El Vaticano se hace presente en la cumbre de la ONU en Sevilla reclamando “la condonación de la deuda ecológica”

  • El Dicasterio del Desarrollo Humano Integral lamenta “una larga historia de desigualdades, explotación y dependencias estructurales” entre el Norte y el Sur
  • Herencia del “colonialismo”, estamos ante un “círculo vicioso” en el que “el pago de los intereses drena recursos públicos esenciales” que deberían destinarse la sanidad o la educación

Cumbre ONU Sevilla

Desde este lunes 30 junio al jueves 3 de julio, Sevilla acoge la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de la ONU. Un evento clave y en el que la Iglesia se está volcando, de la mano de numerosas entidades del ámbito civil, a la hora de clamar por “una economía con rostro humano”.



En este sentido, han resonado con fuerza estos días dos importantes mensajes eclesiales. El primero, un comunicado conjunto difundido el pasado 12 de junio y que firmaron la Conferencia Episcopal Española (a través de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana, la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social y el Departamento de Ecología Integral); el Arzobispado de Sevilla; la plataforma Enlázate por la Justicia (que integra a Cáritas, CONFER, Justicia y Paz, Manos Unidas y REDES); la delegación española del movimiento La Economía de Francisco y la Universidad Loyola.

El segundo, el informe de una comisión jubilar creada por el papa Francisco antes de su muerte y que encargó a 30 economistas de prestigio mundial plantear propuestas para el fin de deudas inasumibles por parte de los países empobrecidos. El mismo vio la luz el 20 de junio, en la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, bajo el epígrafe ‘Una hoja de ruta para abordar las crisis de deuda y desarrollo y sentar las bases financieras de una economía mundial sostenible y centrada en las personas’. Ratificado por esa treintena de economistas, a estos los encabezan, como coautores del texto, el estadounidense Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001 y catedrático de la Universidad de Columbia, y Martín Guzmán, exministro de Economía de Argentina (entre 2019 y 2022), y docente en la misma universidad norteamericana.

La tercera gran aportación eclesial es un documento del Dicasterio de Desarrollo Humano Integral y que pone el acento en la exigencia de “la condonación de la deuda ecológica”. Y todo en base a un argumento de peso: mientras que los países más potentes a nivel económico e industrial son los más contaminantes, los más empobrecidos son los que más sufren las consecuencias climáticas de esa rapiña contra el planeta.

A escala global

Haciendo hincapié en el mal que suponen “las injusticias medioambientales que se producen a escala global”, se explica que, “a lo largo de la historia, los países más industrializados han sido responsables de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, contribuyendo así al conocido fenómeno del calentamiento global”.

Además, estas grandes potencias “han construido su prosperidad mediante la explotación intensiva de los recursos naturales presentes en los territorios de los países en vías de desarrollo, a menudo en detrimento de las comunidades y de los ecosistemas locales”.

Precisamente, “este desequilibrio ha dado lugar a una serie de consideraciones que señalan que los países en vías de desarrollo poseen, en relación con los países más industrializados, un verdadero crédito ecológico que debería compensar, al menos en parte, la deuda financiera que soportan”.

Dos realidades interconectadas

Para ayudar a paliar esa situación, “una medida concreta podría ser la implementación de mecanismos de reestructuración de la deuda, reconociendo la existencia de dos formas de deuda interconectadas que caracterizan la actualidad: una de naturaleza económica y otra de naturaleza medioambiental”.

Mecanismos que “podrían desarrollarse aún más en el marco de la necesaria reforma de los sistemas financieros multilaterales, para lograr una mayor coherencia con los objetivos de erradicación de la pobreza y protección de la creación”.

Cumbre ONU Sevilla

En este punto del mensaje se recuerda que el papa Francisco, en la bula en la que convocó el Jubileo, “reanudó la tradición jubilar de la remisión de las deudas, instando a la condonación de las deudas a los países más desfavorecidos”. Además, llamó a “la implementación de una nueva arquitectura financiera internacional que reconozca el crédito ecológico de los países en vías de desarrollo”. Y es que “deuda financiera y deuda ecológica son dos caras de la misma moneda”.

Hipotecan el futuro

Hasta el extremo de que la deuda financiera y la ecológica se presentan como “dos dimensiones intrínsecamente entrelazadas” que, en definitiva, “hipotecan el futuro” de la humanidad. Partiendo de la base de que “reflejan relaciones de poder desequilibradas entre el Norte y el Sur del mundo”, ambas están “arraigadas en una larga historia de desigualdades, explotación y dependencias estructurales”.

