Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Dios: el sol naciente


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Como seres humanos, siempre hemos intentado comprender al Padre Creador. A pesar de todos nuestros esfuerzos, quizás la mejor metáfora para asir en parte su persona es contemplar el sol al amanecer. Al hacerlo, podemos ver cómo se vive y se devela su más profunda y amorosa presencia, tal como el sol revela el día a la humanidad.



En la oscuridad espiritual nos movemos a tientas para no tropezar; escuchamos voces, pero no sabemos a quiénes pertenecen; se ven siluetas en movimiento que resultan una amenaza a nuestra integridad; las pocas luces que se generan solo alumbran unos metros y no contamos con la perspectiva total. Sentimos una masa de seres vivos peleando por un lugar, pero tememos arriesgarnos frente a lo desconocido y fantasmal; todo a nuestro alrededor es noche e incertidumbre, que da frío en el cuerpo y en el alma. Emergen nuestros temores, heridas y fragilidades, que parecen no tener posibilidad de sanación. Sin embargo, al igual que el sol, que tarda en elevarse sobre el horizonte, la luz de Dios también tiene la capacidad de transformar esa oscuridad interior, brindándonos la posibilidad de sanar y renacer.

El amanecer del alma

Al comenzar a iluminarse el cielo, el frío empieza a desvanecerse y el cuerpo retoma el calor; las formas se convierten en rostros concretos y cuerpos con los que podemos manejar espacios y límites. Ya es posible reconocer dónde nos encontramos, qué recursos poseemos y por dónde caminar con seguridad. Podemos evitar las caídas y anticipar los pasos que vamos a dar.

Todo lo que nos rodea comienza a vestirse con colores y nace la belleza en su diversidad. Despierta la vida y se duerme la muerte, porque ahora podemos vincularnos. El sol naciente sale para todos sin hacer distinciones, como un gran paraguas terrenal que nos cubre y nos protege.

Respeto y ternura

El sol no nace apurado ni encandila al aparecer. Lo hace de manera sutil, delicada, respetuosa y tierna, permitiendo que nuestros ojos se acostumbren y nuestra mente se despabile, para que podamos amar con el corazón. Casi todos damos por “obvio” este nacimiento y nos dedicamos a acaparar el mejor lugar en una foto del celular, llegando incluso a tensar el ambiente o pelear por un espacio.

Así, nos perdemos el infinito abrazo divino, que es para todos, y dejamos de sentir y disfrutar esa luz. Hay quienes quieren concentrar el sol en edificios o templos, adueñarse de él e incluso “venderlo” a los demás, pero la verdad es que los rayos del sol llegan a todas partes, sin distinción alguna. El sol es una luz universal que pertenece a la humanidad entera. Todos y todo somos templos donde reposa esa luz, y solo en nuestra libertad podemos decidir taparlo, rechazarlo o aceptarlo, eligiendo entre la luz y la oscuridad.

Amanecer

La disposición al sol

Para percibir la aparición de la estrella mayor, hay que despertarse, hacer el esfuerzo de abrir los ojos y caminar más allá de los grises de la noche. Si permanecemos eternamente dormidos en la pereza y la obviedad, nunca podremos ser conscientes del milagro que se nos regala cada mañana, con un nuevo día de vida para ser y hacer conforme a la voluntad divina.

Porque, aunque no siempre somos conscientes, estamos intrínsecamente unidos al sol, y si este dejara de salir, moriríamos en pocos minutos. Nuestro vínculo con la luz solar es vital, y, de la misma manera, estamos unidos a Dios, ya sea que seamos conscientes de nuestra filiación o no.

Distraídos

El peligro de la luz del día es que nos “distraemos” en la actividad diaria. Nos dispersamos, nos ocupamos en mil cosas y damos por hecho la presencia del sol, olvidando agradecer, servir, amar y vivir despiertos, disfrutando las sorpresas que cada nuevo día trae consigo. Los animales y las plantas, en cambio, nunca se olvidan de la bendición de la luz del sol.

Ellos le cantan con sus trinos y ladridos, y a través de su crecimiento, brotes de frutos, hojas y flores, le dan gloria. Ojalá pudiéramos nosotros imitar con humildad ese agradecimiento constante, reconociendo que el sol, al igual que la luz divina, nos sostiene y nos da vida.

Todo se devela

En la presencia de la luz, todo se muestra; nada se puede ocultar. Lo bueno y lo malo se hacen evidentes; lo lindo y lo feo se despliegan ante nuestros ojos. Las virtudes y los defectos se transparentan, y la verdad y la mentira se hacen claras. Frente a la luz, son posibles la sanación, el cuidado, la reparación, el nuevo comienzo y la conversión.

En los rayos del día, es posible el diálogo, el entendimiento, el aprendizaje y la construcción. En el sol naciente se desborda la esperanza, la alegría y el gozo de estar vivos, de ser parte de algo más grande que nosotros, y de poder sacar nuestra mejor versión en cada nuevo día. En cada amanecer, podemos ser conscientes de que somos una parte ínfima pero importantísima de una obra mucho mayor, que va más allá de nuestra comprensión y de nuestro tiempo.

Creo que con estas líneas me he acercado un milímetro más a sentir y gustar la compañía de Dios, que está presente en cada rayito de sol que toca mi cuerpo y mi corazón. Gracias, Señor, por iluminarme hoy.