Antonio López: el arte de los hijos de Dios

Pintor y escultor

Antonio López, 89 años, camina bien escoltado. A diestra y siniestra, le acompaña un grupo de periodistas que quieren una impresión, un guiño, hacer visible lo invisible, poder acercarse a su risa, tan franca y tan llena de verdad. Es un hombre de lienzo y papel, de trabajar en la fundición, de tratar de arrancarle ese rostro a Dios que tanto se le resiste. Y es un hombre también de palabra.



Al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial volvió a ir con veneración, la de quien admira y se deja sobrecoger por una imagen tan inmensa que le enmudece. Y la del maestro que trata de buscar entre los pupilos, que sabe que siempre habrá materia prima.

El V Observatorio de lo Invisible, un encuentro único –celebrado del 21 al 26 de julio con más de 150 participantes– que tiene al arte y la espiritualidad como protagonistas, le hizo entrar por la puerta grande, aunque el artista de Tomelloso es de los que prefiere calzarse unas sandalias en las que aún se puede vislumbrar el retazo de un pincel o una huella color guinda o albero en la manga de su americana. Para genios, los otros. Él trata de pasar desapercibido, incluso cuando le reconocen y simplemente alguien le quiere estrechar la mano.

Mientras llega, los ojos no paran de dar vueltas porque hay mucho que ver en este Observatorio. Y que oír.

Taller a pleno pulmón

Subimos y bajamos escaleras, y detrás de cada puerta aguarda una sorpresa. La de ver a Ignacio Yepes, por ejemplo, ensayando en la capilla, con su taller a pleno pulmón. Desde el fondo, sentados con la espalda pegada a la pared, vuelven hacia atrás en el tiempo. Al siglo XIII. Se escucha la ‘Cantiga 179’ de Alfonso XI el Sabio. El maestro, que también es flautista y compositor, dirige con las manos y todo el grupo canta como si fuera una sola voz. Repiten una y otra vez con nuestros ojos y las bellísimas pinturas que adornan el techo como testigos mudos. El taller es de voz y de instrumentos también.

El Escorial. Símbolos religiosos. Música

En la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial se guardan los códices que recogen las ‘Cantigas del monarca’, cumbre de la música sacra medieval española.

La puerta entreabierta invita a pasar y detenerse en el taller de bajorrelieve. Los alumnos tienen delante sus obras. El barro, el principio de todo. “Aquí trabajamos a partir de la idea del alumno y disfrutamos de lo que vamos haciendo. Se trata de generar una atmósfera y trabajar con el volumen, sugerir. Y llenarnos de ideas para que cada uno genere su propia expresión y lenguaje alrededor del relieve. Así, cada uno lo hace suyo”, cuenta con una sonrisa Javier Viver, ‘alma mater’ e impulsor de este Observatorio-oasis de creación que se consolida cada nueva edición.

Matilde Olivera es la encargada de guiar a estos artistas o estudiantes de Bellas Artes durante estos días. Para el maestro, “modelar con las manos es casi como volver al momento de la Creación… y aquí lo experimentamos. El barro te habla de quién eres, de tu capacidad, también de tu pobreza. Pasan cosas”, cuenta mientras ya se intuyen rostros, pájaros en pleno vuelo, paisajes, campos…

Los estudiantes de teatro se van encontrando con otra realidad, que quizás es la misma de siempre, pero el entorno, la compañía y los profesores hacen que sea única. Imparten el taller Jesús Barranco y Raúl Marcos. Llevan años de trabajo a la espalda y saben escuchar lo que el cuerpo dice… Por las ventanas se cuela la luz. Los alumnos están fuera, de la mano de san Juan de la Cruz, siempre una certera inspiración. Sus versos, sus experiencias, su vida… todo es aprendizaje y todo es acercamiento a la raíz.

El Escorial. Arte religioso. Encuentro

Más puertas que se abren, como la que guarda las esencias de Niño de Elche. Después de un aplauso, nos colamos dentro. La pizarra está llena de fuego, que es el material con el que trabaja. La llama, el calor, lo que prende, lo que quema. Se enciende y se apaga. Una “f” interminable, que no acaba de arrancar de los labios, que se arrastra, que quiere salir, pero que el alumno juega con dejarla atrapada hasta que la da libertad. Las sílabas, las letras de ese fuego abrasador.

“Es la desintegración de la palabra” dice en voz baja Niño de Elche: ‘Ffffffffu-ego, Fffffue-go, Fffffueg-o, Ffffffffuego’. Que la palabra fuego se entienda o se vaya entendiendo”, apunta sobre esa desintegración, esa desmembración que deja el término en los huesos. “El primer fuego es el que plantea la estructura. Ser fiel a uno mismo, que es prisionero de su planteamiento”, explica. Y, de repente, lanza el guante en forma de pregunta: “¿Quién se atreve a entrar en este juego psicológico?”. Y lo recoge un chaval de pelo ensortijado que va jugando con el fuego sin quemarse, aunque abrase.

