Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

A los 100 años del final de la I Guerra Mundial, ¿hay esperanza para la paz?


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El armisticio

Ayer se celebraron 100 años de la entrada en vigor del Armisticio de Compiègne, el acuerdo que puso fin a la Gran Guerra, que la historia redefiniría como I Guerra Mundial pocas décadas después al llegar la segunda. Firmado a las 5:20 h. de la madrugada en un tren en medio de un bosque en la región francesa que da nombre sería efectivo a las 11:00 h. por aquello de que era también el día 11 del mes 11.

La guerra había empezado formalmente cuatro años atrás, el 28 de julio de 1914. El asesinato en Saravejo Francisco Fernando de Austria prendió la mecha que supondría el final de los imperios alemán, ruso, austrohúngaro y otomano. Aunque lleva el calificativo de mundial porque la implicación política y militar copó desde Japón a Estados Unidos, su escenario fue eminentemente europeo. A la misma mesa en el convoy se sentaron franceses, británicos y alemanes para redactar una serie condiciones que serían también condicionantes para los años venideros.

Fue la primera guerra moderna porque, como califican los historiadores, fue una “guerra total” que, a pesar de la industrialización y las nuevas herramientas tecnológicas no fue rápida ni fugaz, sino que se cobró muchas víctimas y solo se llegará a la paz después de mucho desgaste y lucha desde las trincheras, con lo que eso implica en cuanto a bajas civiles. La guerra provocó un elevado coste demográfico (7,5 millones aproximadamente de muertos civiles y militares) provocando una generación perdida, financiero y económico (con una economía que necesitará para recuperarse una fuerte inversión pública y un control estatal sin precedentes). Aunque esta lección no fue suficiente para Alemania y el resto de Europa.

El recuerdo

París ha recordado la jornada final de la Gran Guerra con un foro global para preservar la paz. 84 jefes de Estado y de Gobierno acudieron a la cita y se hicieron una foto de unidad en el Arco del Triunfo. Algo sobre lo que el presidente Macron elucubró diciendo que “será la foto de un último momento de unidad antes de un nuevo desorden mundial”. Allí estaban juntos los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, o el de Rusia, Vladimir Putin.

La canciller alemana Merkel recordó que “muchos hoy dan la paz por hecho, pero está lejos de ser así”, y aportó el dato de los 222 conflictos violentos que se vivieron el año pasado o los 65,8 millones de refugiados que hay en el mundo –dato que se vuelve más preocupante si subrayamos que más de la mitad de ellos niños–.

También ha estado el rey Felipe VI y el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, intervino hablando sobre el cambio climático y sus implicaciones para la paz. “La fraternidad es uno de los bienes más preciados en política y en la sociedad, pero no se reivindica lo suficiente por los líderes políticos: ponerse en los zapatos de gente que vive a miles de kilómetros y pensar que su suerte también es la nuestra”, señaló. Esperemos los resultados en las políticas europeas y mundiales que nos esperan…

La lección

Desde Roma también el papa Francisco recordó el acontecimiento tras el rezo del ángelus. Este aniversario, señalaba el pontífice, es “una advertencia severa para que todos rechacen la cultura de guerra y busquen todos los medios legítimos para poner fin a los conflictos que aún sangran en varias regiones del mundo”. Palabras que Francisco no se cansa de repetir y que constituyen la esencia de sus grandes mensajes, los de la bendición ‘Urbi et orbi’ de Navidad o Pascua.

Francisco puso el acento en las víctimas, por eso rezó “por todas las víctimas de esa terrible tragedia, digamos con fuerza: ¡Invirtamos en la paz, no en la guerra!”. Más allá de las críticas a la carrera armamentística recordó una afortunada expresión de Benedicto XV que la definió como “masacre inútil”. “Parece que no aprendemos”. Una pena.