Francisco reza en la Misa del Gallo para “que Dios nos conceda ser una Iglesia adoradora, pobre y fraterna”

Para el Pontífice, la Navidad “nos recuerda qué importante es dar dignidad al hombre con el trabajo, pero también dar dignidad al trabajo del hombre”

El papa Francisco ha presidido la eucaristía de Medianoche –la conocida como Misa del Gallo– de Navidad adelantada a las 19:30 h. por la situación sanitaria, ante un buen número de fieles en el altar de la Confesión de la Basílica del San Pedro. La de esta Nochebuena ha sido la primera celebración relativamente numerosa –aunque con distancia de seguridad– desde que empezara la pandemia del coronavirus. Una misa en la que se ha estrenado en las grandes celebraciones el nuevo maestro de las ceremonias pontificias, Diego Ravelli.



Una celebración concelabrada por un grupo de cardenales, obispos y unos 160 sacerdotes en la que se han mantenido ritos como el anuncio de la Navidad con el canto de la Calenda antes de la misa –este año dentro de un amplio momento de oración a partir de las indicaciones del Martilogio– o la veneración del Niño Jesús tras quitar el Papa el paño que lo cubría. Se han mantenido otros ritos propios como las colocación del libro de ls Evangelios junto a la imagen de Jesús o el hecho de arrodillarse en el Credo cuando se proclama el misterio de la Encarnación. Tan solo se ha omitido el gesto de la paz. Tras la ausencia del año pasado, han vuelto un grupo de niños –en esta ocasión de Italia, India, México, Congo y Cora– a participar en la procesión y en la ofrenda floral al Niño. También se ha colocado durante el canto del gloria la figura de Jesús en el belén peruano de la Plaza de San Pedro.

Dios en la pequeñez

En la homilía, el Papa ha comentado el detalle de que el ángel “indica a los pastores cómo encontrar a Dios que ha venido a la tierra”, el “signo: un niño. Eso es todo: un niño en la dura pobreza de un pesebre. No hay más luces, ni resplandores, ni coros de ángeles. Sólo un niño. Nada más”. El evangelio, apuntó Francisco, pasa de la grandeza de un emperador “a Belén, donde no hay nada grande, sólo un niño pobre envuelto en pañales, con unos pastores a su alrededor. Allí está Dios, en la pequeñez”.

“Este es el mensaje: Dios no cabalga en la grandeza, sino que desciende en la pequeñez. La pequeñez es el camino que eligió para llegar a nosotros, para tocarnos el corazón, para salvarnos y reconducirnos hacia lo que es realmente importante”, recalcó el Papa. “Vayamos más allá de las luces y los adornos y contemplemos al Niño. En su pequeñez es Dios. Reconozcámoslo: ‘Niño, Tú eres Dios, Dios-niño’. Dejémonos atravesar por este asombro escandaloso”, añadió. Así, prosiguió Francisco, “Aquel que abraza al universo necesita que lo sostengan en brazos. Él, que ha hecho el sol, necesita ser arropado. La ternura en persona necesita ser mimada. El amor infinito tiene un corazón minúsculo, que emite ligeros latidos. La Palabra eterna es infante, es decir, incapaz de hablar. El Pan de vida debe ser alimentado. El creador del mundo no tiene hogar. Hoy todo se invierte: Dios viene al mundo pequeño. Su grandeza se ofrece en la pequeñez”.

La gracia de la pequeñez

Para el Papa “el desafío de Navidad” es que “Dios se revela, pero los hombres no lo entienden. Él se hace pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal. El Altísimo indica la humildad y nosotros pretendemos brillar. Dios va en busca de los pastores, de los invisibles; nosotros buscamos visibilidad. Jesús nace para servir y nosotros pasamos los años persiguiendo el éxito. Dios no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior”. Por ello invitó a los fieles a pedir “la gracia de la pequeñez”. Esto implica, para el pontífice, “creer que Dios quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo”. Por ello, alentó: “dejemos atrás los lamentos por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas y a las caras largas, a la ambición que deja insatisfechos”.

Francisco recordó que Jesús viene “cuando nos sentimos débiles, frágiles, incapaces, incluso fracasados”. A quienes viven en “la oscuridad de la noche”, “esta noche Dios responde”, aseguró Francisco. Y responde diciendo: “Te amo tal como eres. Tu pequeñez no me asusta, tus fragilidades no me inquietan. Me hice pequeño por ti. Para ser tu Dios me convertí en tu hermano. Hermano amado, hermana amada, no me tengas miedo, vuelve a encontrar tu grandeza en mí. Estoy aquí para ti y sólo te pido que confíes en mí y me abras el corazón”.

Abrazar a los pequeños

El pontífice pidió, también “abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; es decir, amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Ellos son los que más se parecen a Jesús, que nació pobre”. “Que en esta noche de amor nos invada un único temor: herir el amor de Dios, herirlo despreciando a los pobres con nuestra indiferencia. Son los predilectos de Jesús, que nos recibirán un día en el cielo”, deseó poniendo el ejemplo de los pastores en Belén. “Jesús nace allí, cerca de ellos, cerca de los olvidados de las periferias. Viene donde la dignidad del hombre es puesta a prueba. Viene a ennoblecer a los excluidos y se revela sobre todo a ellos; no a personajes cultos e importantes, sino a gente pobre que trabajaba”.

En sintonía con esto último, destacó que “esta noche, Dios viene a colmar de dignidad la dureza del trabajo. Nos recuerda qué importante es dar dignidad al hombre con el trabajo, pero también dar dignidad al trabajo del hombre, porque el hombre es señor y no esclavo del trabajo. En el día de la Vida repitamos: ¡No más muertes en el trabajo! Y esforcémonos por lograrlo”.

Finalmente exhortó: “Volvamos a Belén, volvamos a los orígenes: a lo esencial de la fe, al primer amor, a la adoración y a la caridad. Contemplemos a los magos que peregrinan y como Iglesia sinodal, en camino, vayamos a Belén, donde Dios está en el hombre y el hombre en Dios; donde el Señor está al centro y es adorado; donde los últimos ocupan el lugar más cercano a Él; donde los pastores y los magos están juntos en una fraternidad más fuerte que cualquier clasificación”. “Que Dios nos conceda ser una Iglesia adoradora, pobre y fraterna. Esto es lo esencial”, deseó.

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