El ‘recado’ del Papa a la Curia en Navidad: humildad, humildad y humildad

  • “Todos, despojados de nuestros ropajes, prerrogativas, cargos y títulos, somos leprosos necesitados de curación”, afirma Francisco en su tradicional felicitación navideña a cardenales y superiores romanos
  • El Pontífice recuerda que “la organización a implementar no es de tipo corporativa, sino evangélica”

El papa Francisco en su mensaje de Navidad a la curia romana

Francisco ha recibido a los miembros de la Curia romana para felicitarles, a su manera, la Navidad. Y es que los buenos deseos del Papa van siempre acompañados de un cariñoso tirón de orejas. “Tenemos oportunidad de encontrarnos a pocos días de la Navidad. Es un modo para manifestar nuestra fraternidad ‘en voz alta’ por medio de las felicitaciones navideñas, pero es también un momento de reflexión y de revisión, para que la luz del Verbo, que se hace carne, nos haga ver cada vez mejor quiénes somos y cuál es nuestra misión”, ha comenzado advirtiendo.



Con las paredes del Palacio Apostólico del Vaticano como testigo, el Pontífice les ha dirigido esta mañana un extenso discurso basado en una palabra: humildad. “El misterio de la Navidad es el misterio de Dios que viene al mundo por el camino de la humildad; y este tiempo parece haber olvidado la humildad, o haberla relegado a una forma de moralismo, vaciándola de la fuerza desbordante que posee”, ha afirmado.

Pero “si tuviéramos que expresar todo el misterio de la Navidad en una palabra, pienso que la palabra humildad es la que más podría ayudarnos. Los Evangelios nos hablan de un entorno pobre, sobrio, inapropiado para acoger a una mujer que está por dar a luz. Sin embargo, el Rey de reyes no viene al mundo llamando la atención, sino suscitando una misteriosa atracción en los corazones de quienes sienten la presencia desbordante de una novedad que está por cambiar la historia. La humildad ha sido su puerta de entrada y nos invita a atravesarla”, ha agregado.

El ejemplo de Naamán el sirio

Como ha confesado Jorge Mario Bergoglio, “no es fácil entender qué es la humildad; es el resultado de un cambio que el mismo Espíritu obra en nosotros por medio de la historia que vivimos”. En este sentido, el Papa se ha detenido en la figura de Naamán el sirio (cf. 2 Re 5) para recordar que, “a veces, los grandes dones son la armadura para cubrir grandes fragilidades”.

“Uno no puede pasar la vida escondiéndose detrás de una armadura, de un rol, de un reconocimiento social. Llega un momento, en la existencia de cada uno, en el que se siente el deseo de no vivir más detrás del revestimiento de la gloria de este mundo, sino en la plenitud de una vida sincera, sin más necesidad de armaduras y de máscaras”, ha señalado. “Nada de fama, honor, oro ni plata. La gracia que salva es gratuita, no se reduce al precio de las cosas de este mundo”, ha remarcado.

Según ha expresado Francisco, “la Navidad es el tiempo en el que cada uno ha de tener la valentía de quitarse la propia armadura, de desprenderse de los ropajes del propio papel, del reconocimiento social, del brillo de la gloria de este mundo, y asumir su misma humildad”. “Todos, despojados de nuestros ropajes, prerrogativas, cargos y títulos, somos leprosos necesitados de curación. La Navidad es la memoria viva de esta certeza”, ha sentenciado. Y es que, “si olvidamos nuestra humanidad vivimos solo de los honores de nuestras armaduras”.

Contra la “peligrosa tentación de la mundanidad espiritual”

En este sentido, el Pontífice ha aludido, una vez más, a la “peligrosa tentación de la mundanidad espiritual, que a diferencia de todas las otras tentaciones es difícil de desenmascarar, porque está cubierta de todo lo que normalmente nos da seguridad: nuestro cargo, la liturgia, la doctrina, la religiosidad”.

Tal y como lo ha indicado el Papa, “la humildad es la capacidad de saber habitar sin desesperación, con realismo, alegría y esperanza, nuestra humanidad; esta humanidad amada y bendecida por el Señor. La humildad es comprender que no tenemos que avergonzarnos de nuestra fragilidad. Sin humildad buscaremos seguridades, y quizás las encontraremos, pero ciertamente no encontraremos lo que nos salva, lo que puede curarnos. Las seguridades son el fruto más perverso de la mundanidad espiritual, que revelan la falta de fe, esperanza y caridad”.

