Tribuna

“La inmadurez emocional de algunos sacerdotes da lugar a graves abusos”

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Los nuevos y escalofriantes testimonios de dos religiosas víctimas de Marko Rupnik, que hablan a plena luz del día para exigir que se haga justicia y que la cultura del secreto en el seno de la Iglesia, que no protege a las víctimas sino a los abusadores, y les ofrece un patio de recreo inesperado, ¿serán por fin suficientes para cambiar el pensamiento de la jerarquía eclesiástica?



Como escribió en 2021 el padre Philippe Lefebvre, cuya valentía frente a la institución para denunciar los abusos ya no necesita ser demostrada, la Palabra de Dios nos insta a afrontar “lo que sucede cuando se producen abusos, cuando se conocen y sin embargo se silencian, cuando se instala el silencio, cuando no se escucha a las víctimas … cuando se pone en marcha el gran drama de la Pasión, que reúne a innumerables actores y pone en marcha procesos seculares de omertá, intimidación y chanchullos internos” (Ph. Lefebvre, OP, ‘Comment tuer Jésus? Abus, violences et emprise dans la Bible’, Cerf, 2021).

En 2013, en el momento en que el papa Francisco heredó el pesadísimo expediente de abusos en la Iglesia, valientemente abierto por su predecesor, algunos observadores, en particular psiquiatras y psicólogos, señalaron que la inmadurez emocional de algunos sacerdotes era un problema más grave de lo que se pensaba. El clericalismo fue ampliamente identificado como la raíz del problema. Sin duda, desempeñó y sigue desempeñando un papel importante en ciertos mecanismos no sólo de control, sino también de silencio y, por tanto, de protección de los depredadores. La raíz del mal, sin embargo, quizá haya que buscarla en otra parte. El ejemplo de Bernard Preynat, manipulador muy hábil, que además fue calificado de inmaduro sexual por el psiquiatra encargado de la pericia judicial, es terrible.

Inmadurez difícil de detectar

Esencialmente, “la inmadurez afectiva describe un retraso en el desarrollo de las relaciones afectivas […] que contrasta en el adulto con el nivel de desarrollo de las funciones intelectuales”. (J.-D. Guelfi, P. Boyer, S. Consoli, R. Olivier-Martin, ‘Psychiatrie’, coll. Fondamental, 7ª edición, PUF, París, 1999, p. 53). Así pues, esta inmadurez puede ser difícil de detectar, en la medida en que algunas personas inmaduras pueden parecer perfectamente adultas e incluso brillantes en su forma de pensar, de escribir o, si son sacerdotes, de predicar. Sin embargo, cuando volvemos a abrir el informe publicado por el ICASE en 2021, vemos que mientras que el clericalismo tiene su propia subsección dedicada, de cinco páginas, el término inmadurez sólo aparece tres veces en todo el informe, y sólo se refiere a los sacerdotes una vez (§ 1344).

Las soluciones previstas por el informe, que ya se consideran bien aplicadas, son el retraso de la edad de entrada en el seminario, para permitir a los candidatos madurar antes de su formación sacerdotal, la formación psicoafectiva impartida durante la formación y el discernimiento personal, junto con un director espiritual. En algunos casos, también puede ser necesario un asesoramiento psicológico individual.

Sin embargo, en una diócesis como la de París, esta ayuda sólo se presta de forma voluntaria al seminarista en cuestión (§ 1350). En los casos más evidentes, y por tanto peligrosos, de inmadurez, cierto número de seminaristas de diócesis francesas no han sido admitidos a la ordenación en los últimos años. Algunos de ellos, sin embargo, encontraron refugio en otra diócesis y fueron ordenados sacerdotes al año siguiente. Los casos ya famosos de Fréjus-Toulon no son aislados, y algunas diócesis de la región de Île-de-France han tenido ejemplos recientes que han pasado desapercibidos.

Sacerdotes en una misa sentados en fila

En el ámbito conyugal

La cuestión de la inmadurez es sin duda compleja. Pero es demasiado seria para tomarla a la ligera. Como sugiere Nathalie Sarthou-Lajus sobre los sacerdotes emocionalmente inmaduros, “son incapaces de enfrentarse a la ambivalencia fundamental de los vínculos que mantienen con sus fieles. Debido a esta negación, son víctimas de su propia idealización, de su propia búsqueda, que es inicialmente una búsqueda de lo absoluto. Lo absoluto es peligroso cuando oscurece la ambigüedad”.

En materia matrimonial, además, la Iglesia discierne y toma muy en serio la falta de madurez, ámbito en el que la jurisprudencia canónica es clara, ya que la inmadurez afectiva constituye un impedimento, es decir, una causa de nulidad del matrimonio. Para decirlo aún más claramente, si en el momento del matrimonio, e incluso en los meses o años siguientes, el comportamiento de uno de los cónyuges demuestra una grave inmadurez afectiva, la Iglesia reconoce sin dificultad que el matrimonio no era realmente tal.

Esto es protector para el cónyuge, que suele ser víctima de la inmadurez emocional de la persona con la que se ha casado. Las consecuencias de la inmadurez son de largo alcance: posesividad, narcisismo, rechazo a admitir los propios defectos, reacciones desproporcionadas ante las frustraciones, incapacidad para controlar los propios impulsos, incapacidad para aceptar las renuncias que forman parte integrante de un compromiso, chantaje emocional, mentiras (a uno mismo y a los demás) y, por tanto, manipulación y control. Si la Iglesia puede reconocer la gravedad de la inmadurez en el matrimonio, ¿no hará lo mismo con su clero?

Amor imposible

En el caso de los sacerdotes inmaduros, que por definición no están casados, las consecuencias recaen sobre las víctimas que eligen, consciente o inconscientemente, para “soportar” sus dolores de inmadurez, como el celibato elegido por razones equivocadas, o no asumidas. Siguen historias de “amor” imposibles, vínculos desestabilizadores e hirientes, juegos peligrosos y perversos… ¿Qué se hará para proteger a las víctimas? Es cierto que no existe el reconocimiento de la nulidad de la ordenación sacerdotal, pero sí la destitución del estado clerical.

En la Francia del siglo XXI, en principio, nadie entra en el seminario a la fuerza, ni se compromete al celibato consagrado sin haberlo elegido libremente. Como decía sabiamente san Pablo sobre los que aspiran al celibato: “Si no pueden dominarse, que se casen, pues es mejor casarse que arder en deseos” (1 Cor 7,9). Es mejor casarse que arder en deseos… San Pablo ni siquiera parece hablar aquí de pasar a la acción, sino de las consecuencias desastrosas del deseo incontrolado y de la renuncia incumplida -que en realidad no es una renuncia en absoluto-. Sin embargo, para casarse hay que ser adulto.

En 2024, el punto ciego de la inmadurez afectiva y sexual de ciertos sacerdotes seguirá dando lugar a graves aberraciones. Tanto más cuanto que la relación con el “padre”, y la frecuente confusión de lo espiritual y lo afectivo, crean un terreno fértil para los abusos. No se trata sólo de ordenar santos, ni siquiera héroes de madurez y equilibrio, sino, en cuanto las señales son suficientemente claras, de evitar los escándalos. La institución tiene todas las de perder si permanece desarmada o muda ante la negación de manipuladores que nunca han alcanzado la edad adulta en materia afectiva y sexual. Porque si tratamos de salvar a los últimos contingentes de seminaristas, acabaremos vaciando las iglesias.


*Artículo original publicado en La Croix, ‘partner’ en francés de Vida Nueva