Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Permanecer: nos va la vida en ello


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He crecido entre fogones, mesas de bar y olor a restaurante. Después llegaron las viñas familiares y patear terruños (no mucho, ya me pilló casi fuera de casa) y disfrutar con el vino y todo el proceso que conlleva.



Imagino que cuando Jesús ponía ejemplos tan concretos es porque observaba, escuchaba y aprendía de quienes sabían de dicha tarea: remendar paños antiguos, poner levadura justa en la masa, saber cómo echar la red de pesca, cuidar ovejas, sembrar el grano, podar la vid… En algunas habría participado él; en otras, simplemente, tendría gente cercana de la que aprender.

Por eso, mi oración de hoy ha sido Jn 15 y hablar con mi hermano Pedro, que trabaja en las bodegas. Puede que yo sepa algo más de teología y biblia que él, pero de cepas, podas y sarmientos, no. Según la RAE, permanecer implica “mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad por un tiempo”. Así que, definitivamente, no es el mejor verbo español para traducir el ‘ménein’ griego de Juan, que conlleva relación, dinamismo, mutualidad; en ningún caso implica algo estático. Que me corrija algún biblista, si no es así. Así que pedí a mi hermano que me hablara de la relación entre la vid y el sarmiento, la savia, los brotes y las podas. Y creo que por esta vía lo he entendido algo mejor.

“Parada vegetativa”

Lo primero que me dijo es que la viña tiene su propio ciclo vital, es un ser vivo. Por tanto, está en continuo movimiento, no hay medidas exactas, no todo es previsible. ¡Así es la vida! Incluso en las heladas de invierno, cuando parece que están muertas, solo están dormidas. Lo llaman “parada vegetativa” porque tras la vendimia la vid ha quedado agotada. Por eso se poda en invierno, cuando la naturaleza -tan sabia- deja de “bombear”; como cuando nosotros cortamos el agua en plena helada para que las tuberías no revienten todo el sistema.

Así, que podar no es un castigo al sarmiento seco o un “mal menor” que tenemos que sufrir en nuestra vida espiritual. ¡No! Para los viñadores podar es un arte y solo lo hace bien quien sabe interpretar qué está viviendo la viña y qué atención y cariño requiere en cada momento. Es el arte de cuidar y proteger. Si podas mal, puedes matar la planta entera; si no podas nada, el deterioro será imparable. Sin la vid, sin el tronco de la vida, nada puede hacer un sarmiento; pero sin sarmiento, la cepa solo sería una bonita planta que no da fruto. Es cierto que no todo sarmiento da fruto; pero es seguro que no hay fruto sin sarmiento previo. Hasta ese punto somos importantes.

Y me ha dado por pensar que esto de “permanecer” es todo menos estático. Y he pensado cuántas veces me han dicho o he dicho yo a otros que “quedarse” en un lugar o situación tiene valor por sí mismo. Y no siempre he sabido ver que lo que Jesús nos pide es vivir y dar vida. Que no estamos llamados a permanecer en un organismo muerto ni en una situación neutra, sino con quien compartimos vida y savia. Como un proceso pascual de muerte y resurrección mutua. Y si no hay vida en movimiento (aunque sea invierno), nuestra entrega podrá ser sacrificial, será un holocausto… pero no será Pascual.

Odre vino

“Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. Vale que el viñador pida al sarmiento que no se separe de la vid; pero, ¿dónde se ha visto que el tronco de la vid y su savia se comprometan a permanecer en el sarmiento? Nuestros destinos ya son inseparables: si uno crece, el otro crece; si uno muere, el otro muere con El. Nos va la vida en ello. A Él y a nosotros. Tener vida y vida en abundancia será ahora el criterio para discernir cómo, cuándo y dónde permanecer.

Igual otro día os cuento algo sobre un bicho muy curioso llamado Xylotrechus (que obstruye el paso de la savia) o de espergurar (dejar solo algunos brotes y eliminar otros para que la cantidad primer sobre la calidad) o los clareos (quitar parte de los racimos jóvenes antes de la vendimia) o que la viña llora al salir de su letargo invernal. Porque es increíble hasta qué punto nos parecemos los seres vivos en nuestros procesos. Jesús debía saberlo.