Son más de un centenar de estudiantes los que durante una semana han convivido y han vivido intensamente en los talleres. De Poesía (Escribir poesía para ser poesía, de la mano de José Mateos), Música (Al calor de las ‘Cantigas’, con Ignacio Yepes), Danza (Canto a lo divino. Fundamento: por el mundo al revés, con Javiera de la Fuente), Pintura 1 (Belleza interior / Belleza exterior, con Miguel Coronado), Teatro (Entrenamiento y creación en artes vivas a partir de las tres vías de la mística, que imparten ‘El Primo de Saint Tropez’ y Raúl Marcos), Fotografía (Del calor a la fotosensibilidad, de la llama al fotón, con Rosell Meseguer), Expresión vocal (Fuego en la boca, a cargo de Niño de Elche) y Pintura 2 (Pintura y ‘re-enchantment’, con José Castiella).

Constante debate

Y junto a los talleres, charlas y coloquios, como el que tuvo como protagonista a Antonio López para hablar de arte y creación. Pintor y escultor inmenso, su figura se diluye y se afana en no querer ser el eje de nada cuando pone el pie en El Escorial. Los periodistas se arremolinan a su alrededor y él parece estar a gusto. La charla, sin un guion, pero con muchas ganas atropelladas, empieza con cierta profundidad mientras se hace el camino. ¿Es necesario que haya debate entre la belleza y la trascendencia? “Es constante el debate. Es diario. Vivimos en un constante debate”.

Siguiente: ¿La cultura moderna no ha podido relegar, en cierto modo, a la parte más trascendente? Y Antonio López repregunta: “¿Cuál es la parte más trascendente?”. “Para mí, Dios, pero podemos hablar de trascendencia en general”, responde la periodista. “El hombre es el hijo de Dios, y hacer las cosas para el hombre está bien. Todo lo hacemos para nosotros”. ¿La humanidad también es trascendente? Y vuelve el artista a preguntar qué es lo trascendente: “Lo que está más allá de lo sensible, de la materia”, le responden. “¡Qué complicado!”, es la respuesta sin filtros del artista, asombrado por esta mole impresionante, la octava maravilla del mundo: “Me parece impresionante este edificio, tan original. No se parece a ningún otro de la época”, dice el pintor con admiración.

¿Qué les diría a los alumnos que vienen a pasar una semana de sus vidas al Observatorio de lo Invisible? “Les podría decir muchísimas cosas. Depende de la cara que tengan, de cómo los veas. No existe una receta”. Y rompe a reír. ¿Del alumno se aprende? “Yo siempre aprendo. Me gusta estar con la gente, eso es lo primero. No vengo a enseñar, sino porque me parece bonito volver a El Escorial y estar entre un grupo de personas. He hecho muchos talleres. Remueve algo dentro de mí y creo que puede ser útil”. Y vuelve la risa de nuevo.

El pintor con un alumno en el Observatorio delo Invisible de El Escorial

¿Para qué sirve hoy el artista? “A mí, el arte bueno me vale. No hacerlo, verlo. No seré el único en la tierra que lo piense. Hay otras cosas, como la música popular, que interesan e ilusionan a la gente y que va a ellas para disfrutar, pero no creo que el arte esté hecho para disfrutar. Y sí, pienso que nos mejora, pero el bueno. El arte es muy antiguo, más antiguo que El Escorial. El hombre siempre lo ha hecho desde que vivía en las cuevas, mediante la pintura, esculpiendo”.

Antonio López hace un alto y posa con una sonrisa que se le escapa. El sol empieza a no dar tregua y, por eso, buscamos un lugar donde pueda sentarse. Y allí vuelve a explayarse, con gente que le flanquea mientras otros se sientan directamente en el suelo para no perder una coma de sus palabras. “El artista no tiene que ser necesariamente buena persona. Es inteligente y sensible, pero no siempre se está ante una buena persona. No se puede generalizar. Hay gente extraordinaria, que hace mucho por los demás y no sale en los medios, y quienes hacen arte y hay que tener mucho cuidado con ellos, pero eso no quiere decir que rebaje su obra. No podemos caer en esas cosas tan infantiles… ¿Qué tiene que ver que Picasso tuviera la vida que tuvo con que fuera un creador extraordinario? Está muy mal portarse mal, seas artista o no”.

Lo bueno y lo malo

Antonio López vuelve, casi al origen, a lo rupestre, a Fidias, y después cita a Velázquez, a quien siempre ha considerado su maestro. Él empezó a pintar a los 13 años. Quién sabe por qué. Después lo convirtió en su profesión, cuenta. Dice que hasta el siglo XIX había un lenguaje común: “El bueno era quien lo hacía mejor y el malo, el que lo hacía peor. Hoy existen tantas formas de hacer arte, mezclando lo bueno y lo malo, que es casi imposible detectarlo. Van Gogh le pareció un mal artista a sus contemporáneos. El arte moderno, desde su nacimiento, ha creado bastante confusión porque se están haciendo cosas fuera de lo normativo. Quién decide qué arte no pasa la criba. Hay muchos censores dispuestos a decidir, pero ¿tenemos que fiarnos de ellos? No hay una fórmula que identifique y distinga lo válido de lo inútil. Ya lo quisiéramos, nos ahorraríamos mucho trabajo. Estamos trabajando en ese espacio de dudas permanentes”.

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