Antonio Cañizares: “Benedicto XVI era un tertuliano incansable, se nos pasaban las horas volando”

El cardenal Cañizares, en una foto de archivo arzobispo de Valencia Antonio

Nunca ha presumido de su amistad con Benedicto XVI ni ha aireado sus encuentros con él. No le ha hecho falta. Porque los hechos hablan por sí solos. Fue el único español en el que el Papa alemán confío como prefecto en uno de los ‘ministerios’ clave de su pontificado: la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Aquella aventura romana del cardenal Antonio Cañizares, entre 2008 y 2014, consolidó una relación de amistad que se forjó durante varias décadas antes cuando ambos trabajaron mano a mano en otra obra ingente del legado de Ratzinger previo a llegar a la sede de Pedro: el Catecismo.



PREGUNTA.- Dibuje un retrato a mano alzada de Benedicto XVI.

RESPUESTA.- Ha sido un hombre sabio, sencillo y santo. Cuando fue elegido Papa, se presentó como “un humilde obrero en la Viña del Señor” y se empeñó en ser un “cooperador de la verdad”, tal y como reza en su lema episcopal. Así fue su pontificado: nos confirmó en la verdad. Le conocí en Viena, en un encuentro de las Conferencias Episcopales Europeas, al que yo en principio no tenía que acudir, pero me lo pidió el entonces obispo de Segovia, Antonio Palenzuela. A partir de ahí se comenzó a forjar una relación que, por mi parte, puedo calificar de colosal. Puedo decir que es un hombre del que he aprendido todo. Lo recordábamos en la larga y sincera conversación que mantuvimos hace un año. En ese momento, recordamos cómo nos unió el complejo, pero enriquecedor trabajo para sacar adelante el Catecismo de la Iglesia Católica, uno de los grandes legados de Joseph Ratzinger antes que se le apreciara como Papa.

Un profundo legado

P.-¿Cómo pasará a la Historia?

R.- En una ocasión, el filósofo Gabriel Albiac, que es de mi pueblo, me dijo: “Cuidad al Papa Benedicto XVI, porque es el mayor intelectual que ha tenido en el siglo XX, no solo la Iglesia, sino todo el mundo”. Siempre he valorado esta reflexión, en tanto que venía de un pensador agnóstico que no tenía ninguna necesidad de regalarme los oídos.

P.- ¿Cree que la Iglesia ha cuidado lo suficiente a Benedicto XVI como le pedía Albiac?

R.- Le teníamos que haber cuidado y reconocido todavía más. Porque él quería y apreciaba mucho a España y lo manifestó, no solo con los tres viajes que protagonizó a nuestro país como pontífice. Mucho antes, nos seguía de cerca. Recuerdo cuando sacamos adelante en la Conferencia Episcopal un documento sobre la confirmación, siendo yo secretario de la Comisión para la Doctrina de la Fe. Nos llamó personalmente para valorarlo y mostrar su interés en que se conociera en otros Episcopados.

Con esa misma naturalidad, a los cuatro días de mi nombramiento como obispo de Ávila, tuve que viajar a Roma como secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe para reunirme con él. No pudo ser más cariñoso. En apenas diez minutos despachamos los temas pendientes y dedicó el resto de nuestro encuentro a animarme en mi nueva misión: “Ya sabe, Ávila es conocida en todo el mundo, no solo por su muralla, sino sobre todo por dos grandes santos, santa Teresa y san Juan de la Cruz. Los dos tenían un pilar en común: ‘Solo Dios’. Ese debe ser el horizonte de su Episcopado. Más aún, debe ser el horizonte de todos los obispos. Más aún, debe ser el horizonte de toda la Iglesia”.

En mi último encuentro con él, volvió sobre esa conversación: “¿Qué le dije yo cuando le nombraron obispo de Ávila? Solo Dios. No me equivoqué en el horizonte a seguir, sigo pensando igual”. En estos diez años de retiro y vida contemplativa, nos ha enseñado que solo Dios es lo realmente necesario para vivir. Solo con Dios es posible un mundo nuevo, solo la fe en Dios cambiará la realidad, no los revolucionarios.

P.- ¿Qué faceta del Benedicto más cercano destacaría?

R.- Es un tertuliano incansable. Puedes estar dialogando con él durante horas y se pasan volando. Agradabilísimo. También es un hombre de una enorme cercanía y muchísimo sentido del humor. Muchísimo. En aquellas sesiones largas de elaboración para el Catecismo, siempre tenía algún chiste que contarnos en los recesos a los colaboradores. Ahí se mostraba el Ratzinger más coloquial. En el equipo también estaba José Manuel Estepa, nuestro cardenal castrense, y no dudaba en dirigirse a él para pedir su opinión diciéndole, cuando quería que diera un paso al frente ante algún problema delicado, para quitarle hierro: “¿Qué piensa, mi general?”. Estepa respondía siempre con precisión y él le suscribía: “¿Ve como tiene que dar su opinión, mi general?”.

Santo y doctor

P.- Ha definido a Benedicto XVI como santo, pero hay quien le sitúa ya en la galería de los doctores de la Iglesia.

