Seguros de vida

Alberto Iniesta(Alberto Iniesta– Obispo auxiliar emérito de Madrid) 

“Dios quiere que todos los hombres se salven, ciertamente, pero ¿todos  los hombres queremos salvarnos? Hechos a su imagen y semejanza, Dios respeta nuestra libertad, y puede perdonar el pasado, pero no puede olvidarlo”

Hoy la sociedad tiene seguros para todo: el coche, la vivienda, el viaje, etc. Pero, sobre todo, el más frecuente es el seguro de vida, una expresión que hay que interpretar, pero que, en todo caso, se refiere a la vida terrena y temporal. Pero ahora hay también quienes ofrecen seguros de vida eterna y celestial, y, además, sin ningún coste adicional. Hay profetas que aseguran que todos tenemos asegurada de antemano la salvación y la vida eterna. Es como si dijeran: Se os ha dicho -y aquí podríamos citar las graves advertencias y cautelas de Jesús, de Pablo y el resto del Nuevo Testamento-, pero yo os digo

También yo quisiera y hasta espero que sea verdad esa esperanza, pero no creo que sea cierta -que no es lo mismo- y nadie puede prometerla a nadie en este mundo con fundamento en la revelación y la tradición cristiana, que presupone siempre la libertad y la responsabilidad del hombre hasta el final. Dios quiere que todos los hombres se salven, ciertamente, pero ¿todos  los hombres queremos salvarnos? Hechos a su imagen y semejanza, Dios respeta nuestra libertad, y puede perdonar el pasado, pero no puede olvidarlo; nos perdonará a todos, pero no a todos de la misma manera: a Nerón como a san Pablo; a Diocleciano como a los mártires de Bitinia, a Hitler o Stalin, como al padre Kolbe o a monseñor Romero.

Cuando una mujer acaba de tener un niño, su amor de madre hacia él es ya incondicional, pero confía en que vaya creciendo y se haga un hombre cabal, en plena madurez. Quizá las advertencias de Dios tengan la finalidad de evitar nuestra posible perdición y estimular nuestra maduración en esta vida, preparándonos para la otra, con la ayuda de su gracia. En todo caso, no es Dios el que condena, sino el hombre el que se pierde, dándole la espalda, caminando hacia el infierno de sí mismo, en absoluto silencio, tiniebla y soledad.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.660 de Vida Nueva.

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