Si bien los dos primos profesaban la misma fe, vivían en lugares similares y querían la conversión de las personas, ambos vivieron de modo muy diferente representando la evolución espiritual a la que debemos aspirar. El Bautista es reflejo del Dios del Antiguo Testamento, donde somos heterónomos y obedecemos en virtud de la necesidad de apego y pertenencia y en detrimento de la autenticidad y el ser esencial. No así Jesús, que obedece la voluntad del Padre porque se sabe incondicionalmente amado, sostenido y protegido aún en la cruz, y eso lo lleva a ser pleno y libre como ser humano y a ser Hijo.
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Cada uno de nosotros, en la primera mitad de la vida, recorremos el camino de san Juan, “convirtiéndonos” a las normas preexistentes, mandatos familiares y culturales para tener un espacio medianamente seguro para crecer. Hipotecamos, eso sí, el proyecto original y muchas veces nos alimentamos “de langostas” y nos vestimos con “pieles de camello” que no tienen nada que ver con el sueño primero de Dios.
Radicalidad y la condena
Muchas veces en esta primera parte, la radicalidad y la condena propia y al resto pueden ser la tónica de vinculación y terminan espantando a muchos o produciendo fanatismo en otros. Su intención es buena porque apela a la verdad y la justicia, por lo que es necesario pasar por ahí, pero no quedarse ahí. Es el bautismo por el agua, pero falta el de fuego que hace arder el corazón.
Vayamos ahora a la revolución de Jesús: el Señor se acerca a su primo y pide ser bautizado por él, recibiendo el “testimonio” de una posta espiritual que está llamada a continuar. No se queda hundido en la aguas del Jordán, promoviendo la rigurosidad del cumplimiento de la ley como código de acceso a Dios, sino que da a conocer el rostro amoroso, misericordioso, abundante y atento del Padre, que hace un banquete a nuestro regreso y nos viste con las mejores túnicas, sandalias y el anillo que nos reconoce como sus hijos.
Nacer de nuevo
Así también nosotros debemos salir del “deber ser” y nacer de nuevo para recibir el bautizo del fuego del amor. Debemos amar lo que somos, lo que hemos hecho por la certeza de que Dios camina y vive entre y en nosotros.
Convertidos al modo de Jesús, podemos dejar de condenarnos a nosotros y entre nosotros porque surgen la compasión, la fraternidad, el perdón, la libertad, la creatividad, la fecundidad, la diversidad, la alegría y la paz. La conversión es la resultante de sabernos amados, y eso empuja a amar a todos y a todo. Nos alejamos de la soberbia y cultivamos la sencillez y la humildad. Nos acercamos al anhelo de conocer y crecer en comunidad y nos separamos del sectarismo e individualismo. San Juan representa la roca firme donde se funda el camino espiritual y Jesús simboliza el fuego que la funde para convertirla en el oro más puro y brillante de todos. Por san Juan llegamos a Jesús y por Jesús podemos llegar al Padre.
Tiempo de esperanza
Reflexionemos en este tiempo de Adviento a qué lado del Jordán nos encontramos y en que María sea puente para avanzar en este camino de madurez espiritual. Es urgente que seamos instrumentos de conversión para tantos que están solos y necesitados de amor, pero hagámoslo con apertura, acogida, ternura, justicia, verdad y cuidado, porque solo tocando el corazón de las personas podemos lograr la re-evolución amorista que inició Jesús.