Tribuna

¡Gracias por tanto, obispo Toni, buen hermano!

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Cuando me han solicitado unos recuerdos sobre el obispo Toni Vadell i Ferrer, hermano mío en el episcopado, la memoria me ha trasladado a los días previos al momento en el que ambos, en un mismo día, fuimos nombrados obispos auxiliares de Barcelona. Después de ser recibidos cada uno muy reservadamente por el nuncio apostólico, respetando el secreto pontificio que debíamos guardar, nos pusimos en contacto telefónico. La primera palabra que él me dirigió fue esta: “¡Hermano!”.



Todos hemos perdido a un obispo, a un amigo, a un enamorado del Señor, a un apóstol de los jóvenes, a un impactante catequista en estos tiempos complejos para la transmisión de la fe. Pero para los que formamos “la fraternidad episcopal de Barcelona” —el cardenal arzobispo y los obispos auxiliares— hemos perdido sobre todo a un verdadero hermano.

Un hermano que ha vivido el gozo del Señor, incluso con una característica carcajada que echaremos de menos. Ha hecho honor en todo momento a su lema episcopal: “Alegraos siempre en el Señor” (Flp 4,4). Y subrayo este ‘siempre’, porque su alegría en el Señor la ha vivido como nunca, al cien por cien, durante toda la larga agonía que ha durado el gran sufrimiento y dolor causado por el cáncer de páncreas que le detectaron antes del pasado verano. Ha sido un obispo lleno de esperanza comunicándonos desde la cama del hospital, su nuevo altar, la alegría de ser cristiano y de ser discípulos misioneros.

¡El Señor es grande!

Todos le recordaremos por su creatividad en imágenes pedagógicas y didácticas, muy catequéticas, incluso hablando moviendo las manos, para hacer muy cercano a todo el mundo, sobre todo a los jóvenes, que Cristo vive, que no podemos perdernos la vida eterna que Él nos promete. El obispo Toni, que mimaba con sumo cuidado los momentos de su oración personal, dejándose sorprender por el Señor, con mirada de fe, solía decir: “¡Me encanta Barcelona! Está llena de posibilidades pastorales. Existen muchas perlas preciosas escondidas. ¡El Señor es grande!”. Recuerdo las palabras del final de nuestra ordenación episcopal en la Sagrada Familia, el 9 de septiembre de 2017. Él las concluyó diciendo: “Aquí nos tenéis, de dos en dos, dispuestos a servir como pastores a la Iglesia diocesana de Barcelona”. Confieso que ha sido un gran regalo poder compartir todos estos años la misión episcopal en nuestra archidiócesis de Barcelona.

La última semana en el Hospital Clínico solo era permitido verle desde el pasillo. Cuando su hermano Joan, que lo ha acompañado noche y día, me abría la puerta de la habitación, el obispo Toni me saludaba con la mano, sin palabras, e inclinando la cabeza me pedía devotamente la bendición. A petición suya, de su madre Antònia, de su hermano Joan, familia y amigos, me rogaron que junto a Mn. Carles Seguí, párroco de Inca, bendijéramos su sepulcro. Así lo hicimos el martes 15 de febrero, en el santuario de Nuestra Señora de Gracia, patrona de Llucmajor, pueblo natal del obispo Toni. Allí depositamos sus restos mortales, encomendando su alma y cantando: “Bajo tu amparo nos acogemos, oh Santa Madre de Dios”. Confiamos que nos seguirás ayudando, obispo Toni, ahora más que nunca, desde el cielo. ¡Gracias por tanto, buen hermano!