Tribuna

Lo que no me gusta del papa

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Probablemente una de las más explicitas visualizaciones de lo que supone la unidad en la Iglesia son los ritos y los sentimientos, las discusiones y las expectativas que se producen en torno a la elección de un nuevo papa. En ella, la unidad se manifiesta como presencia vinculante de Cristo y de una Iglesia que, naciendo de él y con todas sus glorias y miserias, ha llegado a nosotros con la buena noticia de la salvación, por eso lo que se espera es un nuevo papa, no este o este otro papa.



Pero esta unidad también se muestra como llamada de Cristo a renovar la Iglesia para que siga significando esta buena noticia con los ajustes y cambios de formas necesarios, por eso no da lo mismo este o este otro papa, aunque esperemos uno y acojamos al que llega. Y esto es lo que hace que la unidad esté llena de tensiones, porque nuestra valoración de lo que nos ha traído hasta aquí y de lo que es nuestra misión hoy no es unánime, sino el resultado de múltiples vivencias, reflexiones y opciones.

Tensión y distancia

Todos los católicos nos sabemos vinculados a esta unidad expresada en el ministerio de Pedro, por eso vivimos con emoción su elección y los encuentros con él. Pero, a la vez, nos sentimos incómodos cuando experimentamos la tensión y la distancia que nos separa de sus opciones concretas, por más que tengamos una única fe. Esto se repite, en unos y en otros, al paso de los diferentes papas, últimamente Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco y, ahora, Leon XIV.

El secretario del papa León XIV, en el Vaticano

El secretario del papa León XIV, en el Vaticano

Lo mismo que no es bueno reprimir la emoción, pues es una manifestación limitada, pero real en nosotros, de la sacramentalidad del ministerio petrino, creo que tampoco es bueno esconder en nosotros las dificultades que supone aceptar líneas de acción y subrayados de este ministerio. Cuando lo hacemos, nos pasa que utilizamos sus palabras para inmediatamente subsumirlas en nuestra perspectiva desactivándolas. Esto es muy propio de la vida de los líderes eclesiales que van cambiando de palabras sin cambiar las prácticas, porque no se afronta la tensión que estas producen en el cuerpo eclesial.

Magisterio y gestos

Esto significa, para mí, que, si es inevitable adscribir al papa a esa o esta otra corriente, a esta o esta otra perspectiva, al final, lo que es relevante es su magisterio, y también sus gestos proféticos, que es necesario recibir en su verdad de fondo, más que en su forma lingüística o visual. Por eso, no es de recibo hacer como si el verdadero papa no existiera, sedevacantismo, o fuera uno de los pasados, algo más sutil, pero igual de perverso.

A la vez, es necesario comprender que su magisterio es solo magisterio, es decir, que no debe identificarse con la vida de la Iglesia como si esta no fuera nada sin una palabra concreta del papa en todo momento. Muchos de los alientos de vida nueva pronunciados en el magisterio de cada papa ya están vivos en muchos espacios eclesiales, siempre pasa, y son un respaldo para algunos que ya los han trabajado y los tienen asumidos, pero otros están todavía por hacer y son una provocación para que despertemos de esa inercia, unas veces mortecina y otras exuberante (y por eso mismo más escondida), que nos hace creer que lo vivido es la verdad de las cosas.

El riesgo de ser jueces

Y llego a donde quería, de un papa quizá debamos quedarnos con lo que no nos gusta. Quizá sea esta una forma de salir de nuestro ensimismamiento, ese que sin que nos demos cuenta, pero de manera perversa, nos hace creer que coincidimos con la verdad eclesial y que podemos ser jueces de lo que dice todo el mundo, también el papa, y que impide la comunión real.

No es necesario hacer ningún esfuerzo para recibir las palabras y los gestos que nos agradan y que refuerzan nuestras opciones de fe, y quizá sea bueno agradecer que Dios nos dé con ellos un signo de que vamos por buen camino, pero aceptar las perspectivas que nos contradicen, esto es otra cosa, esto requiere una ascesis, que en la Iglesia se ha llamado “asentimiento religioso”, algo supone un duro combate, y que es perceptible cuesta tanto a muchos líderes eclesiales que, por otra parte, lo piden para sí mismos.

Vivir juntos

No soy yo de los que creen que esto basta, que, por tanto, la reflexión teológica debe servir tan solo para comentar el magisterio, cuando esto pasa, la verdad es que se terminan por comentar ‘lo querido’ del magisterio. Ahora bien, igual de necesaria que la reflexión y la discusión es necesario este asentimiento de comunión que nos lleva más lejos de nosotros mismos.

Un grupo de sacerdotes en el Vaticano

Un grupo de sacerdotes en el Vaticano

Por eso, bien por lo que del magisterio de este nuevo papa respalde lo que hacemos y bien por lo que en él pueda contradecirnos, lo que no nos guste, seguramente será una llamada a vivir con más intensidad la búsqueda de una verdad y una comunión de vida que hemos de vivir juntos.

 

 

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