¿Cuál es el lugar de la salvación?


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La noche del 29 de noviembre se entregaron en París los premios Balón de Oro. En la edición de este año 2021, la premiada en la categoría femenina fue la jugadora del F. C. Barcelona Alexia Putellas. En el capítulo de agradecimientos de la futbolista española figuraron sus compañeras, entrenadores, la afición, el club, su familia y alguien muy especial para ella: “Espero que estés muy orgulloso de tu hija allá donde estés, papá”.



Más allá de la anécdota, es muy común escuchar expresiones como esta cuando se trata de recordar a alguien ya fallecido: “Allá donde esté”. Parece el reconocimiento de una frustración: querer o anhelar que, a pesar de la muerte, el ser querido perviva de alguna manera, en “algún sitio”. Y es que es enormemente difícil mantener seriamente una postura agnóstica o atea, que propugna la instalación en la realidad material –finita y, por tanto, cerrada–, cuando uno se topa con esos momentos que Karl Jaspers denominaba experiencias-límite, o sea, situaciones que muestran con claridad los límites o la contingencia de la vida humana.

Entre el cielo y la casa

En la tradición cristiana, el “lugar” en el que se sitúa a los difuntos es el “cielo”, que es tanto como decir “con Dios”, ya que el cielo no deja de ser una metonimia de la divinidad, habida cuenta de que el cielo –debido a su inaccesibilidad– es el “lugar” donde mejor se imagina a Dios: “El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo” (Sal 103,19); “Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace […] El cielo pertenece al Señor, la tierra se les ha dado a los hombres” (Sal 115,3.16).

En el evangelio de Juan, ese “cielo” abandona la dimensión cósmica, adquiere un aspecto más humano y se transforma en una “casa”, la casa del Padre: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas […] porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14,2-3).

En el fondo, el cristiano “sabe” –es decir, lo anhela confiadamente– que solo Dios y su Cristo es el “lugar” de la salvación.