Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Bartolo Longo, del vacío a la plenitud


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En este año jubilar están previstas varias canonizaciones que se han ido anunciando y entre las que hoy nos vamos a detener en la del laico italiano Bartolo Longo, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya, cerca de Nápoles, una figura muy conocida de modo especial en el sur de aquel país. Hoy lo presento porque no deja de impresionarme su camino hacia la santidad verdaderamente poco común: lo encontramos en su juventud sumergido en las aguas movedizas del espiritismo, incluso satanismo, e influido por a la masonería y el anticlericalismo radical; y sin embargo llegó a un grado de conocimiento de Dios y de unión con Él que le condujo la santidad, así lo reconocerá la Iglesia de modo solemne con su canonización. Se trata de un camino esperanzador para quien se acerca a la vida de este hombre, pues una vez más recuerda que no hay un pecador sin un futuro.



Historias de conversos que llegaron a ser grandes santos conocemos muchas, también de ese tipo concreto de jóvenes que perdieron la fe durante los estudios universitarios y la redescubrieron años después, basta recordar a Federico Ozanam y a su discípulo español Santiago Massarnau, al gran Carlos de Foucauld, a Dorothy Day, Itala Mela o Madeleine Delbrêl. En el caso de Bartolo Longo llama la atención la intensidad de su ateísmo y, por contra, la intensidad del amor de Dios en su corazón una vez que éste se hizo presente y operante. Debió ser un hombre apasionado, lo que no es de extrañar siendo italiano del sur.

Laico italiano, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya

Bartolo había nacido el 10 de febrero de 1841 en la localidad de Latiano, cerca de Brindisi, hijo de Bartolomeo y Antonia Luparelli, que se había casado en segundas nupcias. Alguno lo describe en sus primeros años como “un niño muy vivaz, impertinente, casi descarado”. A los seis años, su familia lo envió al colegio de los escolapios de Francavilla Fontana. Se trataba de un colegio de gran prestigio en la zona y en el que desde el punto de vista religioso se daba gran importancia a la devoción a la Virgen María: aquí comenzó a rezar el rosario a diario, costumbre que años después en la universidad abandonaría.

El 2 de febrero de 1851, a los cincuenta y tres años, murió su padre; su madre se casó con un abogado en de noviembre de 1853. El 25 de junio de 1857, la Facultad de Letras y Filosofía de Nápoles le concedió Bartolo el primer grado de aprobación para poder ser admitido a los exámenes de doctorado en cualquier facultad y a la enseñanza de rudimentos gramaticales. Entre finales de 1858 y principios de 1859, su familia lo envió a Brindisi para continuar sus estudios y posteriormente a Lecce, donde El 24 de septiembre de 1859 aprobó el examen de filosofía en el colegio San Giuseppe y decidió matricularse en la Universidad.

Anticlericalismo

En la segunda mitad de 1862 partió hacia Nápoles junto con su hermano Alceste. Esta ciudad representará un punto clave de su anticlericalismo, pues en aquellos años, tras la unificación de Italia, en las aulas universitarias napolitanas dominaba un marcado sentido antirreligioso y antipapista. En aquella época eran cotidianas las manifestaciones contra la Iglesia, los religiosos y la fe católica. Bartolo Longo se dejará llevar por esta corriente.  Matriculado en la facultad de derecho, se acercó también al espiritismo “seducido por el amor a lo misterioso, lo oculto, lo arcano, lo sobrenatural”, como él mismo explicará.

Son los años en los que seguirá el joven estudiante con entusiasmo las clases de Letras y Filosofía de algunos profesores abiertamente anticatólicos como Augusto Vera, Bertrando Spaventa y Luigi Settembrini: horas académicas marcadas por el positivismo dominante y, por lo tanto, por la negación de lo sobrenatural. Él mismo dirá más tarde que “la licenciatura pendía del anzuelo de la apostasía”. Sin embargo, ese escepticismo que respiraba en la universidad será curiosamente, como reacción contraria, el camino que lo llevó por cinco años al espiritismo incluso a ser el líder de un grupo espiritista radical durante un año y medio. Los adeptos de este movimiento confesaban comunicarse frecuentemente con el diablo, que se les aparecía bajo la forma del arcángel Miguel.

Laico italiano, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya

Pero no solo eso: era la época de la publicación de la ‘Vie de Jésus’, escrita por Ernest Renan, que era primer volumen de un proyecto más amplio, la ‘Histoire des origines du christianisme’ (ocho volúmenes publicados entre 1863 y 1883). Se trataba de una biografía de 28 capítulos bastante cortos que relata cronológicamente los principales episodios de la vida de Jesús de Nazaret y describe los paisajes, las costumbres y las relaciones sociales de los judíos y los gentiles de su época. El libro defiende e ilustra la tesis de que la biografía de Jesús debía escribirse como la de cualquier otro hombre, sin ningún acento sobrenatural.

El libro se publicó el 24 de junio de 1863 y el éxito público fue inmediato: se imprimieron 10 000 ejemplares, se vendieron 60 000 en cinco meses y se vendieron 430 000 ejemplares entre 1863 y 1947, fecha de la última edición con ventas aún significativas. Fue en un éxito de ventas y uno de los best-sellers europeos de la época, uno de los libros más leídos en Francia en la segunda mitad del siglo XIX y muy popular en todo el mundo.

