San Francisco de Sales nos ha enseñado que, en el Sagrado Corazón de Cristo, se iluminan todos los misterios de la vida y que esa iluminación deja evidenciada nuestra relación íntima y personal con Él, haciendo a cada hombre experimentar en lo profundo de su ser que es único, amado y considerado en su realidad irrepetible de manera directa y exclusiva. Misterio que, como expresó San Juan Pablo II, con tanta sencillez y a la vez con profundidad y fuerza nos revela a Dios.
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El Corazón de Cristo nos habla del corazón del hombre, de su interioridad espiritual. Por ello, más que un símbolo, es una realidad que nos espera. Nos aguarda para ayudarnos a meditar su riqueza como designio eterno de salvación de Dios que el Espíritu Santo dirige al hombre interior, para que así “Cristo habite por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 16-17).
San Bernardo unido a San Juan Pablo II, nos ayudan a advertir que el misterio del corazón, se abre a través de las heridas del cuerpo; se abre el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de misericordia de nuestro Dios. Volviéndose en un camino que el propio hombre transita para llenarse de afecto y cercanía, no solo con Cristo, sino con los hombres que le rodean, ya que, como señala el Papa Francisco: «Quien entra por la herida de su Corazón es inflamado de afecto».
En la dulzura de sus latidos, cada ser humano puede renovarse, desenraizarse de los valores envejecidos del mundo moderno.
La riqueza del Corazón del Redentor
Enseña San Juan Pablo II que una sola vez el Señor nos ha llamado con sus palabras al propio corazón, poniendo de relieve este único rasgo: mansedumbre y humildad. «Como si quisiera decir que solo por este camino quiere conquistar al hombre; que quiere ser el Rey de los corazones mediante “la mansedumbre y la humildad”».
Ellas, la mansedumbre y la humildad, encubren, en cierto sentido, toda la riqueza de su Corazón revelando así el misterio de su reinado. Manso, humilde, paciente e inmensamente Misericordioso, esa es su riqueza que abre desde su costado para cada hombre. Por ello, es una invitación permanente a releernos a partir de sus latidos de agua viva.
Riqueza abierta a todos los sufrimientos humanos para que encuentren en ella consuelo, pero más que consuelo, fuerza vital para superarlos plenamente. Porque, además, está dispuesto El mismo a aceptar un sufrimiento inconmensurable con metro humano.
Tantos siglos antes lo había dicho Isaías: «Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido». (Is 53,4) Él se ha inmolado por nuestros delitos: y, sin embargo, ¿no decían en el Gólgota: «Si eres hijo de Dios, baja de esa Cruz» (Mt 27,40), nos ayuda a recordar San Juan Pablo II.
Misterio, vida y resurrección nuestra
En su Corazón la vida brota eternamente de la divina fuente del Padre: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios… En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn1,1-4)
Su Corazón latente es la vida que corre, que fluye, vida llena de vida, vida en Sí mismo: «Como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en Si mismo» (Jn 5,26). En Su Corazón la vida divina y la vida humana se unen armónicamente, en plena e inseparable unidad. Por ello, es vida para nosotros, Su Corazón es vida para nuestra vida porque a eso vino: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
El misterio del Corazón de Jesús nos habla de vida y resurrección. Misterio que se hizo fecundo en María Santísima, puesto que, como enseña la Iglesia, «Por el Corazón de Jesús, María Santísima fue asociada de modo singular a la victoria sobre la muerte: el misterio de Su Asunción en cuerpo y alma al cielo es el consolador documento de que la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte se prolonga en los miembros de Su Cuerpo Místico, y, como primero entre todos, en María, miembro excelentísimo de la Iglesia». Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela