Tribuna

Uriarte, un obispo ejemplar

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La vida de Juan María Uriarte ha terminado en este mundo de forma repentina, aunque no fuera totalmente inesperado debido a su avanzada edad. A muchos de los que lo hemos conocido nos embarga un sentimiento de pena y, al mismo tiempo y más fuerte, de profundo agradecimiento por la bendición que su vida ha significado para muchas personas y para la Iglesia. Ha sido un hombre de profunda fe, totalmente dedicado a los demás y un ciudadano comprometido con causas nobles de la sociedad. Pero, ante todo, ha sido un obispo identificado con su ministerio de servicio a la Iglesia y de acompañamiento a aquellos a quienes servía. En efecto, ha servido a la Iglesia y ha amado a las personas con las que ha estado.



Era un obispo creyente, intelectual y comprometido. Tenía una experiencia espiritual muy viva y profunda. Amaba entrañablemente a Jesucristo y buscaba seguirlo y hacer su voluntad. Quienes le hemos visto presidir la Eucaristía sabemos que la vivía de verdad y la hacía vivir a los demás. Oraba con pasión y se dejaba impregnar de la Palabra de Dios y del sentido de la liturgia.

Hace algo más de un mes compartía cómo le ayudaban algunas oraciones que se sabía de memoria y llevaba en el alma. Recitó en latín el himno al nombre de Jesús, que comienza “Dulce memoria de Jesús, que da verdadera alegría del corazón”; y al querer explicar por qué la oración más bella es el padrenuestro, comentaba cada frase, pero a partir de cierto momento se apasionó tanto que sencillamente dijo el padrenuestro con una profunda emoción.

El obispo de Bilbao, Juan María Uriarte

El obispo emérito de San Sebastián, Juan María Uriarte

Su carácter reflexivo y apasionado le llevaba a buscar la verdad y lo mejor. Para servir bien, leía ávidamente, se informaba, escuchaba a otros, discernía cada decisión y cada acción. Pensaba las cosas, proponía objetivos y daba forma a actividades, acompañando, animando, sacando lo mejor de cada persona. Sabía mucho, tenía una memoria prodigiosa y era muy inteligente, y todo esto lo utilizaba para servir a los demás, orientar la acción pastoral, acompañar personalmente la vida espiritual de muchos, iluminar los problemas sociales, ayudar a quienes tenían dificultades. Con sus palabras vivas y siempre cuidadas clarificaba muchas cuestiones, ayudaba a pensar la fe y a vivirla con alegría y con fidelidad. Estaba dotado con una impresionante capacidad comunicativa y pedagógica; llegaba a las personas y les transmitía algo.

Obispo de acción

Y es que era un obispo de acción, comprometido con las personas y empeñado en las tareas que se le confiaban. Lo hacía bien, porque tenía muchas capacidades personales y numerosas habilidades; pero no lo hacía él todo. Tenía un don para suscitar proyectos en común, para que cada uno se integrara en la tarea eclesial o en alguna causa social. Sobre todo, suscitaba relaciones personales. Su acción no era genérica, sino comprometida con cada persona y para ayudar a las personas. Le han preocupado especialmente las personas que sufren, muchos curas a los que ha ayudado en sus problemas y todos los necesitados. Una de las primeras visitas que hizo al llegar a Zamora fue al Proyecto Hombre de Cáritas, mostrando su máximo interés por quienes sufrían y necesitaban ayuda.

Tenía muchas preocupaciones en el corazón. Creo que se podrían concentrar en tres: acompañar en el camino de la fe, para que cada persona se encontrara con Jesús y se relacionara personalmente con Él; cuidar la salud humana y espiritual de los curas, para que vivieran fiel y felizmente su ministerio; y ayudar a la reconciliación social en el País Vasco. Su acción pastoral estaba centrada en la vivencia de la fe y cuidaba especialmente la relación con los curas, su formación y su crecimiento integral. Es notoria su preocupación por la paz y una verdadera reconciliación en su tierra; por ello trabajó desde Zamora y en San Sebastián fue uno de los ejes de su ministerio episcopal.

Servir a todos

No lo hizo todo bien, porque no era perfecto, pero sí sirvió con grandeza de ánimo y con noble sinceridad. Quiso estar con todos y servir a todos. Esto conlleva palabras y acciones que pueden resultar problemáticas para algunos. Ha sido admirado por la mayoría, pero también recibió críticas, a veces muy encendidas; algunas son razonables, porque entran dentro de la legítima discrepancia al plantear algunos temas; otras críticas son muy injustas, porque tergiversan sus palabras o acciones y distorsionan su sentido.

Uriarte ha sido un pastor ejemplar. Ha vivido su ministerio con verdad y con pasión y su testimonio nos ayuda a vivir nuestra propia vocación y misión. Quien ha estado con él, ha escuchado alguna homilía, ha participado en algún curso o en alguna conferencia, ha hecho ejercicios espirituales dirigidos por él, sabe que transmitía vida, fe, pasión por las cosas. Esos encuentros con él han dejado una huella imborrable en muchos y con su recuerdo recibimos fuerza para comprometernos hoy en la Iglesia y en la sociedad. Para todos queda su palabra consignada en unas decenas de escritos. La mayoría de sus libros los escribió tras dejar las responsabilidades directas del ministerio episcopal, cuando tuvo tiempo para dar forma de libro a ideas que había transmitido en su acción pastoral.

Cinco libros

Destaco cinco libros que me parecen los más importantes: ‘Ministerio presbiteral y espiritualidad’ (1999), donde presenta lo nuclear de la espiritualidad presbiteral; ‘El celibato’ (2015), que es una referencia fundamental para la reflexión antropológica y espiritual sobre el tema; ‘El Espíritu Santo. Vida para la Iglesia y el mundo’ (2018), cuyo origen material es una preciosa carta cuaresmal cuando era obispo de Zamora; ‘La reconciliación’ (2013), en el que ofrece las bases teóricas y los criterios prácticos para una auténtica reconciliación social; y ‘Sexo y género a debate’ (2023), imprescindible hoy para acercarse a esta cuestión con seriedad y sensatez. Este último libro es su aportación a una cuestión muy problemática en la sociedad y en el ámbito educativo. Intentó que se creara un equipo de expertos para analizar, iluminar y discernir todo lo que implican las teorías de género; no lo consiguió y le sugirieron que él podía hacerlo. Los últimos años de su vida se ha dedicado a estudiar este tema. En el libro ofrece una explicación objetiva y un discernimiento antropológico con la lucidez, la valentía y la capacidad de diálogo que han marcado su acción pastoral y su servicio a la sociedad.

Un pastor ejemplar no solo aporta mucho con su ministerio; también contribuye a que los demás potencien su vivencia espiritual, su implicación eclesial y su compromiso con las personas. Ese ejemplo y testimonio ha sido para muchos de nosotros Juan María.