R.- Santo y doctor. Es un especialista en los Santos Padres de la Iglesia, así como en los grandes teólogos de los comienzos de la Edad Media. Pocos como él, conocen tan a fondo a san Agustín, san Buenaventura y santo Tomas de Aquino. También ha profundizado en las demás religiones, especialmente en el judaísmo y, tanto es así, que es apreciadísimo por los judíos. ¡No te imaginas con que cuidado se abordaba cada punto del Catecismo para que las fórmulas que se incluían fueran aceptadas!

No podemos obviar tampoco cómo ha desarrollado el diálogo fe y razón, como se puso de manifiesto en la encíclica ‘Fides et Ratio’ que Juan Pablo II escribió a los 20 años de su pontificado, y en la que Ratzinger tuvo mucho que ver. También destacaría, como otro elemento a tener en cuenta en un futuro doctorado, ‘Dominus Iesus’, la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe firmada por él como prefecto, que es una cristología impecable. Hay quien vio este texto como un documento ecuménico, pero su origen está en una conversación que mantuvimos él y yo con un cardenal. Nos expresó muy alarmado su preocupación por lo que estaba sucediendo en África y Asia: los misioneros estaban llevando a cabo una impagable e ingente labor social y de promoción humana, pero sin anunciar con claridad a Jesucristo. Consciente de la gravedad de la situación, puso en marcha esta declaración que subrayara la singularidad del anuncio: Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre, presente y actuante en la Iglesia y a través de la Iglesia en la misión.

P.- ¿Qué queda de aquella imagen que se tenía de él como un hombre con mano de hierro?

R.- Nunca fue así. Siempre ha tenido profundas y firmes convicciones, pero nunca le he visto imponer ni imponerse. Al contrario, disfrutaba en el diálogo y del debate, aun sabiendo perfectamente donde está la verdad. Se dejaba interpelar constantemente por lo que otros decían, escuchaba muchísimo, un gesto de aprendizaje constante. En la última sesión que tuvimos en Doctrina de la Fe siendo el prefecto, le pedimos que hiciese un libro en el que recogiera todas las introducciones a los temas que había dado durante tantos años, porque eran auténticas catequesis para cualquiera. Finalmente aceptó.

P.- Francisco y Benedicto XVI: ¿dos polos opuestos?

R.- Eso no es verdad. No hay ruptura alguna, todo lo contrario. Francisco es continuidad de Benedicto. Los dos son Papas de ese ‘solo Dios’, de las bienaventuranzas, de la misericordia, del amor de Dios. Son notas fundamentales que les unen a los dos. Estoy convencido de que Francisco pasará a la historia como el Papa de la Ecología Integral. Unos días después de publicar Laudato si’, me imponía el palio arzobispal de Valencia y le felicité por su audacia: “Santo Padre, es una encíclica revolucionaria”. Y así lo considero, porque aterriza la revolución del amor que Benedicto XVI abordaba en ‘Caritas in veritate’. Efectivamente, lees los dos documentos magisteriales y constatas esa continuidad. ¡Qué mayor signo de continuidad y comunión que el gesto de humildad de Francisco de firmar Lumen Fidei, que asumió como propia rematándola a cuatro manos! Es un gesto histórico que habla de la fraternidad entre ambos Papas.

Querría destacar especialmente la humildad de Francisco, que habla siempre de Benedicto XVI como un maestro y él se presenta como discípulo. Y, sobre todo, ha quedado demostrado el cuidado y el cariño mutuo en estos días. Francisco ha estado al lado de Benedicto XVI en todos estos años y, especialmente en estos días tan difíciles de la agonía y de su fallecimiento. Y no lo ha hecho por obligación, sino porque verdaderamente le aprecia y le quiere. Eso se nota.

No se bajó de la Cruz

P.- Ahora se valora la renuncia de Benedicto XVI, pero, cuando anunció su retirada, algunos le cuestionaron y él mismo tuvo que aclarar que no se bajaba de la Cruz…

R.- Fue un gesto de extrema valentía que ninguno supimos descifrar antes. El último día que me reuní con él como prefecto para el Culto Divino me dejó caer algunos mensajes que yo no supe vincular con su renuncia, cuando en realidad me lo estaba verbalizando. Me manifestó su cansancio, me insistió una vez más en la kénosis e, incluso, me llegó a comentar que a Río de Janeiro tenía que ir un Papa, pero que él no se veía en condiciones para viajar. Pero yo no me di cuenta de lo que en realidad me estaba diciendo.

P.- ¿Cómo vivió aquel momento?

R.- Con mucha emoción y unido personalmente y en oración al Santo Padre. De aquel día, recuerdo la inmediata llamada del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para verificar que lo que estaba escuchando era cierto. Se lo confirmé y él me dijo: “Con su decisión, nos está dando toda una lección a los políticos. ¿Puedo escribir al Papa?”. “Puede y debe hacerlo”, le sugerí. Y sé que tuvieron un intercambio de cartas. Además, se qué Rodríguez Zapatero se quedó con las ganas de haber tenido una relación personal mayor con Benedicto XVI para debatir con él sobre la verdad. Frente a “la verdad os hará libres”, el presidente siempre ha sido un convencido de que “la libertad nos hará verdaderos”. Habría sido muy enriquecedor haber presenciado ese diálogo que nunca se dio.

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