Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Mi talón de Aquiles


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Cuando estrenamos zapatos o al cambiar de temporada es frecuente esa pequeña herida o rozadura en el talón. Es una herida minúscula, normalmente, y a la vez mayúsculamente molesta. Hace poco disfruté de una celebración especial y por lo que vi, no era yo la única que iba con la herida en el talón, deseando quitarme los zapatos. Me pareció curioso ver tanta inversión en peluquería, diseño, restaurante, vestuario… ¡y luego no poder caminar bien por una rozadura en el talón que consigue un malestar general!



Y pensé que Aquiles, nuestro héroe griego, me entendería muy bien, y yo a él. Hay varias versiones mitológicas para explicar qué le ocurrió. Aquiles era hijo del rey Peleo (humano) y de Tetis, diosa griega del mar. Zeus, padre de Tetis, estaba temeroso porque una antigua profecía había pronosticado que el hijo de la diosa Tetis tendría un poder tan grande que superaría a todos los dioses. Para evitarlo, hizo que se casara con un humano mortal, el rey Peleo. Al nacer Aquiles, su madre, deseosa de lograr la inmortalidad divina para su hijo, lo sumergió en el río Estigia. Para ello, sostuvo al niño del talón, evitando que le arrastrara la corriente, lo que hizo que, finalmente, ese fuera el único punto vulnerable y débil de nuestro héroe.

El de los pies ligeros

Aquiles, de sobrenombre “el de los pies ligeros” por su velocidad innata, representa muy bien esta doble mirada de nuestros puntos flacos: su talón es la parte por la que pueden herirle (hasta la muerte) y a la vez es esencial para cumplir su don más celebrado.

A veces dedicamos tiempo y medios a conocernos, a meditar, a descansar, a prepararnos y madurar en la vida. Y lo hacemos a lo grande, ante decisiones fundamentales de nuestra vida o eventos especiales. Pero con frecuencia creo que desatendemos el pequeño talón, las pequeñas debilidades o zonas vulnerables que aparentemente no son determinantes para la vida… pero lo acaban siendo. Como una rozadura de zapato nuevo en medio de una gran fiesta.

pierna

Cada vez que sientas el mordisco de la rozadura en el talón, que te impide apoyar bien el pie en el suelo, caminar, correr, sostenerte… recuerda que algo tan pequeño y aparentemente inocuo, puede ser la puerta de entrada a tu mayor debilidad. Igual has cuidado una dieta sana, has hecho deporte para fortalecer los músculos, has entrenado… y una gran carrera se ve frustrada por una inapreciable herida en el talón.

Otra opción es convencerte de que tú no tienes eso: que no tienes una debilidad especial (experiencia vivida, relación, inclinación, forma de ser…) o que puedes ocultarlo de tal forma que nadie se de cuenta. Creo que es un engaño. No solo de cara a los demás sino respecto de ti mismo: porque quizá consigas olvidarte de tu talón pero al mismo tiempo conseguirás anular tu don más preciado. Recuerda a Aquiles: su talón no era su gloria pero sin él, jamás hubiera sido reconocido como “el de los pies ligeros”.