El Dicasterio de Desarrollo Humano Integral acude a la Historia para constatar que “la crisis de la deuda que actualmente afecta a una gran parte de los países en vías de desarrollo tiene sus raíces en el legado del colonialismo. Tras obtener la independencia durante el siglo XX, muchos estados se vieron obligados a hacer frente a deudas pendientes y a recurrir a nuevos préstamos para garantizar los servicios esenciales y las infraestructuras básicas”.

Esta situación “ha generado una dependencia crónica de las principales instituciones financieras internacionales, lo que ha contribuido al fenómeno conocido como la ‘trampa de la deuda’: un círculo vicioso en el que el pago de los intereses drena recursos públicos esenciales que deberían destinarse, por ejemplo, a servicios básicos como la sanidad y la instrucción, lo que obstaculiza el logro de un desarrollo autónomo”.

Compleja y difícil de cuantificar

En cuanto a la “deuda ecológica”, esta es “compleja y difícil de cuantificar”. Pero valga para la reflexión este dato: “Casi el 80% de las emisiones históricas acumuladas procedentes de combustibles fósiles y del cambio de uso del suelo provienen de los países del G20, siendo las mayores contribuciones de China, Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que los países menos desarrollados han contribuido con un 4%. Este dato muestra una profunda desigualdad en la distribución tanto de las causas como de los efectos del cambio climático”.

Ante el drama por el que “las poblaciones que menos han contribuido a originar la crisis climática son, en la actualidad, las que sufren las consecuencias más graves”, el organismo vaticano enumera algunas de estas: “La escasez de agua, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y los desplazamientos forzados causados por fenómenos climáticos extremos y por el progresivo deterioro de los ecosistemas afectan especialmente a las comunidades del Sur del mundo, que ya enfrentan importantes vulnerabilidades estructurales”.

Así, “privadas de los recursos financieros y de las infraestructuras necesarias para adaptarse o reaccionar, estas poblaciones soportan los costes más elevados de una crisis que no han contribuido a generar”. Una situación, esta, que también pide mirar con lupa la llamada “transición verde y digital”, siendo un hecho que estamos ante “un factor de suma importancia que agrava la deuda ecológica”. Y es que, “si bien se presenta como una respuesta sostenible a la crisis medioambiental, esta transformación tecnológica e industrial corre el riesgo de replicar, en lugar de superar, la lógica extractiva y las desigualdades estructurales que han marcado históricamente las relaciones entre el Norte y el Sur del mundo”.

Nuevas presiones extractivas

La razón es que “el incremento de la demanda global de materias primas fundamentales ha generado nuevas presiones extractivas, las cuales se concentran principalmente en los territorios del Sur global, que a menudo carecen de protecciones ambientales y sociales adecuadas. Hay ecosistemas enteros que se ven comprometidos a satisfacer la demanda de las cadenas de producción que abastecen los mercados de los países más prósperos, que siguen obteniendo los principales beneficios económicos, mientras que el coste ambiental y humano recae sobre las comunidades locales”. De ahí que, para “comprender el sentido de la deuda ecológica”, urja “una perspectiva de justicia, responsabilidad y solidaridad”.

Por todas estas rezones, “la Iglesia ha presentado la petición de condonación de la deuda a los países más pobres, no como un acto de mera generosidad y solidaridad, sino como un acto de justicia, basada en la conciencia de los desequilibrios sistémicos y de las relaciones económicas profundamente asimétricas entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo”.

Ahondando en la senda de la Doctrina Social de la Iglesia, “el compromiso de la Iglesia católica con el reconocimiento de la deuda ecológica se traduce en una invitación concreta a construir una nueva alianza entre los pueblos, basada en una reforma profunda de las normas económicas y en un modelo de desarrollo humano integral verdaderamente sostenible, capaz de conjugar el cuidado de la creación, la justicia ambiental y la promoción de la paz”.

De este modo, “a la propensión humana de acumular, competir y hacer valer sus propias razones, se opone así una exigencia más humana de reconocer la deuda que cada uno tiene con el Creador y con las criaturas, sin las cuales no existiría ningún éxito”. Algo que “exige un profundo cambio de rumbo” e “interpela la conciencia de personas creyentes y no creyentes”.

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