Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Ajustando el vestido


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Disculpen que no hable de Ucrania esta semana. Desde que escribo estas líneas hasta que se leen pueden haber pasado tantas cosas… Y, la verdad, es que contemplo lo que ocurre (o mejor, lo que nos cuentan), las imágenes, los cantos agazapados en el subsuelo, las sirenas, nuestra inacción parapetados en un “no-a-la-guerra” ridículo por obvio e intrascendente…, y prefiero no decir mucho más. Una vez más, la guerra. La violencia. Y nuestro olvido. Recuerdo que en 2021 había abiertos al menos 10 grandes conflictos armados en el mundo (Yemen, Afganistán, Camerún, Etiopía, Sudán, Siria…) y no son noticia. Para nada.



En mi vida personal también arrastro algún que otro conflicto y alguno de ellos, podría decir que también es armado y violento. O lo ha sido. Unas veces estoy entre los que contemplan inanes; otras, caída en la batalla; otras, empuñando algún que otro fusil (creo que todos han sido de fogueo, pero ahí han estado).

Estamos vivos

Sea como sea, estamos vivos. Otros ya no. Y creo que le debemos a la vida el arrojo de la verdad y de la lucha, pero también la osadía del descanso y de recomenzar de nuevo. Como una mañana de primavera después de una tormenta que te ha empapado. Y tienes que elegir qué te pones hoy. De qué vas a vestirte y cómo para salir de nuevo a la vida. Algo ligero, discreto, alegre ‘ma non troppo’; que no pese mucho; que no me oprima demasiado pero que tampoco tenga que andar redoblándome las mangas o los bajos cada vez que quiera hacer algo. Un vestido que nos permita “ir danzando ante el Señor con todo entusiasmo” (2 Sam 6,14), como David, sin necesitar mucho más.

Y he pensado que quizá algo así también puede ser la Cuaresma recién comenzada: un revestirse y ajustarse el vestido. Porque eso supondrá que antes nos hemos desnudado, nos hemos desprovisto de anteriores ropajes, como Judith, que “se despojó del sayal, se quitó el vestido de luto, se bañó, se ungió con un perfume intenso, se peinó, se puso una diadema y se vistió la ropa de fiesta que se ponía en vida de su marido” (Jud 10,3), aunque haya muerte alrededor.

Y estando en estas me he topado con un precioso poema de Luce López-Baralt que me ha confirmado en esa ascesis recién comenzada de ser felices, “porque Dios nos ha vestido un traje de gala y nos envuelve en un manto de triunfo” (Is 61,10).

Me vestiste de Ti mismo

para poderme amar,

pero me quedaba grande el vestido.

 

Entonces lo ajustaste compasivamente

a mi medida

que en un abrir y cerrar de ojos

fue sin medida.

Tú siempre nos quedas grande, Amigo de la Vida. Pero no dejas de vestirnos y ajustarnos los largos y las sisas. Compasivamente. Las veces que haga falta. Hasta que quedemos bien. Como hacían las madres cuando sabían coser y tan pronto sacaban un disfraz para el colegio de cualquier retal que retocaban el último vestido de rebajas y parecía que lo hubieran hecho para nosotros en persona. Como si diéramos la medida. Ya sé que no la doy, pero tenemos unas semanas por delante para dejar que Él nos convide a salir con un vestido nuevo. En realidad, toda la vida. En un abrir y cerrar de ojos. Porque nos quiere. Y el vestido que nos da, ni Salomón, con toda su gloria, puede compararse. “Y si a la hierba del campo, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, ¿no nos vestirá mejor a nosotros?” (Mt 6,28).