“Todos sabemos que lo contrario de la humildad es la soberbia –ha continuado–. El Profeta Malaquías usa una imagen sugestiva que describe bien la soberbia: es como paja. Entonces, cuando llega el fuego, la paja se convierte en cenizas, se quema, desaparece. Y nos dice también que quien vive apoyándose en la soberbia se encuentra privado de las cosas más importantes que tenemos: las raíces y las ramas”.

Para el Papa, “las raíces hablan de nuestra relación vital con el pasado del que tomamos la savia para poder vivir en el presente. Las ramas son el presente que no muere, sino que se convierte en el mañana, se vuelve futuro. Estar en un presente que no tiene más raíces ni ramas significa vivir el final. Así el soberbio, encerrado en su pequeño mundo, no tiene más pasado ni futuro, no tiene más raíces ni ramas y vive con el sabor amargo de la tristeza estéril que se adueña del corazón”.

Recordar y generar

En cambio, “el humilde vive guiado constantemente por dos verbos: recordar y generar, fruto de las raíces y de las ramas, y de este modo vive la alegre apertura de la fecundidad”. “Recordar significa etimológicamente ‘traer al corazón’. La memoria vital que tenemos de la Tradición, de las raíces, no es un culto del pasado, sino un gesto interior por medio del cual traemos constantemente al corazón aquello que nos ha precedido, aquello que ha atravesado nuestra historia, aquello que nos ha conducido hasta aquí”.

Pero “para que recordar no se convierta en una prisión del pasado, necesitamos otro verbo: generar. Al humilde no solo le interesa el pasado, sino también el futuro, porque sabe mirar hacia adelante, sabe contemplar las ramas con la memoria llena de gratitud. El humilde genera, invita y empuja hacia aquello que no se conoce; el soberbio, en cambio, repite, se endurece y se encierra en su repetición, se siente seguro de lo que conoce y teme a lo nuevo porque no puede controlarlo, lo hace sentir desestabilizado, porque ha perdido la memoria”, ha aseverado.

Y ha agregado: “El humilde acepta ser cuestionado, se abre a la novedad y lo hace porque se siente fuerte gracias a lo que lo precede, a sus raíces, a su pertenencia. Su presente está habitado por un pasado que lo abre al futuro con esperanza. A diferencia del soberbio, sabe que sus méritos no son principio y fundamento de su existencia; por eso es capaz de tener confianza”.

“Todos nosotros estamos llamados a la humildad porque estamos llamados a recordar y a generar, estamos llamados a volver a encontrar la relación justa con las raíces y con las ramas; sin ellas estamos enfermos y destinados a desaparecer”, ha señalado, para luego rematar: “Sin humildad no podemos encontrar a Dios ni experimentar la salvación”, tampoco “encontrar al prójimo, al hermano y a la hermana que viven a nuestro lado”.

El Sínodo de la Sinodalidad

Recordando el inicio del camino sinodal el pasado 17 de octubre, el Papa ha vuelto a incidir en que “solo la humildad puede ponernos en condiciones de encontrarnos y escuchar, de dialogar y discernir. Si cada uno se queda encerrado en sus propias convicciones, en sus propias experiencias, en la coraza de sus propios sentimientos y pensamientos, es difícil dar cabida a esa experiencia del Espíritu”.

“¡’Todos’ no es una palabra que pueda ser malinterpretada! El clericalismo, que como tentación serpentea a diario entre nosotros, nos hace pensar siempre en un Dios que le habla solo a algunos, mientras que los demás solo deben escuchar y ejecutar. El Sínodo es la experiencia de sentirnos todos miembros de un pueblo más grande: el santo Pueblo fiel de Dios y, por tanto, discípulos que escuchan y, precisamente por esa escucha, pueden comprender también la voluntad de Dios, que se manifiesta siempre de manera imprevisible”, ha remarcado.

Sin embargo, “sería un error pensar que el Sínodo es un acontecimiento reservado a la Iglesia como entidad abstracta, alejada de nosotros. La sinodalidad es un estilo al que debemos convertirnos, sobre todo nosotros que estamos aquí y que vivimos la experiencia del servicio a la Iglesia universal a través de nuestro trabajo en la Curia romana”, ha añadido.

Como ha expresado el Pontífice, “la Curia no es solo un instrumento logístico y burocrático para las necesidades de la Iglesia universal, sino que es el primer órgano llamado a dar testimonio, y por eso mismo adquiere más autoridad y eficacia cuando asume personalmente los retos de la conversión sinodal a la que también está llamada”. “La organización que debemos implementar no es de tipo corporativa, sino evangélica”, ha puntualizado.

