¿Hubo pinganillos en Pentecostés?


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El pasado viernes tuvo lugar en Barcelona la XVIII Conferencia de Presidentes autonómicos. Y lo que ha quedado han sido los no besos entre Isabel Díaz Ayuso y Mónica García, ministra de Sanidad, y la ausencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid cuando en la sala se hablaba en una lengua que no era el español. Y el domingo celebrábamos Pentecostés.



Ya he hablado en alguna ocasión en este espacio del asunto de las lenguas. Y la conclusión siempre ha sido que las lenguas son, por encima de otra cosa, vehículo de comunicación. Y no es buena cosa que se conviertan en seña de identidad y arma arrojadiza.

En los Hechos de los Apóstoles leemos que, llenos del Espíritu Santo, los discípulos “empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: ‘¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?’” (Hch 2,4-8).

La presidenta del Gobierno madrileño, Isabel Díaz Ayuso (d), y la ministra de Sanidad, Mónica

En realidad, este texto es el reverso del episodio de la torre de Babel, donde las lenguas acabarán sirviendo para incomunicar: “El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres. Y el Señor dijo: ‘Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo’” (Gn 11,5-7).

Aprovechar la lengua común

Para san Pablo, los dones están para el servicio y el crecimiento de la comunidad. Y entre ellos menciona el de lenguas (probablemente un fenómeno estático muy valorado en Corinto y, quizá, otras comunidades cristianas de los orígenes). Por eso recomienda a los corintios: “Si alguien habla en lenguas, que lo hagan dos o a lo sumo tres, y además por turno; y que uno interprete. Pero, en caso de que no hubiere intérprete, que calle en la asamblea y hable para sí y para Dios” (1 Cor 14,27-28).

¿Es esto una loa a los pinganillos? En absoluto; es más bien una reflexión a propósito de las lenguas que pretende valorar el sentido común: aunque las lenguas son una riqueza que hay que cuidar, no pueden convertirse en instrumentos de incomunicación. Y si hay una lengua en la que todos nos entendemos, aprovechémosla.