“Arancel”: tarifa oficial determinante de los derechos que se han de pagar en varios servicios.
Me ha sorprendido la definición de la RAE. Curioso que haya que pagar por derechos, ¿no? Imagino, entonces, que también podríamos llamar arancel al pago por los derechos de autor, de imagen, de obra, de pensamiento, de moral, de valores, de sentido, de vida. Pero no siempre somos conscientes, creo.
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Podríamos fijar aranceles a quienes quieran mercadear con lo que somos, lo que anhelamos, lo que producimos, lo que lloramos, lo que reímos, lo que amamos, lo que creamos, lo que deseamos… Pero no solemos hacerlo y si alguna vez cobramos, somos tan arbitrarios y déspotas como el mismísimo Trump. ¿Acaso hay algo más prepotente que poner precio a que te relaciones conmigo y si tu respuesta es un intento de acercamiento y negociación, jactarme públicamente de que “me están besando el culo” (con perdón)? Pues este es el nivel de la democracia en nuestra ‘polis’…
Pero volvamos a lo nuestro, a lo que sí está en nuestra mano cambiar. La etimología de arancel proviene del árabe andalusí ‘al-inzál’, que a su vez deriva del árabe clásico ‘inzāl’, que significa “alojamiento”. Al parece, en su origen, era un impuesto que se pagaba para quedar libre de la obligación de hospedar a las tropas en la propia casa. Así que también me ha recordado el pago de las indulgencias para conseguir bulas: históricamente, para poder comer carne cuando la ley eclesial mandaba abstenerse, pero en el día a día, no pocas veces trapicheamos con los propios bienes para conseguir ciertos privilegios o concesiones.
Quiebra personal
Otras veces, simplemente, negociamos mal y quedamos a punto de la quiebra personal: nos convertimos en una economía en recesión (no crecemos, nos empequeñecemos y retiramos, no generamos vida), nos asfixia la deuda contraída (normalmente por haber gastado fuera más de lo que invertimos interiormente), o simplemente no hemos sabido gestionarnos adecuadamente. Y acabamos perdiendo la salud, esa capacidad de vivir la vida con armonía y serenidad, dando sentido a lo que viene y con capacidad de decisión. Es entonces cuando hay que elegir por dónde continuar y cómo.
A veces nos venimos arriba y nos convencemos de que siendo los más fríos y calculadores, o soberbios y prepotentes, nos van a respetar mejor. Nunca pasa eso, aunque lo parezca. Quizá tememos a los “fuertes” que nos violentan, pero no los respetamos y mucho menos los queremos. Otras veces creemos resolverlo metiéndonos en alguna burbuja (depresión, adicciones, ansiedad, aislamiento…) que en realidad, no es más que tirar la toalla. Tampoco funciona.
Intuyo que contemplar de nuevo a Jesús, especialmente en estos días próximos, puede darnos nuevas pistas. No hay arancel con más dignidad que no estar en venta. Por eso, quizá, mantener nuestros derechos cuesta y hay que “pagar” por ello: bendito arancel si lo que nos trae es mayor dignidad, líneas rojas que a nadie permitiremos pasar porque nos mal-tratan, valoración de lo que somos y como somos, sabiendo de quien nos hemos fiado (2Tim 1,12).
Aroma a Getsemaní
Establecer ese arancel con otros es también tomarse en serio la propia vida y mantenerse hasta el final. No buscar atajos, no colarse por rendijas, no huir hacia delante. No luchar, sino acoger y permanecer, a veces encontrando sentido y otras sin verlo en absoluto, con aroma a Getsemaní.
Y si preferimos la versión contraria, Jesús fue el hombre libre que no necesitaba “cobrar” nada a quien con la misma libertad quisiera encontrarse con él. Fue también el Dios liberador que nos mostró otra forma de mandar, de liderar, de crear, de amar. En Jesús, humano y divino, se nos comunica la mejor noticia: merece la pena alojar a las “tropas” en tu casa, a tantas personas desahuciadas y sufrientes. No merece la pena que pierdas parte de tus bienes para evitarlo. No pagues ni pidas aranceles por ello. Vive de tal manera que tu dignidad no esté en venta ni quieras comprar la ajena. Sin presiones que dañen. Sin heroísmos que te rompan. Simplemente siendo tú. Dios proveerá. Como siempre.