Tribuna

In memoriam de Don Antonio Montero: Adiós a un buen pastor

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Hace tiempo que el clero de Mérida-Badajoz  en la celebración de la misa Crismal gozábamos de la presencia – hoy ya sabemos que fue la última-  de Don Antonio Montero, nuestro primer arzobispo, ya nonagenario, que cumplía sus cincuenta años como obispo  tenía gran interés de celebrarlo con nosotros.



Hizo todo lo posible y se hizo presente, queriendo culminar así su vida, con los curas y este pueblo cristiano, a los que ha querido y  ahora nos lleva en su corazón a lo eterno. Pienso que este sentimiento era mutuo.

Se despidió sabiendo que vendrá a descansar a nuestra tierra, en la concatedral de Mérida. En las postrimerías de su existencia y de su entrega, quiso  celebrar con nosotros su cincuenta aniversario de ministerio episcopal, se esforzó por venir e invitarnos a su fiesta. Al decirnos que estaba preparado, en cuerpo y alma, para recibir el abrazo de Cristo resucitado, que estaba feliz porque sabía que vendría a descansar con los suyos en la tierra de la concatedral de Mérida.

Delante del sagrario, en el suelo bajo el altar, apoyándose una columna milenaria sobre su tumba, ahí será enterrado hoy y abrazará  al Cristo Glorioso y quedará con sus restos como un signo de este momento de la historia, con esa singularidad de haber sido el primer arzobispo de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, haber querido a la Iglesia universal desde este pueblo y terruño, y de haberse sentido querido por el pueblo que lo ha reconocido como un verdadero pastor que no se ha guardado su vida ni se ha buscado a sí mismo, que en medio de su debilidad se unió al ser y sentir del pueblo cristiano de  nuestra Extremadura. Don Antonio sabemos que su vida está unida a nuestra vida, a nuestra tierra, a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia, y no lo vamos a olvidar nunca.

El signo de una calle y una vida

Lo pensaba el otro día cuando caminando por las calles de Badajoz, pasé por la que lleva su nombre, sentía como ese gesto de nominar una calle era un modo sencillo de reconocer un estilo de ser pastor que ha ganado la autoridad y la estima de los que ha servido por su prudencia y su acercamiento. En todo su pontificado no le he oído nunca hablar en negativo de la tierra extremeña, de la Iglesia que la habita, de los pueblos y sus gentes.

Cuando ha analizado alguna debilidad, siempre lo hizo en primera persona del plural y preguntándose por la responsabilidad de la Iglesia en ese punto a mejorar. Él hablaba de lo manifiestamente mejorable para motivar y no para enjuiciar: desde ahí reconocía nuestra tierra y sus riquezas, su cultura, su economía, su universidad, su comunidad política… y quería que la Iglesia fuera un punto de identidad y comunión con la tierra y la gente.

De sueños cumplidos e incumplidos -y por cumplir-…

Desde ahí dos realidades soñadas y queridas una la de la provincia eclesiástica que vio luz en nuestra realidad de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, uniendo jurídicamente las tres diócesis de Badajoz, Coria-Cáceres y la de Plasencia, disfrutaba con esa relación de hermandad y de conexión con el pueblo extremeño, sin ser excluyente para nadie ni para nada, sino al revés. L

a cabeza como archidiócesis siempre la entendió como un compromiso de servicio y de humildad antes las diócesis hermanas, así daba gusto. El otro punto no conseguido fue el de la inserción de Guadalupe, como patrona de Extremadura, en dicha provincia y mostró su dolor en su despedida en la catedral, mostrando su rebeldía creyente de no haber sido escuchado en un sentimiento tan profundo en el pueblo y que él consideraba que debía tener eco eclesial, hizo lo que pudo, y yo creo que aunque está paralizado, por su vejez, no deja de moverse interior y exteriormente para animar y motivar el proceso, el cual Don Celso está viviendo intensa y decididamente, con paz y serenidad, pero sin letargo alguno.

Con enjundia… la Iglesia del Concilio

Y junto a estos deseos simbólicos eclesiales y evangelizadores, no hay duda que su dedicación fue fuerte y firme en el servicio al presbiterio, lanzándolo a una formación intensa y viva, teológica, espiritual, pastoral y social, con una renovación en estudios que enriquecieron el seminario, y la escuela de teología después instituto de ciencias religiosas de nuestra Sra. De Guadalupe, adscrito a la facultad de teología de Salamanca, y de servicio para las tres diócesis, en toda Extremadura. Ahí se formaron centenas de laicos y laicas de esta Iglesia, con una preparación digna para cualquier responsabilidad eclesial, como así fue.

Fiel al Concilio Vaticano II, propició una Iglesia, Pueblo de Dios, bien formada y abierta a la corresponsabilidad de modo adulto. En ese sentido el Trabajo del Sínodo fue un verdadero reto para “preparar los caminos del Señor”, como se marcaba él en su propio pontificado.

Proceso de reflexión

La Iglesia de Badajoz vivió intensamente un proceso de reflexión viva durante más de tres años – guardo como un tesoro las carpetas y temas que hasta mi propia madre, mujer sencilla de pueblo con poca formación letrada pero con sabiduría de lo humano y lo creyente pasó hoja a hoja, con su grupo en Granja de Torrehermosa- , proceso que afectó al clero, a los religiosos y sobre todo a miles de fieles que sintieron que la Iglesia no les era ajena sino propia, que ellos no eran del obispo, ni de los curas, ni de los religiosos, sino que estos eran de ellos, y con ellos al servicio del mundo para la buena noticia y el deseo de la salvación.

Marcó un antes y un después en nuestra iglesia, y de ese impulso seguimos caminando decenios después, con otros puntos que se han sumado para el crecimiento y el desarrollo. Pero no hay duda que este pastor fue impulsor de una Iglesia, Pueblo de Dios fiel al Concilio Vaticano II, y que ese recuerdo es imborrable en los cristianos de esta iglesia y en los ciudadanos de esta sociedad. Por eso hoy agradecemos a Dios la vida de este hombre, de este cristiano, de este sacerdote, de este obispo y lo despedimos con la alegría profunda de los creyentes, sabiendo que todo lo que sembró con lucha e ilusión ahora lo cosechará entre los cantos y el alborozo de una asamblea celestial donde seguro nos espera como familia y como hermanos. No los vamos a olvidar.