En la enfermedad también podemos encontrar la caricia de Dios, cuando llegamos a la etapa de nuestra vida donde ‘algo’ en nuestro cuerpo comienza a fallar, tal vez esa sea una señal para volver a confiar. Sé que no debería ser así, pero muchas personas despiertan a la fe en esta situación, cuando el dictamen médico confirma alguna enfermedad, a lo mejor, días antes de ser intervenido quirúrgicamente.
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Es cuando la esperanza vuelve a surgir de una manera tan fuerte; tal vez, era lo que la persona necesitaba para encontrarse con el amor de Dios de una forma sincera. Sabemos que los caminos de Dios son misteriosos y en cuanto al tema de enfermedad se refiere, he sido testigo de cómo algunas personas cambian y cómo se repara la relación con Dios de una forma real.
Nunca es tarde para aceptar que, el amor de nuestro Señor está siempre en todo tiempo y lugar, que deberíamos aceptar con humildad que en ocasiones hemos dejado de lado nuestro pensamiento hacia Él y que, cuando las cosas comienzan a complicarse, es cuando buscamos su presencia en nuestras vidas.
La paciencia de Dios
San Agustín escribió algo que me fascina: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!”, se encuentra en el Libro 10, capítulo 27, párrafo 38 de sus Confesiones. En este pasaje, reflexiona sobre su tardío encuentro con Dios y su profunda transformación espiritual. Frase que expresa tiempo perdido, falta de interés, ausencia de ganas por acercarme a un amor sin medida.
Cuando nos encontramos en situaciones límite, cuando el horizonte es desalentador y especialmente cuando necesitamos ‘algo’ es cuando nuestra mirada se vuelve a posar en el amor más sublime, el que siempre ha estado ahí, esperando el momento para recordarnos que nunca se ha ido, que nos ha estado esperando. Así es la paciencia de Dios, respetando nuestra libertad, siendo un Padre amoroso en espera de que regresemos a sus brazos y volvamos a estar cerca.
Sin prisas y con la tranquilidad que nos da el amor de Dios, regresemos sin tomar en cuenta las condiciones en las que nos encontremos, aún con muy poca fe, lo más valioso es ir hacia Él, con un impulso real y sincero, querer estar cerca y solo eso.
Conocer el amor de Dios
“Aunque la higuera no florezca, ni haya uvas en las vides; aunque se pierda la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos, aun así, yo me alegraré en el Señor ¡Me regocijaré en Dios, mi libertador!”. Habacuc 3, 17-18.
La vida nos ofrece muchas opciones y en ocasiones nos confundimos, creemos que aquello que está envuelto en novedad será la solución a nuestros problemas. Nos entregamos en ‘cuerpo y alma’ y al final se nos revela que aquello en lo que confiamos, fue un engaño más. El único que no nos defraudará y que cumplirá sus promesas es Dios. Por eso, no esperes a que lleguen las dificultades a tu vida, para darte la oportunidad de conocer el amor de Dios, comienza desde ahora, házlo sin esperar nada a cambio.
“La fe es creer en lo que no ves; la recompensa de esta fe es ver lo que crees.” San Agustín de Hipona.