¿Está superado el Antiguo Testamento?


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A propósito de los debates que han suscitado los indultos a algunos políticos catalanes, el pasado 23 de junio tuvo lugar un acalorado intercambio de reproches entre el diputado de Vox Ignacio Gil Lázaro y el entonces ministro de Política Territorial, Miquel Iceta. Este último afirmó: “Ustedes quieren una ley mucho más antigua, la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, pero yo siempre, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, elijo el Nuevo Testamento, el del perdón, el de la generosidad, el de la política, el diálogo, la fraternidad”.



Quizá el señor Iceta lo ignore, pero sus palabras están perfectamente alineadas con Marción, un personaje de mediados del siglo II que pasa por ser el primer hereje reconocido de la historia de la Iglesia. Marción era hijo de un rico armador de El Ponto, en la costa meridional del mar Negro. Marción llegó a Roma en torno a los años 140-150 y consiguió provocar con sus doctrinas un cisma en esa Iglesia. Considerado proto-gnóstico, Marción pensaba que en realidad había dos dioses: el del Antiguo Testamento: cruel, vengativo, el de la creación, que propiamente no era Dios, y el del Nuevo Testamento, que era el de Jesucristo, el verdadero: el del amor y la misericordia. Por eso Marción fue el primero en establecer un canon de libros sagrados. En su opinión, solo se podían considerar como tales las cartas de san Pablo y el evangelio de Lucas; el resto de libros del Nuevo Testamento y todo el Antiguo quedaban fuera de su canon.

Miquel Iceta, ministro de Política Territorial y Función Pública

¿Es necesario elegir?

Como se ve, esta opinión que toma en consideración un enfrentamiento entre modelos de Dios y, consiguientemente, entre los libros que hablan de ellos –Antiguo y Nuevo Testamento– sigue aún vigente para muchas personas. Sin embargo, el Antiguo Testamento sigue siendo indispensable para la fe cristiana. Aquí viene bien citar el n. 84 del documento ‘El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana’ (2001), de la Pontificia Comisión Bíblica: “La primera conclusión que se impone es que el pueblo judío y sus Sagradas Escrituras ocupan en la Biblia cristiana un lugar de extraordinaria importancia. En efecto, las Sagradas Escrituras del pueblo judío constituyen una parte esencial de la Biblia cristiana y están presentes de múltiples maneras en la otra parte. Sin el Antiguo Testamento, el Nuevo sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse”.

A pesar de las palabras del señor Iceta, no hay que elegir entre Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.