Tribuna

El ministerio de la misericordia

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El Año de la Misericordia, Francisco instituyó el ministerio de los Misioneros de la Misericordia, a los que les concede la facultad de perdonar algunos de los pecados reservados a la Sede Apostólica, entre ellos: “La violación directa del sigilo sacramental por parte del confesor”. Con entrañas de pastor, el Papa ha dado oportunidad de misericordia a quienes quizá de manera secreta arrastraban la pena máxima de excomunión por revelar el sigilo sacramental.



La Iglesia aplica la mayor pena no solo al que revela el secreto de confesión, sino a quien utiliza el ministerio sagrado para “absolver al cómplice en pecado contra el Sexto”. En los últimos tiempos, en razón del doloroso descubrimiento de los casos de abusos a menores, incluso por personas consagradas, se ha puesto en cuestión el secreto de confesión, por si es una práctica encubridora de delitos.

Una mujer se confiesa en una iglesia

Francisco, por el motu proprio titulado “Vosotros sois la luz del mundo”, obliga a denunciar los delitos, “excepto en los casos previstos en los cánones 1548 §2 CIC y 1229 §2 CCEO –“los clérigos, en lo que se les haya confiado por razón del ministerio sagrado” (c 1548)–, cada vez que un clérigo o un miembro de un Instituto de vida consagrada tiene la obligación de informar del mismo, sin demora, al Ordinario del lugar donde habrían ocurrido los hechos o a otro Ordinario” (art. 3 §1).

Sensibles a los abusos

La sociedad es cada vez más sensible al maltrato infantil, y de manera especial al abuso sexual contra los menores de edad. La Conferencia Episcopal Española ha resuelto crear “las Oficinas diocesanas para la protección de menores y prevención de abusos”. Y cada vez más se ofrecen herramientas jurídicas, psicológicas, sociales y espirituales para atajar lo que daña tan profundamente a un menor: sufrir abusos de un adulto y, más aún, de un sacerdote.

Sin embargo, el sigilo o secreto de confesión permanece inalterable como expresión del ministerio de la misericordia, que Jesús encomendó a la Iglesia, pues en ningún caso el pecador deja de ser persona necesitada de perdón. En la misma recepción sacramental del que se reconoce pecador, cabe la posibilidad y la obligación en conciencia de invitar al penitente a declarar su delito en instancias eclesiásticas o civiles. Si la sociedad pide honradez, sinceridad y combate contra todo encubrimiento, también le hace falta esta misma actitud en sus expresiones culturales, y en el comportamiento de todas las instituciones.

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