Por ello, “si la Palabra de Dios le recuerda al mundo el valor de la pobreza, nosotros, miembros de la Curia, debemos ser los primeros en comprometernos a una conversión a la sobriedad. Si el Evangelio proclama la justicia, nosotros debemos ser los primeros en intentar vivir con transparencia, sin favoritismos ni grupos de influencia. Si la Iglesia sigue el camino de la sinodalidad, nosotros debemos ser los primeros en convertirnos a un estilo diferente de trabajo, colaboración, comunión; y esto solo es posible a través de la humildad”, ha subrayado.

Participación, comunión y misión

En relación al título de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión‘, Bergoglio ha destacado estas tres palabras como “requisitos” para “un estilo de humildad al que hay que aspirar aquí en la Curia”. “Tres maneras para hacer de la humildad un itinerario concreto que podamos poner en práctica”, ha puntualizado.

En primer lugar, la participación. “Esta debería manifestarse mediante un estilo de corresponsabilidad. Por supuesto, en la diversidad de funciones y ministerios las responsabilidades son diferentes, pero sería importante que cada uno de nosotros se sintiera partícipe y corresponsable del trabajo, sin limitarse a vivir la experiencia despersonalizadora de llevar a cabo un programa establecido por otra persona”, ha explicado.

Y ha continuado: “Siempre me quedo sorprendido cuando encuentro creatividad en la Curia, y no pocas veces se manifiesta sobre todo allí donde se deja y se encuentra espacio para todos, incluso para aquellos que, jerárquicamente, parecen ocupar un lugar secundario. Doy gracias por estos ejemplos y los animo a que trabajen para que seamos capaces de generar dinámicas concretas en las que todos sientan que tienen una participación activa en la misión”. “La autoridad se convierte en servicio cuando comparte, involucra y ayuda a crecer”, ha subrayado.

En segundo lugar, la comunión. “No se expresa por mayorías o minorías, sino que nace esencialmente de la relación con Cristo. Nunca tendremos un estilo evangélico en nuestros ambientes si no ponemos a Cristo en el centro. Muchos de nosotros trabajamos juntos, pero lo que fortalece la comunión es también poder rezar juntos, escuchar la Palabra juntos, construir relaciones que vayan más allá del mero trabajo y fortalezcan los vínculos de bien ayudándonos mutuamente”.

“La perspectiva de la comunión implica, al mismo tiempo, reconocer la diversidad que habita en nosotros como un don del Espíritu Santo. Siempre que nos desviamos de este camino y vivimos la comunión y la uniformidad como sinónimos, debilitamos y silenciamos la fuerza vivificante del Espíritu Santo en medio de nosotros. La actitud de servicio nos pide, yo diría que nos exige, la magnanimidad y la generosidad de reconocer y vivir con alegría la riqueza multiforme del Pueblo de Dios; y sin humildad esto no es posible”, ha agregado.

En tercer lugar, la misión. “Es la que nos salva de replegarnos sobre nosotros mismos. Solo un corazón abierto a la misión garantiza que todo lo que hacemos ‘ad intra’ y ‘ad extra’ esté siempre marcado por la fuerza regeneradora de la llamada del Señor. Y la misión siempre conlleva una pasión por los pobres. Los que tienen hambre de pan y los que tienen hambre de sentido son igualmente pobres. La Iglesia está invitada a salir al encuentro de todas las pobrezas y está llamada a predicar el Evangelio a todos, porque todos, de un modo u otro, somos pobres”, ha afirmado.

Pero “la Iglesia también sale a su encuentro porque nos hacen falta: nos hace falta su voz, su presencia, sus preguntas y discusiones. La persona de corazón misionero siente que su hermano le hace falta y, con la actitud del mendigo, va a su encuentro. La misión nos hace vulnerables, nos ayuda a recordar nuestra condición de discípulos y nos permite descubrir la alegría del Evangelio una y otra vez”, ha subrayado.

La humildad de la Navidad

Antes de finalizar su alocución, Francisco ha deseado a todos –incluso a sí mismo–, “que nos dejemos evangelizar por la humildad de la Navidad, del pesebre, de la pobreza y la esencialidad con la que el Hijo de Dios entró en el mundo”.

“Recordando nuestra lepra, rehuyendo la lógica de la mundanidad que nos priva de las raíces y las ramas, dejémonos evangelizar por la humildad del Niño Jesús. Solo sirviendo y pensando en nuestro trabajo como servicio podemos ser verdaderamente útiles a todos. Estamos aquí –yo el primero– para aprender a ponernos de rodillas y adorar al Señor en su humildad, y no a otros señores en su vacía opulencia. La humildad es la gran condición de la fe, de la vida espiritual, de la santidad”, ha concluido.

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