Tengo una amiga que sabe mucho más que yo de política internacional, migraciones y desarrollo que, cada cierto tiempo, me recuerda lo mal que va el mundo. Es verdad que lo hace con cierto tono de humor, por eso de que más vale reírse que llorar, pero hay veces que una parece estar viviendo situaciones un poco apocalípticas.
La verdad es que no sé si alguna vez los telediarios estuvieron para optimismos, pero últimamente es difícil no alarmarse y preguntarse, como si nos hiciéramos ancianos de golpe, a dónde vamos a llegar. Asomarse a las noticias es encontrarse con conflictos bélicos que siempre se alargan demasiado, con políticas inhumanas donde los más frágiles importan más bien poco o con guerras comerciales asomando el hocico de tal modo que ponen a la bolsa en caída libre.
Por si faltaba poco para para asustarse ante un panorama tan poco halagüeño, la Unión Europea anima a sus ciudadanos a tener preparado un kit de supervivencia para 72 horas, desatando el pánico de los más hipocondríacos y la sospecha de que las tensiones geopolíticas pueden estar siendo más graves de lo que pareciera. No sé si debería, pero confieso que no me he tomado muy en serio eso de tener preparada una mochila o, por la cantidad de cosas que sugieren que lleves dentro, más bien una maleta de emergencia. Lo que sí me ha dado es por recordar ese otro “kit de supervivencia” con el que Jesús envió a sus discípulos a predicar. El del evangelio era bastante más reducido y ahora se nos quedaría muy corto ese bastón con el que defenderse y la confianza de que recibirían todo lo demás de quienes les recibieran (cf. Mc 6,8-10).
Unidad del dolor
Mientras pensamos si hacemos o no caso a la recomendación de la Unión Europea y en medio de este ambiente tan crispado, se me ocurre que a todos nos viene muy bien hacer consciente y vigilar que esté bien equipado ese otro “kit” personal que nos oxigena en lo cotidiano, que nos hace sentirnos en lugar seguro, que sacude nuestros miedos y que nos renueva la confianza. Cada persona tenemos un elenco de personas, situaciones, gestos, olores y espacios cotidianos que, como canta Amaral en su último disco, se convierte en nuestra “unidad del dolor”: capaz de aliviar la existencia cuando esta duele o, en este caso, capaz de mantenernos con vida mucho más tiempo que esas 72 horas de las que nos advierten… y, sin duda, con mucha más calidad.