Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La libertad… interior


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Una de las ventajas que le encuentro a Twitter es que, con frecuencia, gracias a esta red social me entero de cuestiones que tienen repercusión social. La mayoría de las veces las noticias no me llegan por algún canal informativo serio. Se trata, más bien, de una labor de investigación personal que empieza cuando, de repente, se multiplican ciertos ‘memes’ que no entiendo. Así, el único modo de comprender las bromas es intentar descubrir qué se ha convertido en objeto de estas. Algo así me pasó esta semana gracias a la metáfora que un político planteó sobre la libertad. Aunque desconozco el contexto, parece que relacionó la libertad con la imposibilidad de encontrarte con tu expareja en la ciudad de Madrid. Más allá de lo anecdótico, el vínculo entre el ‘anonimato’ y la ‘libertad’ no es tan ajeno a ninguno de nosotros.



Igual es porque soy más de ciudad que una alfombra, pero tengo que confesar que sentí mucha alegría al pasar desapercibida en el metro de una gran ciudad después de haber vivido un par de años en un pueblo. El conocimiento mutuo y las relaciones estrechas que se generan en un lugar pequeño tienen sus contrapartidas, como que sea difícil que algo de tu existencia no se airee a pública subasta. Entiendo que, desde esta perspectiva, encontrarte constantemente con quien tienes una dificultad personal puede resultar bastante incómodo. A pesar de todo, creo que estaréis de acuerdo conmigo en que identificar la libertad con estas circunstancias resulta, por lo menos, reductor. En el fondo tras esta frase, más o menos afortunada, late la idea frecuente de que nuestra libertad está condicionada de forma exclusiva por las condiciones externas.  

Es evidente que la realidad nos condiciona, pero siempre tenemos la última palabra sobre ella y esta depende, más bien, de habernos liberado de todo aquello que nos ata por dentro. Darles demasiada voz a nuestros miedos, dejar que ese inquisidor que todos llevamos dentro nos reproche constantemente nuestros errores o límites, vivir volcados hacia fuera porque nuestro interior da miedo, no sanar las heridas del pasado, depender de la valoración del resto para acogernos como somos, resistirnos a ser amados sin condiciones… son algunas de las muchas cadenas que nos esclavizan mucho más que las circunstancias que nos toque vivir. De todas ellas somos invitados a soltarnos y a ayudar a otros a soltarse, porque “para ser libres nos liberó Cristo” (Gal 5,1).  

Un juego de naipes

Me gusta pensar la existencia como un juego de naipes. No podemos controlar las cartas que se nos reparten, que pueden ser buenísimas o todo lo contrario. Lo que sí está a nuestro alcance es hacer con ellas la mejor jugada posible y, a ser posible, disfrutar de la partida hasta el último momento. Esto depende más de la libertad interior que hayamos podido recuperar que de encontrarnos o no con tus exparejas por la calle ¿no os parece?