Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Las pequeñas perlas de cada día


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Dios se hace presente en lo cotidiano con pequeños milagros y coincidencias que no debemos dejar pasar, ya que no son tal, sino vórtices divinos por donde despliega su Gracia y presencia para alimentar nuestra fe, expresarnos su amor y fortalecernos en la adversidad.



Asimismo, si la dureza de corazón no nos deja contemplar este concierto amoroso que se orquesta en forma personalísima para cada uno de nosotros, Dios pide ayuda a la Virgen María como perfecta cómplice de esta preciosa misión. En definitiva, cielo y suelo están interconectados permanentemente con infinitas diosidencias que podemos obviar u objetar por el escepticismo reinante, o empezar a descubrir y gozar para sentirnos profundamente acompañados, amados, vistos y cuidados por toda la corte celestial.

Intervenciones divinas

¿Qué son las diosidencias? Esta palabra representa fielmente, desde una mirada de fe, las pequeñas intervenciones divinas que muchas veces experimentamos en forma inconsciente, pero que nos conducen precisamente a una situación virtuosa que no esperábamos. Que justo nos llega un mensaje que nos hace sentido; que nos encontremos con alguien que necesitamos, que suene una canción en la radio que resuena en el corazón; que nos llame una persona en particular; que conozcamos un lugar que evoca un sentimiento especial; que nos quedamos atrás en un viaje y eso nos permite una experiencia única… Son como excusas del cielo para llevarnos a donde Dios quiere expresarnos una gracia y darnos un regalo. Es una intersección de circunstancias donde todo fluye a nuestro favor e, inevitablemente, se siente que estás frente a un misterio que no se explica con la sola razón o el mero azar; estas solo llegan a una sola región de la realidad, como afirmaba el físico teórico y Premio Nobel W. Heinsenberg.

Si todos estos pequeños milagros se dan sin que los pidamos, cuánto más se pueden dar si comenzamos a orar con devoción, cariño y confianza a Dios y a la Virgen para que intercedan a nuestro favor. Así, las circunstancias dolorosas que nos debilitan cada día, con la ayuda sobrenatural, pueden comenzar a recubrirse de un sentido nuevo. Capa por capa, la oración y la nueva visión frente al sufrimiento van convirtiendo la “arena” que entró a nuestra vida en una preciosa perla, en una infinita oportunidad de diosidencias donde Dios nos va permitiendo establecer nuevos vínculos de amor.

Potenciar lo que somos

Justo una persona me conduce a un mejor doctor; precisamente, una tristeza me lleva a una nueva amistad que me reconforta el corazón; un fracaso laboral me permite emprender una mejor opción… Y así, de todo lo que aparentemente provoca dolor, se logra sacar el bien que trae oculto, para potenciar lo que somos y nuestra misión.

Si Dios es como un sol de chocolate que se derrite ante nuestras necesidades y aflicción, aún más llana a nuestras oraciones es la madre de Dios. Pedirle a ella que transforme nuestras piedras en perlas es la mejor decisión que podemos tomar. Llevarla en una medalla, en un rosario, en una figura o tenerla en un altar en el hogar nos puede ayudar a recordar su disponibilidad y acudir a ella con mucha más regularidad. No es un cuento ni una figura histórica que recordar; es la que mejor “entrenamiento” tiene para viajar entre el cielo y el suelo y hacerse presente y visible para la humanidad. Su amor por nosotros es tan grande que no “se aguanta” de manifestarse y, por eso, aunque nuestro vínculo con ella no sea lo perfecto que quisiéramos, tengamos la certeza que no nos juzga y que solo nos espera ansiosa para podernos acunar y ayudar en lo que le pidamos.

El collar de perlas

Con la ayuda presta de la Virgen María, podremos ir recogiendo las pequeñas perlitas que vivamos cada día e ir hilando nuestro propio rosario con los misterios dolorosos, gozosos, gloriosos y luminosos que nos toque atravesar. La vida siempre tiene mucho “material” para aprender y madurar y. Está en nosotros hacer conscientes estas lecciones y ver que todo se va tejiendo con una maravillosa sincronía y belleza si nos dejamos conducir por la voluntad de Dios.

Al morir, cada uno tendrá que presentar su collar y dar cuenta de las miles de diosidencias que recibió y mostrar cómo las aprovechó. Porque la vida es mucho más que el dolor que experimentamos; es el amor con que la recubramos lo que hace la diferencia. Será este collar de perlas invisible el que nos conducirá como un camino mágico a la felicidad que todos anhelamos. No en vano, el mismo Rosario de la Virgen es como un collar de perlas único, que lleva al cielo a quien lo reza con fe y fidelidad.