Tribuna

Las heridas de la masculinidad

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Participé recientemente en una jornada de formación con los jóvenes sacerdotes de la diócesis de Barcelona sobre el tema ‘Masculinidad y celibato al servicio de la misión’. El interés y la curiosidad que despertó el título me confirmaron lo poco que se habla de estas cosas en los seminarios y entre los sacerdotes. Estos son aspectos cruciales. Se relacionan plenamente con su identidad y su misión. La crisis de masculinidad que vivimos hoy es grande. En un contexto donde la identidad y la diferencia sexual se desdibujan cada vez más, los hombres suelen ser los más afectados.



La virilidad se asocia hoy con la toxicidad, el abuso, la violencia contra la mujer y el patriarcado. No faltan razones, pero el hecho es que hoy en día es difícil para los jóvenes tener ideales a los que aspirar. Los héroes están pasados de moda, incluso en las películas. ¿Qué pasa con el celibato? ¡Aún más desacreditado! Los abusos sacuden a la Iglesia todos los días. En tal contexto, los sacerdotes son vistos con sospecha, sean culpables o no. Casi parece que tengan que pedir perdón por el mero hecho de existir.

Mi intuición es que este mismo escenario es una gran oportunidad, incluso una llamada. Estoy convencida de que Dios hace nacer el tipo de testimonio que puede iluminar las tinieblas del mundo en cada uno de los distintos períodos históricos. Por eso, creo que, en una sociedad pansexualizada que a priori desconfía de la masculinidad, los sacerdotes célibes tienen una misión particular. Pueden recordarle al mundo lo que significa ser un hombre y lo que significa la sexualidad.

El papa Francisco con los seminaristas de Barcelona

Y esto, no porque sean perfectos, al contrario. El sacerdote está hecho del mismo barro que todos. Dedicamos el primer encuentro del día a hablar de las heridas de la masculinidad y a ilustrar cómo los dones que Dios ha dado al hombre para la comunión se ven afectados por el pecado y producen el efecto contrario. Y nadie se libra de esto. La buena noticia es que el pecado no tiene la última palabra. La gracia viene a liberar, restaurar, purificar y cristificar la dimensión sexual de los bautizados. El sacerdote tiene también la llamada particular a dejar configurar su masculinidad con la de Cristo, para ser su sacramento. El sacerdote debe dar testimonio de que el poder de Dios hace nuevas todas las cosas.

La gracia

Por eso, además de una colaboración decisiva con la gracia, es necesario poner toda la carne en el asador. Dedicamos el segundo encuentro a dar algunas indicaciones sobre cómo integrar positivamente la dimensión sexual en la identidad célibe. Para ello, deben ponerse en juego todos los recursos del cuerpo, la psique y el espíritu del hombre. Pero esto no siempre sucede. Suelen asociarse a su sexualidad, a un paradigma de miedo e ingenuidad, y faltan los medios para acoger e integrar todo. Por eso hay pequeñas o grandes fugas, o se vive la masculinidad castrada.

Vi a los sacerdotes de Barcelona felices, llenos de esperanza. Dios, que ha comenzado en ellos la buena obra, la llevará a término.

*Artículo original publicada en el número de enero de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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