Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Entendernos por dentro y desde dentro


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Soy muy poco original y, por eso, uno de esos propósitos de año nuevo que se frustran a los pocos días de empezarlo tiene que ver con los idiomas. Siempre me propongo adquirir cierta fluidez para hablar en cualquier otra lengua que no sea el castellano. Creo que estoy tan familiarizada con las lenguas muertas que llego a matar a las vivas y las convierto en algo que se lee, pero que se me atascan en el gaznate cada vez que intento expresarme en ellas. Aun así, durante este tiempo en Jerusalén, en que he tenido que chapurrear en inglés e italiano, me he dado cuenta de que lo verdaderamente importante es hacerse entender, sea como sea. Es lo que me ha pasado con la mujer que se encarga de la limpieza en la biblioteca del Studium Biblicum Franciscanum.



Regalar sonrisas

Es una mujer minúscula que se mueve ágilmente de un lado para otro. Su aspecto y la dificultad con la que me dice un par de palabras en inglés delatan que lo suyo es, más bien, el árabe. Ella fue a la primera persona que vi cuando asomé la nariz por aquí y la que me orientó hasta llegar a una biblioteca nada fácil de ubicar. No hemos cruzado más que un par de palabras sueltas, pero tengo la sensación de que nos entendemos más allá, incluso, de lo que queremos decir. La conversación más larga que hemos tenido fue cuando el otro día, con su media lengua en inglés, me dijo que se me notaba que era feliz porque sonreía mucho. Le respondí que es verdad, que soy feliz, pero lo que no le llegué a explicar es que es su rostro, su gesto afable y su forma de estar lo que me despierta una sonrisa, porque hay gente que, sin hablar, irradia algo especial. 

He pensado muchas veces en esa pequeña conversación y en los problemas de comunicación que tanto abundan. Y es que, por más que podamos comprender la lengua y las palabras que los otros pronuncian, entenderse va más allá de eso. Podemos saltar por encima de las barreras lingüísticas y encontrarnos en el semblante, el gesto y aquello que irradiamos con nuestro modo de estar en la vida. Quizá algo de eso quería decir el autor bíblico al expresar cómo el Espíritu es capaz de que nos entendamos por dentro y desde dentro, más allá de en qué idioma hablemos (Hch 2,1-13).