Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Dar nuestros mejores frutos


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Aunque aún no sea época oficial de vacaciones, he disfrutado una semana de frenar de la actividad frenética de esta época. La semana pasada estuve en Valencia, dando Ejercicios en el Carmelo de Puzol y disfrutando, además, de lo que implica sosegar el ritmo habitual, del ambiente de silencio y de la naturaleza. Para mí, que soy más de ciudad que una alfombra, el tema de las plantas siempre me resulta un misterio insondable. Me cuesta reconocerlas, así que os podéis imaginar lo que implica cuidarlas. El caso es que estos días también me han servido para aprender algo más de las palmeras.

Había una palmera que tenía algunas hojas de tonos amarillos. Me enseñaron que eso era el síntoma de que estaba infectada de picudo. Parece que se trata de un insecto que afecta a las palmeras y, para cuando muestra ese tono amarillo en las hojas que lo delata, el interior del árbol ya está hueco, pues se alimenta de él. Como tengo un poco de deformación profesional, enseguida me acordé de ese versículo del Cantar de los Cantares que dice: “Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas” (Cant 2,15).

Palmera

Tanto las raposas del Cantar como el picudo de la palmera son un claro ejemplo de cómo aquello que nos hiere y nos vacía por dentro puede ser muy pequeño y muy discreto. Bajo la apariencia de que “todo va bien” en nuestra vida y nos manejamos con aparente soltura de puertas para fuera, pueden colarse pequeños “insectos” que nos comen por dentro y nos dejan huecos. Heridas no sanadas, conflictos no expresados, vivencias pasadas que no hemos acogido… pueden convivir de modo aparentemente pacífico con nosotros, pero nos van chupando la existencia. Si no atajamos la plaga con tiempo, para cuando empecemos a darnos cuenta de que nuestras hojas se ponen amarillas puede resultar demasiado tarde o, al menos, mucho más complicado de sanar. Estamos llamados a florecer y dar nuestros mejores frutos, así que ¡cacemos a esas raposas!