La obra conmocionó considerablemente la opinión de muchos creyentes y dio lugar a obras reparadoras y movimientos de protesta. Nuestro joven estudiante también lo leyó y vio derrumbarse, uno tras otro, los principios en los que le había educado su madre, que lo llevaba con ella a repartir ropa y comida a los necesitados. Si, como afirmaba el escritor, Jesús era solo un personaje importante y no el Hijo de Dios, ya no valía la pena creer en él.

Su paso por elesoterismo

A Bartolo le animaba la curiosidad, que lo llevó al esoterismo a la vez que negaba la existencia de Dios y despreciaba a la Iglesia, mientras que buscaba de algo que apaciguara su angustia íntima. Durante cinco años participó en estos ambientes y, a pesar de haber conseguido graduarse en la universidad el 12 de diciembre de 1864, no lograba sentir paz. Por lo tanto, se decidió a hablar con el profesor Vincenzo Pepe, originario de Apulia como él, quien no le ahorró severas reprimendas: si continuaba con el espiritismo, terminaría en un manicomio. También le dio un consejo más moderado: para intentar salir de eso, podía ir a hablar con el dominico Alberto Radente, un experto director espiritual.

Por aquella época, además, fue a visitar a un amigo, el marqués Francesco Imperiali, y en su casa se encontró con una joven de porte noble pero vestida de forma modesta, es decir, no según la moda de la época. Era Caterina Volpicelli, que desde hacía tiempo había comenzado a organizar en su casa reuniones muy diferentes a las que él estaba acostumbrado: de hecho, tenían como objetivo difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y formar a los laicos a través de lecturas y conferencias espirituales. Informada por el marqués, que era su cuñado, decidió rezar y hacer que sus amigos rezaran por la conversión de aquel joven que sin duda era de gran inteligencia, pero muy confuso en sus ideas.

Por su parte, él aceptó la sugerencia del profesor Pepe. A partir del 29 de mayo de 1865, día de su primera entrevista con el padre Radente, comenzó a dejar atrás las prácticas esotéricas y a recibir una instrucción que le aclarara todos los puntos que habían quedado oscuros tras la lectura del texto de Renan. El 23 de junio de ese año, fecha en la que se celebraba la fiesta del Sagrado Corazón, Bartolo volvió a acercarse a la eucaristía, después de que su confesor le diera la absolución.

Laico italiano, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya

En este tiempo, gracias a Caterina Volpicelli –canonizada por Benedicto XVI en 2009– conoció a la condesa Marianna Farnararo De Fusco, que había enviudado a una edad temprana y se había quedado sola con cinco hijos pequeños. La condesa le confió la administración de sus propiedades en el valle de Pompeya, que era poco más que una aldea, situada a pocos pasos de los restos de la antigua ciudad romana destruida por la erupción del Vesubio; sus habitantes eran casi todos campesinos analfabetos, abandonados a su suerte y desprovistos incluso de los conocimientos fundamentales de la religión cristiana.

“Creyendo que iba a ser abogado para renovar contratos de alquiler, en cambio, por designio de Dios, iba a ser misionero”, escribió él mismo años después. El viaje por los campos abandonados marcó el inicio de su misión, precisamente en estos campos Bartolo encontrará la respuesta a su continuo tormento. Desde hacía tiempo se preguntaba cómo podría salvarse, debido a las experiencias poco edificantes de su vida pasada.

Pompeya, en aquella época, era un lugar de degradación material y moral. Los campesinos vivían en la ignorancia religiosa, dominados por las supersticiones y la pobreza. Bartolo se sintió llamado a una gran obra de evangelización. Pero precisamente en ese lugar “donde se adoraban ídolos y demonios”, llegó una respuesta que para él será el lema inspirador de toda su existencia: “Si propagas el Rosario, ¡te salvarás!”.

Santuario de la Virgen del Rosario

A partir de ese momento, su vocación se convirtió fundamentalmente en difundir el culto a la Virgen del Rosario. Y para ello, comenzó precisamente por aquellos “campesinos pobres y abandonados” que habitaban esas tierras, a los que visitó en una auténtica tarea de evangelización. Para ello, se preparó con el estudio de la teología y la espiritualidad cristianas. Pero además de catequizar a los campesinos, decidió, siguiendo el consejo del obispo de Nola, construir una nueva iglesia dedicada a la Virgen del Rosario.

En 1875, consiguió un antiguo lienzo de la Virgen del Rosario, encontrada en muy mal estado en un convento napolitano. Era solo un lienzo viejo y gastado, agujereado por la polilla, el rostro de la Virgen no expresaba santidad y gracia, sino que parecía el de una mujer áspera y tosca. “Parece pintado expresamente para hacer perder la devoción”, exclamó la condesa Marianna al verlo. Transportado a Pompeya en un carro de estiércol, esa imagen sagrada se convirtió en el corazón del futuro santuario. La obra creció rápidamente: en 1876 se colocó la primera piedra de la iglesia, mientras que la Súplica a la Virgen de Pompeya, compuesta por el propio Longo, difundió la devoción al Rosario por todo el mundo. En 1879, el cuadro fue restaurado y corregido expertamente por un artista de la Academia de Nápoles, que hizo delicado y benigno el rostro de la Virgen y transformó la original Santa Rosa de Lima en Santa Catalina de Siena.

