Rafael Salomón
Comunicador católico

Duras realidades de la pandemia


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Daré voz a aquellas personas que lo han perdido todo. Andrés Hernández tenía un empleo modesto que; sin embargo, le permitía pagar un alquiler en una localidad del centro de México. Pero la pandemia se lo arrebató y terminó en la calle con su esposa y dos hijos.



El taller de serigrafía donde trabajaba cerró y tuvo que desalojar el cuarto que rentaba en Los Reyes (Estado de México). Entonces viajó con su familia a la capital buscando oportunidades.

Temeroso de dormir a la intemperie y de la soledad de las calles, se refugió en las afueras del Hospital General, donde solían pasar la noche familiares de pacientes de Covid-19. Pero por miedo al contagio se mudó a un parque cercano donde la vida se convirtió en un infierno.

-Muchos malvivientes nos pedían (dinero) para el refresco, pero no teníamos y se ponían agresivos. ¡Me robaron hasta los zapatos!-, cuenta Hernández, de 50 años, quien ahora calza unos tenis de mujer que le regalaron. Con impotencia tuvo que ver la partida de su esposa y los niños, llevados por voluntarias a un albergue cristiano del estado de Hidalgo (centro).

indigente

-No lo pensé, llegué a la calle, ni modo, ya pasamos por ahí-. Dice Andrés, ahora en un refugio temporal. Lo que las personas viven es trágico, llegan a perder las esperanzas y mencionan que se trata de una lucha implacable, no solo con el coronavirus, sino con la economía y la falta de trabajo.

Carencias y necesidades que se intensifican

La fe se ha debilitado en sus corazones y es que la falta de un techo, de trabajo o la desintegración familiar hacen que se pierda la esperanza, es en esos momentos cuando se clama por una respuesta, la cual en muchas ocasiones se presenta tarde o simplemente no llega.

Esta crisis sanitaria está poniendo en una situación muy complicada a quienes ya eran vulnerables, está intensificando las carencias y necesidades, la vida para algunas personas se está convirtiendo en una terrible pesadilla.

Las historias se repiten, familias enteras de un día a otro, tienen que vivir en la calle, a la intemperie, sin más recursos que lo que llevan puesto. Cada vez somos testigos de la enorme necesidad que se presenta, de la realidad que poco a poco se apodera y de la forma inhumana en la que los seres humanos nos estamos comportando.

Aumento del desempleo durante la pandemia

Otra historia es la de Gabriel Contreras, de 38 años, había vivido de forma regular en la calle desde los seis años cuando escapó de su natal Hidalgo a la capital, empujado por la violencia doméstica.

De voz suave y trato amable, trabajaba como ayudante en puestos ambulantes del barrio Garibaldi cuando el nuevo coronavirus se empezó a propagar. Fue echado entonces de un hotel barato donde habitaba. -Me dijeron que ya no podía vivir ahí, que por andar en la calle podía traer el virus-, cuenta con los ojos llorosos.

Las cifras son alarmantes, de acuerdo a las autoridades estiman que 2,8 millones de personas no tienen trabajo y esto se incrementará conforme pase el tiempo de pandemia.

Claudia y su esposo Alberto, también se quedaron sin techo por la situación. Hace casi cinco meses perdieron su fuente de ingresos como vendedores de helados, luego de que les confiscaran la mercancía por falta de permisos. Tuvieron que abandonar el lugar donde vivían y, debido al cierre de hoteles y albergues, se resguardaron en un parque donde intentaron abusar de Claudia.

“Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo; y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme”. Mateo 25,35.