Tribuna

Esta ola de calor no es “lo de siempre”: un análisis desde la ciencia y la conciencia

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“Calor siempre ha habido”. Esta frase, repetida como un mantra por algunos comunicadores y en redes sociales cada vez que el termómetro se dispara, busca refugio en la memoria de veranos pasados para normalizar una situación que, desde la evidencia científica, es cada vez más extraordinaria. Sin embargo, los datos son contundentes y demuestran que el calor que hemos vivido en esta primera ola del verano de 2025 es, sencillamente, de otra categoría.



Gracias a un análisis de frecuencia de las temperaturas máximas registradas en la Península Ibérica continental, a lo largo de las últimas décadas, podemos situar el calor del pasado domingo 29 de junio, por ejemplo, en su justo contexto (ver Figura). El resultado es inapelable: los valores alcanzados caen en el percentil 100 de la distribución climatológica. En términos sencillos, esto significa que nunca antes, desde que tenemos registros sistemáticos, se había observado un calor tan extendido e intenso en estas fechas.

No es “más de lo mismo”; es un evento sin precedentes en nuestra historia climática. Resultados similares se obtienen para registros de temperatura media diaria, o con los datos de temperatura media y máxima diarias del reanálisis “ERA5” de Copernicus (programa de observación de la Tierra de la Unión Europea), que se extienden hasta la década de 1940.

Récords históricos: la evidencia incontestable de AEMET

Lo que las estadísticas anuncian, la realidad lo confirma. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) ha corroborado que esta ola de calor ha dejado un reguero de récords históricos a su paso. Ciudades de todo el país han visto cómo sus termómetros superaron marcas que llevaban décadas sin ser batidas. A la espera de confirmación de las efemérides climáticas por la AEMET, podemos señalar, entre otras localidades:

  • Córdoba Aeropuerto: 43,2 °C, el 29 de junio.
  • Mérida: 44,5 °C, el 29 de junio, y 43,2 el 30 de junio.
  • Alconchel: 44,0oC, el 29 de junio.
  • Sevilla Aeropuerto: 43,1 °C, 28 de junio y 43,2oC el 30 de junio.
  • El Granado: 46,0 °C, el 28 de junio, la temperatura más alta registrada en este observatorio histórico en un mes de junio y en España.

Esta lista, lejos de ser un mero anecdotario para los amantes de la meteorología, es la prueba fehaciente de que las condiciones atmosféricas están cambiando a un ritmo y con una intensidad que nos saca de nuestra zona de confort climática. El “siempre ha hecho calor” se desmorona ante la evidencia empírica.

Turistas, pareja de mayores caminando al aire libre, calor

Negacionismo climático: una postura insostenible desde la ciencia y la fe

Resulta penoso que, ante la abrumadora evidencia científica sobre el cambio climático y sus consecuencias directas, como la intensificación de las olas de calor, todavía existan voces en los medios de comunicación que se atrevan a ningunear a la ciencia. Reducir estos fenómenos a “ciclos naturales” o “cosas que pasan” no solo es una irresponsabilidad informativa, sino que contribuye a la inacción en un momento crítico.

Para la audiencia católica, esta postura resulta aún más insostenible. La Doctrina Social de la Iglesia, especialmente a través de las enseñanzas del papa Francisco, ha sido muy clara al respecto. En su exhortación apostólica Laudate Deum (LD), continuación de la encíclica Laudato Si’, el Pontífice se dirige con firmeza a quienes dudan o niegan la crisis climática de origen humano. Los puntos 4, 5, 6 y 7 son especialmente elocuentes, como por ejemplo:

“Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos.” (LD, 5)

La exhortación critica directamente la frivolidad con la que se trata el tema, señalando que a menudo se culpa a los pobres o se ridiculizan los datos científicos, mientras “la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial” (LD, 9). Su llamado es a reconocer el “origen humano —antrópico— del cambio climático” (LD, 11), una verdad que ya no admite dudas razonables.

Por tanto, ignorar la gravedad de esta ola de calor no es solo un acto de ceguera ante la ciencia, sino también, para un creyente, un modo de dar la espalda a un magisterio que nos llama a cuidar la “casa común” y a proteger a los más vulnerables, que son siempre los primeros en sufrir las consecuencias de la crisis ecológica.

El calor de estos días pasará, pero el mensaje que nos deja es permanente. Estamos ante fenómenos inéditos que requieren una respuesta contundente, basada en la mejor ciencia disponible y en un profundo sentido de la responsabilidad ética y social. Porque aunque siempre haya habido calor, nunca había sido como ahora. Y mirar hacia otro lado ya no es una opción.