Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Aprendiendo a vivir cuidándonos


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Confieso que durante mucho tiempo he leído el texto del Buen Samaritano como una historia bonita, piadosa; una llamada a la compasión como caridad no siempre bien entendida. Y, claro, ¿qué tiene eso de malo? Nada en absoluto. Ahora bien, así no transformamos demasiado la realidad, ni nos preguntamos de dónde vienen los salteadores o quién cubre sus fechorías a plena luz. Esta lectura se limita a pedirnos que seamos “buenos” con los heridos del camino y, en el mejor de los casos, nos aguijonea la conciencia con eso de “párate, no vayas tan metido en tus cosas como los escribas, sacerdotes y gente importante”.



Después descubrí que esta historia fue un lugar teológico común en los primeros siglos como metáfora de la humanidad doliente y herida que es tiernamente cuidada por un Dios que se hace uno de nosotros y se para en el camino. La explicación más habitual suele ver la posada como la Iglesia y los denarios los sacramentos que ofrece para cuidarnos. Pero hay otra imagen, en palabras de san Ireneo, que me conmueve más: donde otros ven la Iglesia, él ve al Espíritu Santo con los denarios del Padre y el Hijo. De este modo, es Dios mismo quien nos cuida cada vez que caemos y lo hace desde dentro, dándonos una y otra vez la capacidad (los denarios) para crecer y multiplicarnos desde dentro.

Quizá nos creemos poco que dentro de cada ser humano hay un potencial imparable, un manantial de salud, un dinamismo sano que es más fuerte que cualquier dolor, trauma, desorden, tristeza, enfermedad. Nos creemos poco que no hay oscuridad que haga desaparecer la luz que todos hemos recibido. Puede ocultarla, puede debilitarla… y ¡vaya si lo hace! Pero nunca extinguirla.

Quizá por eso, con cierta frecuencia, creemos que el mejor cuidado que podemos dar a otros es ofreciendo “cosas” externas que por buenas que sean nunca podrán compararse con el don de reencontrarnos con una fuerza interior que suavemente va cubriendo nuestras dudas, necesidades, errores, carencias… Y no las elimina porque el Dios de Jesús no hace magia: las cura. Y convierte la herida en cicatriz para seguir viviendo.

El Buen Samaritano

Y últimamente, de la mano del Buen Samaritano, se me ha regalado conocer a alguien que también me descubre un nuevo sentido de este texto. Es San Camilo de Lelis, al que hoy la Iglesia celebra. Un hombre de finales del siglo XVI que, como ocurre con buena parte de los santos, su perfil está bastante alejado de una supuesta corrección moral y espiritual, si se me permite decirlo así. Es el patrón de los enfermos y hospitales, pero bien podría ser patrón de cuantos pasamos media vida enredados con nuestros propios fantasmas, carencias y obsesiones. Y, aun así, y aquí está el misterio, de nosotros puede brotar salud y bien para tantos. Podemos cuidarnos.

Las carencias afectivas de Camilo, su dolor crónico por una llaga incurable en la pierna, su carácter pendenciero y violento, su adicción al juego… no terminaron con su “conversión”, como es común en las historias de santos. Volcó todo ello en el cuidado de los enfermos, “como una madre cuida de su único hijo enfermo”, pero no dejó de ser como era. Y por eso me gusta más y me llena de esperanza.

Todos estaremos en la cuneta del mundo unas cuantas veces apaleados por salteadores. Somos suficientemente vulnerables como para saber que así será.

Todos pasaremos de largo antes quien nos necesita muchas veces. Somos suficientemente egoístas como para saber que así será.

La cuestión es que todos hemos recibido la capacidad de ser buenos samaritanos como talante de vida, como san Camilo. Solo necesitamos convencernos de que esa fuerza sanadora está dentro de nosotros ¡y está viva!, esperando que la dejemos desplegarse. Sólo necesitamos no anhelar una perfección de vida que no existe, asumir que también nosotros seríamos capaces de vender la casa de los pobres en una partida de cartas porque no nos controlamos o que no somos mejores ni peores que el que tenemos al lado. Cabezotas, inconsistentes, impetuosos, cobardes, provocadores… ¡nada hay en ti que te impida cuidar, gestando espacios para que el otro desarrolle lo mejor de sí!

Sin duda, generar un estilo de vida donde unos a otros nos cuidemos sin invalidarnos, eso sí cambiaría el mundo. Y si en algún momento desconfías del valor de quien tienes al lado o de ti mismo, acuérdate de san Camilo.