El pasado 9 de mayo, el papa León XIV compartió su primera homilía. Estuve pendiente de escucharla y leerla. Allí expondría un poco lo que será este camino que es nuevo, pero sin dejar de ser el mismo.
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En esas palabras tan cálidas, mojadas en una verdad que nos supera y trasciende, me ha presentado a la Iglesia, en estos tiempos que vivimos, como una comunidad de amigos de Jesús. Amigos en la fe, el amor y la esperanza que iluminan la noche del mundo.
La Iglesia es el faro que ilumina las noches del mundo. Palabras que me recordaron a Benedicto XVI cuando señaló, precisamente, a la Iglesia como la luna, aunque sea un desierto de rocas y arenas, comparte una luz que no es suya, iluminándonos en nuestra noche.
León XIV, en su primera homilía, nos recuerda cuál es la identidad de la Iglesia, precisamente en una hora en la cual la identidad se ha vuelto algo sujeto a caprichos y no a la verdad.
El Vicario de Cristo se hunde en las profundidades de la historia para recordarnos que a los primeros cristianos gustaban de comparar a la Iglesia con la luna, porque la luz que tiene no es propia, sino que la recibe del sol.
La constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia ‘Lumen gentium’ (luz de las gentes) comienza por esas palabras, que no se refieren a la Iglesia sino a Cristo. En tal sentido, la Iglesia es el faro que proyecta de la Verdad del hombre que busca su plenitud.
La luz que proyecta el faro
Luz descifradora del mundo a partir de la verdad. Una verdad que alimenta al hombre, como el árbol, en las raíces de sí misma. Una luz que se tiene para apagar las sombras de un mundo que contempla la fe cristiana como un absurdo, “algo para personas débiles y poco inteligentes, contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas a la que ella propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer”.
Una oscuridad densa que ha ocultado aspectos que brindan sostén al hombre, arrebatándole la búsqueda propia de sentido, para abandonarlo en un universo de cosas a las que, además, se le imposibilita acceder.
Oscuridad que ha edificado una imagen particular de un Jesús ajeno a la Iglesia. Torciendo y desviando grotescamente la verdad del Evangelio, para presentarnos a un Jesús “reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre”.
Imagen que ha sido comprada de manera entusiasta, no solo por no creyentes, sino “incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”. Esa luz hace de la Iglesia un misterio, pero este mundo de oscuridades, certezas y seguridades, estimula constantemente al hombre a sospechar de ese misterio que, curiosamente, también lo habita y lo define.
Luz, misterio e identidad
Hemos dicho que esa luz que proviene de Cristo transforma a la Iglesia en un misterio. Un misterio que define su identidad y la nuestra. En un momento de confusiones dentro y fuera de la Iglesia, León XIV se presenta como Sucesor de Pedro, y esto no es poca cosa, y aunque pareciera una obviedad, realmente no lo es, mucho menos en el contexto que tantos han querido desarrollar en torno a él y su misión, muy especialmente a su elección.
No es progresista, ni conservador, es el Sucesor de Pedro, así como lo fueron Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, solo para mencionar a los pontífices más recientes. Además, es Vicario de Cristo que, precisamente, busca “desaparecer para que permanezca Cristo”.
En un tiempo de soberbios, de hombres que gritan para que su pequeña verdad se pueda escuchar y obedecer, llega este papa norteamericano con afán de «hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie le falte la oportunidad de conocerlo y amarlo». León XIV, así como todos los que lo antecedieron, no llegan buscando el poder que brinda un trono, sino el sacrificio que implica la cruz. Gesto que auspicia la luz que nuevamente brilla para iluminar las noches del mundo. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela