Hace unos días se ha estrenado una película sobre el célebre pastor luterano e importante teólogo Dietrich Bonhoeffer, que participó en un complot para matar a Hitler. Descubierta la conspiración, el destino de Bonhoeffer fue la horca en el campo de concentración de Flossenbürg la mañana del 9 de abril de 1945.
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Aunque el Concilio de Constanza (1414-1418) condenó el tiranicidio, el jesuita Juan de Mariana lo reivindicó en 1599. Y, aunque el ‘Catecismo de la Iglesia católica’ no habla de tiranicidio como tal, en el contexto de la legítima defensa podemos leer: “El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se vea obligado a asestar a su agresor un golpe mortal” (n. 2264).
Parece que este argumento no puede esgrimirse ante lo que ocurrió en el siglo IX a. C. en el reino de Israel, cuando Jehú fue ungido para derrocar a la “casa de Ajab”. En teoría, Jehú llevó a cabo el golpe de Estado para “limpiar” Israel de la presencia del dios cananeo Baal, patrocinado muy probablemente por el rey Ajab y su esposa Jezabel, una princesa fenicia. Pero también es muy probable que Jehú estuviera vinculado de alguna manera a Jazael de Damasco y el interés político se impusiera sobre el religioso.
En todo caso, la Biblia cuenta lo que el profeta Eliseo, a través de un siervo, le dice a Jehú en el momento de su unción: “Así habla el Señor, Dios de Israel: ‘Te unjo rey del pueblo del Señor, de Israel. Derrotarás a la casa de Ajab, tu señor. Así vengaré sobre Jezabel la sangre de mis servidores, los profetas, y la de todos los servidores del Señor. Perecerá toda la casa de Ajab y exterminaré a todos los varones de Ajab, libres o esclavos, que haya en Israel’” (1 Re 9,6-8).
Matanza
Así, la Escritura sigue describiendo la matanza que llevó a cabo Jehú entre la familia de Ajab: “Los hijos del rey [Ajab], setenta en número, estaban con los notables de la ciudad que los criaban. En cuanto recibieron el mensaje [de Jehú], tomaron a los setenta hijos del rey y los degollaron. Luego pusieron sus cabezas en cestas y se las enviaron a Yezrael. Llegó el mensajero informando: ‘Han traído las cabezas de los hijos del rey’. Y Jehú dijo: ‘Apiladlas en dos montones a la entrada de la puerta, hasta la mañana’” (2 Re 10,6-8).
Pero el profeta Oseas –un convencido yahvista frente a la fe en Baal– se desmarcará de las acciones de Jehú: “Dentro de poco pediré cuentas a la descendencia de Jehú por los crímenes de Yezrael, y pondré fin a la monarquía de la casa de Israel” (1,4).
Ojalá nunca tengamos que enfrentarnos al dilema de si hay que eliminar a un tirano, porque, además, eso significará que no vivimos bajo la tiranía.