecer y amar se asemeja más a un parásito cualquiera: parece que están unidos, pero en realidad uno vive a costa del otro, se alimenta de él a medida que lo va empobreciendo y enfermando. El sarmiento no crece a costa de “chupar” vida a la vid porque en ello les va la vida a ambos. Me contaban del ‘Xylotrechus’, un bicho que ataca la cepa de un modo curioso: hace un orificio de entrada y otro de salida, como si ya se hubiera ido. El problema es que pone los huevos dentro y casi sin darnos cuenta obstruyen el paso de la savia. Son como un ‘trombo interior’ y si solo atendemos a los agujeros externos, dejamos las larvas creciendo dentro. Otro modo de confundir amor y cuidado con falta de lucidez y decisión para limpiar a tiempo, sin dejar que anide dentro nada que no me sea propio.

La consolación

Del otro lado estaría la tentación de hacer nido en cosa ajena. Algunos habréis recordado directamente la expresión ignaciana de los Ejercicios, explicando una de las causas por las que podemos sentir desolación:

“Para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor, y porque en cosa ajena no pongamos nido…” (322).

No pretendo analizar ahora la consolación en Ignacio. Solo me ha ayudado a entender que quizá Jesús también hizo esta experiencia: ya desde la última Cena comenzó a hacerse consciente de que tocaba despedirse, desprenderse… Y por eso puede irnos preparando para que tampoco nosotros hagamos nido en cosa ajena. Para que no tengamos miedo de saltar cuando corresponda y “pasar de pantalla”.

Da vértigo porque la “pantalla” que ya controlamos nos gusta, lo hacemos bien o eso nos parece; y pasar a la siguiente supone nueva dificultad, nuevo no saber, nuevo no ser nosotros el centro. Jesús sabe de qué habla porque lo ha vivido antes que nosotros. No deja de amarnos; no nos deja solos; pero sabe que tiene que irse. Sabe que, a veces, permanecer o quedarse es no crecer. Y aunque sea más cómodo y una punzada en el estómago quiera que nos quedemos, la verdad del buen Espíritu nos dice por dentro otra cosa. Jesús no hizo nido en cosa ajena. Supo irse para poder seguir siendo quien es y no dejarnos solos. Toca pasar de pantalla… Toca no hacer nido en cosa ajena, como Él. Y ascender. Sin miedo.