Tribuna

“Manifestar”: la moda que refleja el anhelo humano de trascendencia e interioridad

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El ser humano, en su esencia, busca una conexión con lo trascendente, un deseo profundo, reflejado, a lo largo de la historia, en multitud prácticas espirituales y religiosas. Una expresión contemporánea de este anhelo es la tendencia de “manifestar”, una ‘moda’ que combina visualización, pensamiento positivo y trabajo interior con la promesa de alcanzar metas personales y moldear la realidad. Se trata de una propuesta un tanto controvertida en algunos foros, pero resulta de interés profundizar para descubrir qué está detrás y qué nos dice hoy.



El auge de “manifestar”

En 2024, el Diccionario de Cambridge nombró “manifest” (“manifestar”) como su palabra del año, tras registrar casi 130.000 búsquedas, según Wendalyn Nichols, directora de publicaciones del diccionario. Celebridades como la cantante Dua Lipa, la velocista olímpica Gabby Thomas y el futbolista Ollie Watkins atribuyeron parte de su éxito a esta práctica. En plataformas como TikTok, hashtags como #manifest acumularon millones de vistas, popularizando métodos como el 3-6-9, que consiste en escribir deseos repetidamente durante el día.

Ante fenómenos tan explosivos, es importante tener cierta cautela. Expertos como Sander van der Linden, psicólogo social de la Universidad de Cambridge, advierten que “manifestar” es un ejemplo de pensamiento mágico, una creencia no respaldada científicamente que podría generar expectativas poco realistas y desilusiones. Del otro lado, también se reconoce el valor del pensamiento positivo, la autoafirmación y el establecimiento de metas, prácticas que, cuando se aplican de forma realista, pueden tener beneficios tangibles.

Origen y fundamentos del concepto

El uso de la palabra “manifestar”, referido a esta tendencia, se centra en la idea de hacer visible, evidente, tangible o real un deseo o meta que previamente se ha imaginado o visualizado. Lo que se “manifiesta”, en este caso, es el resultado deseado: éxito, amor, prosperidad, salud, entre otros objetivos.

Históricamente, el concepto de “manifestar” tiene sus raíces en el movimiento del Nuevo Pensamiento, una corriente filosófica y espiritual surgida en el siglo XIX en Estados Unidos. En esencia, lo que defendía era la idea de que los pensamientos tienen un poder transformador capaz de influir en la realidad física. Figuras como Phineas Quimby y autores como Wallace Wattles, con su libro ‘La ciencia de hacerse rico’ (1910), sentaron las bases de esta corriente al afirmar que la mente humana, cuando se enfoca de manera positiva y constante, puede atraer prosperidad y bienestar. En el siglo XXI, estas ideas resurgieron con fuerza gracias a la popularización del libro ‘El Secreto’ (2006), de Rhonda Byrne, que introdujo la ‘Ley de la atracción’ a un público global. Byrne argumenta que, para lograr el éxito, es clave visualizar lo que se desea y mantener una actitud positiva. Más recientemente, la conexión entre estos principios y las redes sociales ha impulsado la expansión del concepto, especialmente durante la pandemia, cuando muchas personas buscaron herramientas de autoayuda para recuperar el control sobre sus vidas en un contexto de incertidumbre global. Esta mezcla de historia, autoayuda y promoción digital explica por qué “manifestar” se ha convertido en un fenómeno cultural contemporáneo.

Pequeño grupo de jóvenes tumbados sobre la hierba

Un paralelismo con la oración

Aunque “manifestar” surge en un contexto secular, su esencia tiene similitudes con la práctica de la oración. Ambas invitan a la introspección y a la confianza en algo superior, ya sea el universo o Dios. Como señala Carlota Santos, autora de ‘Mythos’, “cuando rezas, expresas tus deseos a Dios y confías en que, si son para tu bien, él los concederá”. Sin embargo, la oración cristiana se distingue al centrarse en la relación personal con Dios, el diálogo con un Tú, y en la aceptación de su voluntad, más allá de los propios deseos.

San Agustín expresó este anhelo en numerosas ocasiones, como recordamos en su célebre cita de las ‘Confesiones’: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Conf., I, 1, 1). Esta frase subraya que la verdadera plenitud solo se encuentra en Dios, una idea que contrasta con la naturaleza problemática autorreferencialidad de “manifestar”.

La Iglesia reconoce que la búsqueda de trascendencia es inherente al ser humano, pero advierte sobre los peligros de prácticas que separan esta búsqueda de una perspectiva teísta, basada en una relación personal. Un elemento más a tener en cuenta es el planteado por el papa Francisco en ‘Laudato si’’, al subrayar que “la espiritualidad no es algo desconectado del mundo, sino una apertura a lo trascendente que nos invita a un compromiso concreto” (n. 76). Asimismo, el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “el hombre no puede vivir sin esperanza” (CEC, 1818), pero esta debe estar fundamentada en Dios y no en ilusiones pasajeras.

El auge que está experimentando “manifestar”, especialmente con el impacto de personajes muy influyentes en redes sociales, puede trivializar las preguntas más profundas sobre el sentido de la vida. Sin una base sólida, prácticas como estas pueden fomentar desilusiones y, en algunos casos, caer en el fraude o en promesas vacías. Y es algo que hay que considerar, especialmente, en relación con los más jóvenes o personas que pasan por momentos de dificultad y “se aferran a un clavo ardiendo”.

Un diálogo necesario

La popularidad de “manifestar” muestra una necesidad humana genuina de sentido y trascendencia. Pensando en positivo, este fenómeno puede ser un puente para invitar a las personas a explorar la riqueza de la oración cristiana, que no solo responde a nuestras aspiraciones, sino que también nos abre al amor de Dios y, sobre todo, a un diálogo auténtico con nosotros mismos y con Él. A diferencia de la manifestación, que es individualista, la oración cristiana fomenta la comunidad, el discernimiento y la humildad, reconociendo que no siempre sabemos lo que es mejor para nosotros. Por ello, promover la oración como un diálogo sincero con Dios puede ofrecer una alternativa que transforme vidas desde su raíz. La fe cristiana invita a un equilibrio entre el esfuerzo humano y la confianza en la providencia divina, reconociendo que la verdadera plenitud no está ni en nosotros mismos, ni en lo material, sino en la relación auténtica con Dios y el encuentro con Él.