Lo imprevisible, a veces, pasa. Nada hacía imaginar y nadie podría anticipar la sorpresa que se escondía en el aparentemente habitual y “rutinario” videomensaje del papa Francisco –fallecido hoy– emitido el jueves 12 de septiembre de 2019. Volví a verlo hace unos días y llama la atención el perfil bajo, comunicativamente hablando, con el que el Papa traslada la noticia. El escenario y la puesta en escena son los mismos que en los demás videomensajes.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Sin alharacas, ni estridencias visuales, el espectador se sitúa al otro lado de una mesa, presidida por Francisco, como quien entra a conversar con alguien que tiene que comunicarte algo institucional. Progresivamente, su intervención va adquiriendo la gravedad y la trascendencia de quien se siente urgido a despertar a los demás, a provocar una reacción, a hacernos caer en la cuenta de lo que está en juego. El Papa lee el texto, no con la formalidad de un lector neutro. A ratos, levanta la vista del folio y, como improvisando, recupera el tono de una conversación personal para asegurarse de que el mensaje impacta también en primera persona. Su advertencia no es para otros, también te incluye a ti, amigo lector. Como si fuese de los primeros que intuye lo que se viene y fuese el primero en reaccionar.
Como sabemos, el videomensaje escondía, además de una advertencia sobre la gravedad del momento, una convocatoria abierta a quienes, en todos los países del mundo, trabajan en el campo educativo y de la investigación, y a las personalidades públicas que a nivel mundial ocupan cargos de responsabilidad y se preocupan por el futuro de las nuevas generaciones; una invitación para firmar un compromiso común, para construir un pacto educativo global. Se nos convocaba, en aquel momento, para el día 14 de mayo de 2020, en Roma, en el Aula Pablo VI del Vaticano. Y fue el silencio.
Con el paso cambiado
Durante varias semanas, fue la perplejidad. Parecía que la propuesta había cogido con el paso cambiado a todo el mundo. Desde la propia Congregación para la Educación Católica, a las conferencias episcopales, los organismos de la escuela católica: nadie podía concretar qué iba a pasar. ¿Qué pretendía el Papa? Todas las instituciones tenían su hoja de ruta prevista y planificada, y la convocatoria estaba ahí mismo, a nueve meses vista.
El mensaje de la convocatoria, para los que nos dedicamos a la educación, es para conservarlo, releerlo y convertirlo en documento inspirador, ciertamente. Pero ese día, en mi opinión, la repercusión y el alcance del videomensaje iba más allá del contenido del propio mensaje. Voy a permitirme el equívoco de usar un símil para justificar lo que digo. Esta convocatoria de un Pacto Educativo Global (en adelante, PEG) guarda muchas similitudes para la educación católica con las circunstancias en las que se produjo la convocatoria del Concilio Vaticano II en la vida de la Iglesia. Casi por sorpresa, un pontífice de avanzada edad, interpretando los signos de los tiempos, convoca a la comunidad creyente (también específicamente a la educativa, en el caso de Francisco) para iniciar un proceso renovador.
Escucha atenta
No se trataba tanto de fijar un punto de llegada cuanto de iniciar un diálogo abierto y profundo, en escucha atenta, para ser capaz de responder a los desafíos de nuestro tiempo. Es verdad que ambos pontífices saben leer los signos de los tiempos. Tras la decisión de Juan XXIII, estuvo la inteligencia y la valentía personal de acoger y ‘aggiornar’, en el mismo Espíritu que guía a la Iglesia, la renovación que se reclamaba desde la liturgia, el movimiento bíblico y exegético, el ecuménico, el de la teología, etc. En el caso de Francisco, su voluntad es la de ‘aggiornar’ la educación, convertirla en el camino que nos permita desplegar en la sociedad una ecología integral y la fraternidad universal. Este PEG es el primer “concilio ecuménico” de la educación católica, el primer concilio educativo global.
Estábamos acostumbrados a que las reflexiones sobre educación o las alusiones a los profesores fueran una coda final de las reflexiones teológicas o pastorales. Es fácil encontrar discursos en el magisterio o documentos de la Sagrada Congregación en los que descubrir un cuerpo teórico que nutra la reflexión de la escuela católica o de los educadores cristianos, que dé orientaciones generales o que reclame lo que desde la perspectiva católica está en juego, sin duda, pero lo que hizo el papa Francisco es completamente atípico. Pasó de las palabras a los hechos. Consciente de que la educación es la herramienta compartida por las sociedades para construir futuro, quiso estar ahí, no desde la teoría, sino en la práctica concreta, invitándonos a ponernos de acuerdo en lo que queremos hacer con la educación, al servicio de quién queremos ponerla o cómo nos unimos para conseguir que la educación sea el camino que permita construir un futuro a la medida de lo humano.