Paulino Alonso, el capellán anticorrupción: “Para mí todos los presos son iguales: del más poderoso al más tirado”

CApellán de la cárcel de Soto del Real

Es mediodía. En la Plaza de la Armería, a unas manzanas, las autoridades del país juegan a la nueva normalidad en plena Fiesta Nacional. Paulino Alonso permanece ajeno. Apaña el almacén del comedor Ave María, entre nísperos, unos cuantos bollos y yogures. Cuenta con dos centenares de voluntarios, mermados a la mitad por la pandemia.

Todo tiene que estar listo para el reparto diario mañanero para los descartados a los que echa una mano en el centro de la capital, antes de que eche la llave y ponga rumbo a Soto del Real, donde no hay festivo que valga. Hasta las ocho de la tarde, este trinitario vive entre rejas. Durante 26 años, miles de presos anónimos se han refugiado en él para recuperar un hilo de esperanza.



Pero, de un tiempo esta parte, le han rozado los focos mediáticos. Políticos y empresarios de postín han acabado estos años en el trullo madrileño; nombres como Luis Bárcenas, Gerardo Díaz Ferrán, Ignacio González, Sandro Rosell…“Quiero dar las gracias especialmente al padre Paulino y a las personas que le acompañan todos los domingos en la misa, que hacen una labor espléndida para todos los reclusos y todos los internos”. Son palabras de hace unos días del que fuera el hombre más poderoso del planeta en materia financiera al salir de la cárcel. A Rodrigo Rato le espera una nube de periodistas. Y el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional, el ex vicepresidente económico de Aznar, el ex presidente de Bankia solo tiene palabras para un sacerdote que le resta importancia al haberse convertido, sin buscarlo, en el “capellán anticorrupción”.

PREGUNTA.- El Ave María es usted…

RESPUESTA.- Más o menos. Fui ordenado sacerdote en febrero de 1991 y el 8 de enero de 1992 reabrimos el comedor después de seis años de cierre por obras. Por aquí han pasado personas necesitadas de recursos, otras pobres de valores que tenían para vicios como la droga y el alcohol y no para comer… Después, llegó la etapa de los migrantes y, finalmente, quienes se quedaron en paro por la crisis de 2010. Con la pandemia vuelve a cambiar el perfil, con personas que están sufriendo un ERTE o han perdido su trabajo. Eso sí, nunca han venido tantas mujeres como ahora.

P.- Es la feminización de la pobreza que denuncia Cáritas…

R.- En su mayoría son latinoamericanas que se dedican al servicio doméstico, a la limpieza y a la hostelería, a la economía sumergida. Si tuvieran que entrar aquí a desayunar, no lo harían por vergüenza. Pero, al darles los alimentos en una bolsa por protocolo sanitario, se reduce ese mal trago.

P.- Se espera un invierno duro…

R.- Tengo muchísimo miedo a lo que está por venir. Las colas del hambre van a seguir creciendo, en la medida en la que los ERTE se transformen en despidos.

Gente más sensible

P.- ¿Confía en el poder público?

R.- No creo en las administraciones porque, de hecho, no están respondiendo ahora. Aquí no colabora ninguna institución más allá del Banco de Alimentos y el Fondo Español de Garantía Agraria. Nos sostenemos gracias a los donativos de los madrileños, que son impresionantes. Es la gente normal la que se merece un homenaje. En años no nos ha faltado nada gracias a ellos y sé que va a seguir siendo así. En momentos duros, la gente es más sensible.

P.- ¿Cómo se le queda el cuerpo con ‘Fratelli Tutti’ , donde el Papa pone el mundo al revés y a sus pobres en el centro, excomulgando el libre mercado?

R.- Me reafirma en lo que vivo en mi día a día. Estamos en una sociedad donde el tener está por encima del ser: me sirves por lo que tienes y no por lo que eres. Desde esa mirada, solo me intereso yo, solo me preocupo por tener yo y me da igual lo que le pase a los demás. La pandemia no ha hecho sino certificar lo que ya se estaba viviendo. El Papa rompe esto y pone en el centro a la persona.

P.- ¿Es una utopía?

