Tribuna

Hasta el fondo, hasta ese resplandor

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He leído un libro llamado “Mitos de Amor. Filosofía del Eros” de Umberto Curi. Un libro que, partiendo del relato platónico del Banquete hasta las innumerables versiones de la figura de Don Juan, habla del amor desde múltiples puntos de vista.



El libro deambula por las razones y sin razones que explican por qué los mitos del amor nos desnudan un sentimiento imposible; porque, “en el horizonte de la vida humana, la nostalgia de aquel uno que éramos habrá de acompañarnos constantemente”. Mitos que nos ayudan a comprender que el amor es una maravillosa experiencia con doble rostro: unión y separación, apropiación y pérdida, saciedad e insatisfacción, felicidad y dolor, en pocas palabras, vida y muerte.

El ensayo comienza con una reflexión acerca de cómo fue concebido el amor en Occidente. El amor desde un principio fue considerado un arranque de la ceguera de la razón, puesto que, aquellos que son heridos por sus flechas amorosas [Cupido] se quedan ciegos, en el sentido en que son incapaces de razonar. No descubro el agua tibia si afirmo acá que nuestra cultura entronizó el binomio ver y conocer como las bases sobre las cuales se sostiene la racionalidad y, en este caso, la ceguera se transforma en metáfora de una carencia que no se queda colgada sólo del plano sensorial, ya que perturba el nivel cognoscitivo, eso que sostiene el azar matemático del mundo, como señalaría Armando Rojas Guardia.

Amor, fuerza demoledora

El amor, su fuerza brutal, demoledora, paridora de heridas por doquier, embota hasta la más profunda de las capacidades intelectuales. El amor que nos nubla el juicio, eso que la Modernidad tan racional señaló como posibilidad única para volverse loco, espacio oscuro que limita las contingencias para discernir y argumentar con justeza.

Curi explica que, a comienzos del siglo XX, refiriéndose a la relación entre el amor y el conocimiento, Max Scheler podía destacar la existencia de un ampliamente compartido prejuicio burgués según el cual el amor nos deja ciegos en vez de hacernos videntes, y que por tanto todo genuino conocimiento del mundo únicamente se puede fundar en la más rigurosa represión de los actos emocionales.

El propio Scheler, por otra parte, añadía a esta observación otra constatación no menos importante, capaz de poner en cuestión la aparente obviedad del asunto al que alude. Si repasamos en sus momentos más relevantes y más representativos, la historia del pensamiento occidental se podrá descubrir que la concepción del amor como expresión meramente sentimental o instintiva, como tal diferente y contrapuesta a las facultades humanas más elevadas es en realidad una tesis minoritaria con comparación con una tradición que ha pensado el amor en términos radicalmente distintos.

Mythos y logos

Logos, según Curi, significa la palabra en el sentido de aquello sobre lo cual e ha reflexionado y que puede ser usado para convencer. En cambio, Mito denota la “palabra” en un sentido totalmente objetivo, como equivalente de “historia”, como premisa de lo que ha sucedido o está sucediendo; “la palabra que proporciona noticias objetivas o a la que se atribuye una autoridad especial. Una diferencia radical entre el mythos y el logos es que el primero tiene como vehículo la consciencia simbólica y no el concepto, razón por la cual se transforma en el instrumento perfecto para poder establecer un diálogo intercultural honesto y, si se quiere, efectivo.

La consciencia es mítica, ahora, el entendimiento es lógico. La capacidad de contemplar, entendiendo contemplar en el sentido antiguo, es decir, mirar atentamente lo sagrado, pertenece al universo del mythos, así como la fe. Siempre se ha insistido en marcar distancia entre el mythos y la razón cuando ambas dimensiones son inseparables. La verdad del mythos se guarda en el corazón, así lo entiende San Lucas.

La comunión con el mythos imposibilita la instrumentalización de la razón, abre espacio hacia lo ardiente, lo sensible, la posibilidad cierta de establecer un equilibrio que nos haga vivir con mayor plenitud este plano de la existencia donde nos encontramos. Cuando la llama de la razón ilumina la oscuridad del mito, éste desaparece, pero es la oscuridad la que le permite a la luz resplandecer. En el libro de Proverbios se afirma que la gloria de Dios es tener oculta su palabra, y Dios no se equivoca. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela