Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Ninguna violencia en nombre de Dios


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Hasta poco que conozco a Josefina Bakhita, la “hermana morena universal”. Fue por casualidad. Una tarde de verano, haciendo tiempo en la casa de una amiga, por acompañar a su madre viendo la tele me dispuse a “tragar” una “vida de santos”. Solo era eso. Hacer tiempo y ser delicada con la señora Carmen. Pero a medida que iba pasando la película, esta mujer, de esta esclava vulnerable y vulnerada hasta la crueldad, me fue ganando la atención y el corazón.



Desde niña la arrebataron todo, hasta el nombre o el recuerdo de dónde había nacido. Bakhita –“afortunada”-– se lo pusieron sus raptores, sus amos esclavistas. Sufrió violencia y torturas de todo tipo. Una dosis de sufrimiento que pocas personas podrían soportar. Yo, al menos, no creo que lo hubiera soportado.

Porque no se trata solo de aguantar o sobrevivir al mal que recibes. Se trata de sufrir sin victimizarte, sin generar más violencia, sin dejarte atrapar por una indefensión que de permiso a cualquiera para que te siga maltratando –incluido tú mismo-. Se trata de vivir el milagro de no creerte que vales tan poco como tus agresores piensan. Se trata de no renunciar a tu dignidad sin que anide en ti la rabia o la venganza. Por eso me impactó tanto esta mujer sudanesa.

Sería gracias a la familia Michieli, los quintos “amos” que la “tuvieron”, como conoce a Dios y entiende que “Él había permanecido en su corazón siempre”, aunque no sabía que la fuerza provenía de esa presencia. Tiempo después, junto a Minnina, la hija de la familia Micheli, entrarían en el Noviciado de las Hijas de la Caridad Canossianas en Venecia.

Las palabras de Benedicto XVI

Hoy Bakhita lidera y visibiliza la lucha contra la Trata de Personas en todo el mundo. Ella no liberó a nadie, que sepamos. No hizo campaña contra ninguna injusticia. Simplemente vivió con sencillez llevando a cabo las tareas caseras que le eran propias. Pero la gente se sentía bien a su lado. Percibían su calidez, su serenidad, su alegría. Supongo que todos percibimos dónde y con quién nos sentimos tratados con dignidad, con respeto, con cariño. Sin duda, hay muchas otras víctimas que sentirán que su modo de responder a la llamada de Dios y al sufrimiento vivido es denunciar, luchar, hablar. Tan bueno es un camino como el otro. Lo importante está en otro lugar.

Cuando Benedicto XVI habló de ella como ejemplo de esperanza dijo entre otras cosas:

“Bakhita solo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un ‘Paron’ por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el ‘Paron’ supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada (…) Este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba ‘a la derecha de Dios Padre’. En este momento tuvo ‘esperanza’; no solo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”.

Día de Santa Bakhita

Aquí está la clave. Creo yo. Y aquí podemos reconocernos todos los que alguna vez hemos sufrido algún desprecio, algún maltrato, algún dolor. Todas las víctimas. Especialmente quienes no son escuchados, quienes son ridiculizados o señalados por pedir justicia y reparación. O quienes, como decía Bakhita, también alguna vez nos hemos creído ‘dueños’ de otro y no hemos sabido aprovechar las oportunidades de cambio y reconciliación porque pesaba más nuestro orgullo o nuestra inseguridad… quién sabe.

Hay Uno que nos conoce y nos quiere. Y nos espera. Y desde Él no hay palabra ni abuso ni gesto de dolor que pueda darse por bueno ni justificarse. Nunca. En nombre de nada. Mucho menos en nombre de Dios. Que no se nos olvide.