R.- Es una utopía realizable. Si comenzamos ya a actuar en lo pequeño, a través de comunidades y grupos capaces de hacer pequeñas olas, se formará una ola más grande de fraternidad. No podemos pretender ni se va a dar un cambio social a escala global. No confío en los políticos actuales, todos buscan la inmediatez de los votos.

El Papa, un intruso

P.- Cuando oye que Francisco es un ‘outsider’ sindicalista que se ha colado en el Vaticano…

R.- ¡Me alegra que se haya colado y levante la voz! Francisco es un intruso total en el engranaje vaticano. El problema es si los que están alrededor le quieren escuchar o están dejando que siga ahí entretenido para volver después a lo de siempre.

P.- ¿Cuántas veces le han dicho que usted no habla ni se mueve como un cura?

R.- Unas cuantas… Urge romper con los estereotipos. Estos días me he enamorado del tapiz de la beatificación de Carlo Acutis, porque refleja a un santo de hoy en día, con su sudadera, su mochila, su pelo despeinado… Es la imagen de una Iglesia que está entre la gente. Es por ahí por donde tenemos que ir y es lo que Francisco quiere presentar. Pero, ¿le escuchamos? ¿Damos un paso al frente o dejamos al Papa solo en sus propuestas?

P.- ¿Cómo es su pastoral en la cárcel?

R.- Mi misión es estar. Lo primero que tienes que hacer no es hablar de Jesús, sino sentarte con el otro en una mesa, hablar, escuchar, jugar a las cartas, compartir un café… Una vez que te acercas y te sienten cerca, puedes presentarles a Jesús de Nazaret. No es ni más ni menos que lo que Él hacía: se encontraba con la persona, escuchaba y, solo después, daba a conocer a Dios. Por eso no desarrollo ninguna actividad catequética como tal entre semana.

Me hago el encontradizo sentándome en una mesa en el módulo o en un banco en el patio y espero. Algunos se acercan para pedir un caramelo o un cigarro, otros para bromear, y ahí comienza todo. Si tú antes no has abrazado sus preocupaciones, tendido la mano o has sido como el buen samaritano que se para ante el malherido, no puedes hablar de un Dios que quiere y ama.

Tengo dos misas el domingo y, el otro capellán, otras dos el sábado. Es ahí donde les propongo y explico el Evangelio. En ese momento nace su respuesta de fe, cuando has sido capaz de darles ropa al necesitarlo, cuando has retomado la relación con su familia, cuando has hablado con ese abogado que no les visita… Hay que estar a lo que surja porque las necesidades humanitarias son enormes. Por ejemplo, a 40 de ellos les ayudamos cada mes con 20 euros y cada semana llevamos unos 20 paquetes de ropa para los que no tienen ningún recurso ni familia cerca.

No les abandonamos

P.- ¿Cómo vivió el confinamiento?

R.- Se me hizo eterno y muy duro, porque pasé de ir todos los días a no pisar la cárcel desde el 24 de marzo hasta el 27 de mayo. Tampoco podíamos llamarles, pues tienen limitadas las llamadas a personas autorizadas. Les escribía cartas que colgaban en los tableros de los módulos. Con este simple gesto sintieron que no les habíamos abandonado.

P.- ¿Cómo fue el reencuentro?

R.- Fuera de lo normal. Era imposible mantener la distancia sanitaria porque lo único que me pedían era un abrazo. Ver a tiarrones que solo buscan abrazar, impacta. Los presos son los pobres de los pobres, porque no tienen lo más importante. Puede que tengan cama, ducha y comida, pero no tienen libertad. El pobre del comedor, al menos es libre. Ni a mi peor enemigo le deseo pasar un día en la cárcel.

P.- ¿La cárcel es un reflejo de la sociedad en la que vivimos?

R.- Sin duda. A nuestra sociedad le falta calor humano y cariño, no apartarte a otra acera cuando ves a alguien que no te gusta o le tachas de sospechoso de algo. Hay quien piensa que un preso es el malo de la película para siempre y que tiene que estar tirado para siempre en la basura. Las prisiones actuales son esos basureros que se construyen fuera de las ciudades porque huelen mal.

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