“Que la vida consagrada esté en un momento claro de crisis es indudable. Y esto no es, necesariamente, porque hayamos hecho las cosas mal. Quizá, al contrario. A lo largo de los siglos el aporte a la Iglesia y a la humanidad en sí, de la vida consagrada es también indudable. Hemos contribuido a cambiar el mundo, a mejorarlo, sin duda. Que necesitemos un cambio puede deberse más a que estamos vivos“. Así ha explicado Rosa Ruíz, profesora y religiosa de María Inmaculada, la posible situación actual de la vida consagrada. Y lo ha hecho durante su intervención en los ‘Jueves del ITVR’, donde ha participado con una ponencia sobre ‘La espiritualidad de los buscadores de Dios”.
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“Vivir es cambiar, crecer, buscar en definitiva”, ha subrayado, “y quizá hemos dejado de buscar dentro”. Por este motivo, “decir que el pasado no es válido hoy, no es una crítica o un desprecio; es redescubrir que la voluntad de Dios está siempre por escucharse, está siempre viva, en movimiento y lo nuestro es buscarla para cumplirla”.
Durante su intervención, la religiosa ha reflexionado acerca de la espiritualidad en el documento Vita Consecrata y, posteriormente, ha explicado qué significa ‘Vivir transfigurados por decisión suya’. Pero, antes de todo, Ruiz ha definido lo que significa el concepto espiritualidad: “es el modo en que alguien vive en el Espíritu y por tanto, es movido por su fuerza. Si la persona no es ella misma por ser espiritual, ya no es espiritual”. Por ello, “tiene que tener la libertad para elegir ser llevada por el Espíritu”, además de la voluntad de “no concebir” la vida sin Dios.
Verdadero hombre
“Hablar así de espiritualidad es abandonar planteamientos sobrenaturales”, ha recordado, y ha explicado, asimismo, que “hoy está superado el tema del sobrenatural, es decir, creer que la gracia de Dios actúa sobre la naturaleza, la humanidad, la historia. No lo hizo así en la Encarnación si es que creemos realmente que Jesús, Hijo de Dios, fue verdadero hombre y no solo apariencia de hombre. Eso supone ser verdadera y no solo aparentemente, frágil, dubitativo, generoso, miedoso, valiente, amable…”.
“Sin persona medianamente consistente y libre, no hay posibilidad de ser espiritual; sin persona honestamente enraizada en Dios y su vida, no hay posibilidad de ser espiritual. Y, por otro lado, sin una vida atravesada por el Espíritu de Dios y su Reino, tampoco”, ha enfatizado.
Así, ha señalado que el documento papal “hace una llamada a vivir una espiritualidad de la acción expresada con el icono del lavatorio de los pies, de la comunión y una espiritualidad profética y escatológica. Ser profetas sin querer serlo”.
Ser buscadores y anuncio
“Hoy, quizá es momento de quitar el ‘privilegiados’ y ser, de verdad, buscadores, y no obsesionarnos con ser interlocutores o ejemplos para los demás”, ha aseverado la religiosa. “El buscador auténtico reconoce a quien también busca y espontáneamente surge la ayuda mutua y compartir el camino. Ser buscadores desde esta clave implicaría aclararnos en qué buscamos, por qué y para qué. Un buscador no da lecciones ni se presenta como el que ha encontrado, sino como el que busca”.
Además, ha señalado que “la profecía y la búsqueda están íntimamente ligadas“, ya que “no hay profeta que no busque nuevos caminos, que no busque a Dios, que no busque a los hermanos. Y no hay búsqueda sincera, por personal o minúscula que sea, que no remueva cimientos, que no sea palabra incómoda, alentadora quizá, consoladora, pero incómoda y profética siempre”.
Ruíz ha finalizado su ponencia señalando la vinculación entre la vida consagrada y el anuncio escatológico: “quien busca, siempre anuncia y hace presente algo que aún no está aquí, que no lo poseemos plenamente, que no encontramos… y que a su vez ya se nos ha dado a conocer de algún modo porque si no, nadie inicia un viaje sin saber dónde va”.
“Necesitamos tomarnos en serio este mundo porque el cristianismo es escatológico en sí mismo”, ha concluido. “En realidad, no se trata sólo de ser signos escatológicos, sino de ser nosotros escatológicos y así ‘escatologizar’ este mundo, empujarlo hacia su fin, que es Dios mismo y su Reino. Esa es la misión del cristiano. Lo proclamamos cada vez que celebramos la eucaristía (¡ven Señor Jesús, maranatha!) y cada vez que rezamos el Padrenuestro”.