Dice Ernesto Cardenal: “En la noche iluminada de palabras que se apagan y se encienden y se apagan y se encienden, las luces rojas, verdes y azules de los hoteles y los bares y de los cines, los trapenses se levantan a coro y encienden sus lámparas fluorescentes y abren sus grandes Salterios y sus Antifonarios, entre millones de radios y televisores. Son las lámparas de las vírgenes prudentes esperando al esposo en la noche de los Estados Unidos” (‘Gethsemani’ KY, 1960).
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En este mundo tan ruidoso y convulso, la vida religiosa sigue rezando a coro para intentar armonizar las distintas voces de la comunidad. Así ha rezado fray Robert Francis Prevost, OSA, hoy papa León XIV, que sucede en la Cátedra de Pedro al hermano Francisco.
El fraile agustino aprendió a ‘rezar a coro’ en Illinois y en las periferias de Chulucanas en Piura. Esas periferias donde el ‘Magnificat’ que se reza en vísperas se escucha distinto que en los palacetes romanos.
La bendición pascual de Francisco se ha prolongado en León XIV con una voz más suave y solemne, que―cual armonía― pareciese querer combinar diversas notas del papado anterior y crear un efecto de continuidad y discontinuidad.
La polarización
Hoy el mundo no es el que recibió a Francisco hace 12 años. La polarización se ha colado en la Iglesia y, bajo la bandera de la apertura o la fidelidad a la Tradición, se pierde una escucha mutua y una voz común.
Los que comulgan el mismo pan en la mesa eucarística se descalifican en el ágora de las redes sociales. Por su parte, el mundo occidental retorna a sus viejas seguridades y dialécticas. Los mitos del progreso y futuro renovable se ven cuestionados con las guerras. Hemos perdido la dimensión contemplativa en una sociedad del cansancio (Byung Chul Han).
Muchos son los retos que necesitamos afrontar caminando juntos y juntas. Hoy no basta rezar y darle la bendición al Papa, hay que rezar con él y caminar a diversos ritmos. Necesitamos mostrarle al mundo las heridas del resucitado, heridas que ofrecen una paz “desarmada y desarmante”, una paz segura como la de los brazos de una buena madre o el perfume sanador de una amiga en Betania.
‘Tradición, salida misionera y memoria’
Dice la eclesiología que la Iglesia tiene tres figuras que le inspiran como principio: ‘Pedro, Pablo y María’. Dicho de manera simple son: ‘Tradición, salida misionera y memoria’. María es la discípula que rememora en su cántico la grandeza del Dios de los “Anawin”; el Dios que derriba del trono a los poderosos y exalta a sus humildes (qué significativo fue que el primer papa “yanqui” hablase en castellano para que le entendiesen los pobres de Chiclayo).
Quizá estamos presenciando un nuevo pontificado con tintes marianos que, sin desdecir la salida misionera paulina y la tradición pretina, recupera una dimensión más conventual: el cariz esponsal, comunitario y la fidelidad armoniosa de la regla de san Agustín.
Comunidad de pobres, oración, escucha, corrección fraterna y perdón son herencias de la sabiduría conventual que es silenciosa como la pobre de Nazaret. La Iglesia como esposa, madre y virgen fiel, que escucha y guarda la Palabra como María.
Armonizar principios
Ante una prensa del espectáculo que quiere confinar ideológicamente a León XIV como “conservador”, igual que Benedicto XVI o “progresista” como Francisco, la teología está llamada a discernir lo que el Espíritu quiere integrar en nosotros y “los signos de los tiempos” a los que hoy tenemos que responder en comunidad de iguales; una comunidad, como en las órdenes mendicantes, en la que el prior es “primus inter pares”, pero no suple al Padre como en la regla benedictina.
Sin pretender adelantarnos, podemos intuir que después de un pontificado en salida misionera que nos recordó la osadía Pablo, hoy la mirada está en la raíz sinodal que María nos recuerda en el cenáculo de Pentecostés.
Conviene recordar, inspirados en Hans Urs von Balthasar, que la Iglesia necesita armonizar sus principios. Sin el principio petrino, la Iglesia se dispersa y pierde unidad. Sin el principio paulino, se vuelve autorreferencial e inmóvil. Sin el principio mariano, la Iglesia se vuelve burocrática o ideológica.
Como misionero, le deseamos lo mejor al papa León XIV. Que se haga en él lo que Francisco de Asís, rememorando la bendición veterotestamentaria, le deseó a Fray León: “El Señor te bendiga y te guarde. Te muestre su rostro y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro hacia ti y te dé la paz. El Señor te bendiga, hermano León”.