Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Educar para la obediencia o para la libertad


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La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos (…) por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (Don Quijote, Cáp. LVIII).

“No seas desobediente”. ¿Cuántas veces nos han dicho esto o lo hemos dicho nosotros? Yo recuerdo esta frase en mi casa, no tanto como una reprimenda sino más bien como una máxima de vida, como un camino de crecimiento y de madurez. No recuerdo que me dijeran mis padres entonces: “Sé libre”. Ese ha sido un tema más reciente, ya con cierta edad y la vida más o menos encauzada.



Y me hacía pensar esto viendo cómo respondemos a las normas sanitarias y sociales por la pandemia del Covid-19. El Gobierno optó por el Estado de Alarma para protegernos, es decir, pensó que lo mejor, por nuestro bien, era im-poner unas normas duras y claras: prohibir la libre circulación, marcar franjas horarias por edades, trazar entradas y salidas de templos y supermercados… y, por supuesto, multar a quien no lo cumpliera.

Y toda una avalancha de buenos deseos se extendió por televisiones y medios de comunicación, en iniciativas privadas y públicas, en videos, canciones, montajes, videoconferencias… Todo para animarnos unos a otros a cumplir las normas y “soportarlas” heroicamente. La llamada a la responsabilidad fue casi inexistente; no era necesario. Se trataba de sobrevivir a la situación de confinamiento, de prohibiciones… y ser multados –por nuestro bien– si aún así no lo cumplíamos.

Todos queremos ser libres

Al empezar la desescalada y a medida que se han ido relajando las normas y diluyendo la vigilancia, el discurso y las acciones son otras: si ya no está prohibido, puedo hacerlo. Si me parece una tontería lo que se indica, puedo no hacerlo. Es mi decisión. Es mi vida. Y es entonces cuando empezamos a oír muchas voces que piden que seamos responsables, prudentes, coherentes… porque son demasiadas las plazas llenas sin distancia de seguridad, los encuentros y fiestas con abrazos y besos, la ausencia de mascarillas en demasiada gente. Y me parece que es un poco tarde para eso. ¿Habrá que volver a controlar y penalizar?

Y me hace pensar lo difícil que es vivir responsablemente cuando no se nos ha educado para ser libres sino para obedecer. Porque cuando hemos asumido que todo el bien que se nos puede exigir es hacer lo mandado (y si no lo haces que no te pillen), entonces no hay ningún compromiso interior y personal con ese supuesto “bien”. Y asociamos lo que me apetece hacer con lo que es conveniente hacer. Y nos quedamos sin recursos para alimentar esa fuente de autorregulación interna. Libre. Plenamente libre. Que no requiere multas para decidir los límites que no es bueno cruzar. Que no le bastan las normas para crecer y ser feliz.

Tenemos un problema. Quizá con cualquier decisión de nuestra vida, en nuestros trabajos, en nuestras relaciones. Todos queremos ser libres, pero no queremos educar en libertad, sino en obediencia. Todos queremos que no nos impongan normas, pero cuando surge algún conflicto elegimos resolverlo apelando a lo mandado. Es más fácil y sobre todo más rápido que dialogar o estar dispuestos a dejar que se modifique nuestra visión de las cosas o nuestras ideas.

Y es una pena. Porque la norma, la ley, es una pedagoga, decía Pablo. Pero la ley no es el evangelio, ni la vida, ni la gracia. Ni el amor. Sólo ama el que es libre. El esclavo obedece, ya sea a la norma, a lo bien visto, a lo mandado, a la autoridad, a mis instintos…

“Libre te quiero”, clamaba Agustín García Calvo. “Libre te quiero, / como arroyo que brinca / de peña en peña. / (…) Pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”. Ojalá la Vida nos regale a alguien que nos quiera tanto como para decirnos esto: libre te quiero. Ojalá gobernantes tan preocupados por el bien común y el crecimiento de cada persona que, ante una dificultad o una emergencia, nos quiera libres y en libertad nos gobierne. Nos eduque.

¡Cuánto ganaríamos como sociedad, como Iglesia, como personas! Quizá evitaríamos un rebrote de virus. Quizá lograríamos ser más felices e incluso mejores personas. Por si nos anima, aquí os dejo la versión de Amancio Prada.