Laico italiano, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya. Santo

La nueva devoción creció de manera exponencial, basta pensar que el 14 de octubre de 1883, veinte mil peregrinos, reunidos en Pompeya, recitaban por primera vez la Súplica a la Virgen del Rosario compuesta por él, en respuesta a la encíclica ‘Supremi apostolatus officio’ (1 de septiembre de 1883), con la que León XIII, que fue llamado el “Papa del Rosario”, ante los males de la sociedad señalaba como remedio el rezo del Rosario.

Escuelas de artes y oficios

La increíble obra de Bartolo Longo no se limitó solo a la construcción de lo que pronto se convertiría en la espléndida basílica de Pompeya, sino que se dedicó a la construcción de otro templo, igualmente importante, “la ciudad del amor y la caridad”, para la asistencia de aquellas gentes. Comenzó inicialmente por el Orfanato, la primera de sus obras de caridad en favor de los menores: en respuesta a las continuas peticiones que los condenados dirigían al abogado Longo para que se ocupara de sus hijos, maduró la idea de la posibilidad de la recuperación y la redención social de los hijos de los presos. Movido por esta intuición, en 1892 puso en marcha la construcción del hospicio para los hijos de los presos.

Más tarde, ya al final de su vida, acogió también a las hijas de los presos, a las que confió al cuidado de las Dominicas Hijas del Santo Rosario de Pompeya, fundadas por él en 1897. Sin embargo, el orfanato para las chicas fue inaugurado después de su muerte. Fundó también en vida, junto a la condesa de Fusco y en el mismo palacio de ésta, varias escuelas de artes y oficios para los hijos de los presos y los huérfanos: entre otras, se enseñaba carpintería, tipografía y encuadernación. El palacio es hoy sede del ayuntamiento y, gracias a él, 60.000 niños y niñas fueron rescatados de la calle y la miseria.

Acusaciones maliciosas

No faltaron pruebas y persecuciones, llovieron calumnias y chismes sobre su relación con la condesa Marianna, su aliada en la obra benéfica de Pompeya. En una conversación con el papa León XIII, ambos aceptaron la sugerencia del pontífice de casarse y vivir castamente, acallando así las calumnias. Por lo tanto, en 1885, se casó con la condesa, quien y, ese mismo año, emprendió viaje por Italia (1885) para promover sus obras sociales; fue muy fructífero pues en Turín, en particular, entró en contacto con Don Bosco y con las obras sociales de San Leonardo Murialdo y de San José Cottolengo.

También fue acusado injustamente de enriquecerse con las ofrendas de los fieles: En 1893 donó al papa León XIII el santuario con todo su mobiliario y objetos preciosos, y al año siguiente el papa lo declaró santuario pontificio, poniéndolo bajo el gobierno de la Santa Sede, pero dejando su administración en manos del fundador. Las insinuaciones maliciosas no pudieron hacer nada mientras vivió León XIII, que lo estimaba mucho, pero tuvieron fácil juego con su sucesor, el papa Pío X, que, mal informado por enemigos astutos y encarnizados, lo juzgó casi como un ladrón. Los esposos pusieron fin a esta triste historia con una generosidad incondicional: en 1906 renunciaron a favor de la Santa Sede a todas las obras que habían fundado en el valle di Pompeya.

Laico italiano, fundador del santuario de la Virgen de Pompeya

Tras la muerte de la condesa Marianni en 1924, Bartolo se preparó en la soledad para el encuentro con Dios, que consideraba ya cercano también para él. Vivía en Nápoles, ya no poseía bienes propios, pero quiso donar también las insignias de caballero que había recibido por benevolencia de los Papas, a los huérfanos y a los hijos e hijas de los presos. Para sí mismo pidió ser enterrado en el santuario, “a los pies del gran trono de mi dulce reina, a la que serví durante más de cincuenta años”.

Pío XI, en 1925, le concedió la Gran Cruz del Santo Sepulcro. En los últimos meses de su vida, tuvo el consuelo de disfrutar de la amistad de otro gran napolitano, el médico Giuseppe Moscati –canonizado por Juan Pablo II en 1987–, quien lo asistió con esmero en su muerte, que tuvo lugar el 5 de octubre de 1926.

Beatificado por el papa Juan Pablo II en 1980 y ahora muy cercano a la canonización, Bartolo Longo aparece en su intrincado camino espiritual como un instrumento de la misteriosa providencia divina para el testimonio de la fe cristiana y para la honra de la Madre de Dios, en aquel mundo –no tan diferente al nuestro– de escepticismo y ocultismo, que a él mismo sedujeron de joven. Lo dicho, se cumplen las palabras sabias de la tradición espiritual: no hay un santo sin un pasado ni un pecador si un futuro.