Y Dios habló en la tormenta: los alejados vuelven a casa tras el coronavirus

adoracion

Confinados en casa y con los templos cerrados, no fueron pocos –creyentes y no creyentes– los que se preguntaron dónde encontrar a Dios en medio de una pandemia que ha puesto en cuarentena el futuro de la humanidad. Algunos, empujados quizá por el miedo o el dolor de las situaciones vividas, acudieron en su busca aunque hasta entonces la relación con Él fuera poco fluida o, incluso, inexistente. Otros, por el contrario, a los que antes (casi) nada ni nadie haría tambalear en sus convicciones religiosas, sintieron que el aparente silencio de Dios durante esta súbita tormenta sacudía los pilares de su fe.



El escenario, tan diverso como los procesos personales de cada cual, no solo atestigua nuestra probada y extrema vulnerabilidad, sino que abre la puerta a un interrogante obligado: ¿hasta qué punto la crisis desatada por la irrupción del coronavirus ha despertado la sed de trascendencia y esa búsqueda de Dios?

Para el sacerdote Antonio García Rubio, “la crisis de comprensión de la presencia de Dios en el ser humano y en la sociedad sigue su curso”. También en este tiempo, en el que “crece una espiritualidad común en la misma medida en la que decrecen creencias y piedades que han sido fundamentales para el equilibrio de la sociedad en siglos pasados”. En este sentido, el administrador parroquial de la Candelaria –dentro de la Unidad Pastoral de San Blas, en la Archidiócesis de Madrid– entiende que “hay una renovada sed de espiritualidad”, pero que “es necesario valorarla en su justa medida –advierte–, para no ahogarla y reconocerla desde el punto de vista católico”.

“Las grandes crisis, cuando afectan a cimientos vitales, elevan el alma”, responde la profesora y escritora Carmen Guaita. Seguramente por ello, conscientes de “nuestra inmensa fragilidad”, quienes estamos “mimados por la historia” hemos sentido durante estos meses que “solo podíamos confiar en una fuerza mayor que la nuestra y esperar”, reflexiona esta gaditana afincada en Madrid. Y es que “quien deposita su dolor sobre unas manos más sólidas, las manos de Dios, ve cómo se le ensancha el horizonte y se le alivia el miedo”.

Dolor demasiado intenso

Pero, ¿y si los duros reveses sufridos provocan una crisis de fe? ¿Qué ocurre cuando ese dolor es “demasiado intenso” –algo que le “sucede a diario a millones de personas castigadas por la historia”– e inexplicable? Pues que “también es posible sentir el abandono de Dios, expresado incluso por Jesús en el Calvario”, reconoce Guaita. De ahí que ella sostenga que “el dolor es una encrucijada de nuestro camino en la que siempre, de una u otra forma, nos espera Dios”.

Bien lo sabe también el teólogo Ángel Cordovilla, aunque admite la dificultad de responder a una cuestión –la de la sed de trascendencia y la búsqueda de Dios– que acontece siempre “en la intimidad o interioridad de las personas”, allí donde “es difícil entrar”. Aun así, el profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas no ignora que, en situaciones de crisis, el ser humano se dirige “hacia lo esencial”. Todo eso que incluye “las relaciones humanas verdaderas, las preguntas fundamentales de la vida, el sentido último de la existencia…”.

Para el sacerdote salmantino, resulta razonable pensar que, en un contexto tan excepcional como el que hemos vivido, tales inquietudes trascendentes ancladas en “la entraña más profunda del ser humano” hayan aflorado “de una forma más significativa que cuando vivimos instalados en la vorágine cotidiana”. De hecho, en su opinión, es dicha “ruptura” de la vida habitual a causa de la pandemia lo que “ha propiciado la explicitación de esas preguntas fundamentales que nos constituyen como seres humanos”.

¿Lo “permite”?

Aunque Cordovilla va un paso más allá en su análisis, al entender que, incluso cuando tales interrogantes se han planteado a modo de “acusación” dirigida a Dios por “permitir” una situación así, o como “alegato contra la fe por no poder dar razón y coherencia de lo vivido con lo creído”, no han hecho otra cosa que “agudizar y visualizar de una forma más significativa la búsqueda de Dios y de sentido”.

Sea así o no, lo cierto que “siempre es un misterio –en el fondo, el de la libertad humana–, por qué lo que a unos les sirve para unirse más a Dios, a otros los aleja”, apunta María José Perez desde el convento de la Sagrada Familia de Puzol, en Valencia. “Las crisis son inherentes a la fe”, defiende esta carmelita descalza, antes de acudir a san Juan de la Cruz y su “noche oscura” para ilustrar esas travesías inciertas que acompañan “el camino del creyente hacia la unión con Dios”. Dudas que irrumpen con mayor fuerza cuando la enfermedad y la muerte llaman a nuestra puerta. Sin embargo, “las situaciones de fragilidad y dolor –reconoce la religiosa– pueden ser un momento de gracia para dar el salto a una fe más honda y madura”.

Coincide con su apreciación el hermano de La Salle Jorge Sierra, cuya experiencia en estos meses le ha enseñado que el coronavirus ha propiciado un aumento de lo que él llama preguntas “difíciles”, sobre todo en los momentos de mayor incertidumbre y hasta de “noqueo social”. A su juicio, “eso ha hecho que muchas personas buscasen respuestas de fondo en la fe”.

Verbos fundamentales

“Quizás no en lo más institucional de la religión”, asume, aunque, “al final, la fe es una respuesta libre a las preguntas que, precisamente, no tienen una respuesta inmediata”. Y ahí es donde, según el delegado de Pastoral Lasaliana para España y Portugal, “quizás la Iglesia puede aportar más a la sociedad, sin quitar todo lo demás”. Y a las pruebas (personales) se remite: “Solo en cinco días de todo el confinamiento –recuerda Sierra– no he disfrutado de una conversación larga, de acompañamiento, con alguna persona”.

La confesión del joven religioso palentino nos pone en la senda de otra cuestión no menos importante que las nuevas búsquedas o los viejos desencantos en tiempos de pandemia: cómo puede –y debe– la Iglesia acompañar todos esos procesos, tanto de acercamiento como de alejamiento, surgidos o agravados en el marco de circunstancias tan excepcionales. Y el propio hermano Jorge parece tener la respuesta en forma de “verbos fundamentales”. Se trata de “estar”, “permanecer”, “seguir ahí”… “Cuando se nos busca y cuando no –añade–, seguir siendo fieles y apasionados”.

Porque si este retorno a la “nueva normalidad” no nos vuelve a “anestesiar”, él está convencido de que “las preguntas con fondo seguirán ahí”. Entonces, “todos, empezando por los que queremos ser creyentes, tendremos que responderlas”. Lo que, muy probablemente, conduzca a una “nueva síntesis de fe”. Y el punto de partida lo tiene claro: “No podemos seguir haciendo las cosas porque siempre se han hecho así”.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir