Tribuna

El metaverso en nuestra vida y misión

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En uno de los diálogos iniciales de ‘La verbena de la Paloma’, Don Hilarión y Don Sebastián comentan los avances científicos de la época, concluyendo: “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. La pregunta es, ¿qué dirían hoy si les hablaran del metaverso?



Quizás, una de las primeras cosas que se le pueda pasar a uno por la cabeza es pensar que el metaverso tiene que ver con una nueva modalidad poética, algo así como un verso más allá… No van por ahí los tiros. El concepto apareció por primera vez en la novela ‘Snow Crash’, publicada en 1992 por el escritor cyberpunk Neal Stephenson. A grandes rasgos, el metaverso se describe como un universo digital paralelo, inmersivo, donde habitan simultáneamente personas para comunicarse, jugar y trabajar, en diversos niveles y roles, por medio de avatares (representaciones gráficas asociadas a usuarios concretos para su identificación en medios digitales). Lo más parecido que podemos conocer hasta el momento es el entorno de los videojuegos online con gafas de realidad virtual, las aplicaciones de realidad aumentada, o algunas comunidades virtuales, como ‘Second Life o Lively’. Pero las perspectivas van más lejos.

En cierta manera, el metaverso es un salto que vislumbra una nueva forma de relacionarse en los entornos digitales, donde personas físicas de cualquier lugar del planeta interactúan en espacios cien por cien virtuales, reproduciendo el mundo físico y llegando a integrarlo. Esto abre posibilidades inimaginables en el desarrollo de la comunicación, el trabajo, la educación, la ciencia o el ocio. El lugar y el idioma dejarán de tener importancia (ya se habla de que cada uno podrá hablar en su propio idioma en estos entornos con traducción simultánea), las paredes y muros de las diferencias se harán transparentes generando ecosistemas de integración donde el medio será la realidad virtual y cobrará una importante relevancia la inteligencia artificial.

Visto así es algo fantástico. Fijémonos cómo la tecnología nos ha permitido seguir funcionando durante la etapa de confinamientos motivados por la pandemia. En muchos contextos hemos podido continuar con la actividad diaria en el trabajo, los estudios o la relación con familiares y amigos. Ha sido un gran salto en el manejo de herramientas y nuevas metodologías. Pero todo ello también trae consigo el incremento de las diferencias, el agrandamiento de las brechas entre quienes tienen posibilidades y quienes no las tienen. Todo avance trae consigo estos riesgos, que se convierten en retos para la humanidad, si de verdad queremos avanzar juntos y no generar un mundo de desigualdades aún mayores.

Las incógnitas

Debemos tener en cuenta que el impacto de los avances tecnológicos hoy es mucho mayor que en épocas pasadas debido a que la capacidad de difusión que hoy tenemos es mucho mayor. La revolución que supuso la imprenta fue grandísima, pero el impacto fue mínimo en comparación con cada novedad tecnológica que hoy surge. Pensemos en lo que ha cambiado nuestra vida en pocos años con el uso de los móviles inteligentes, las conexiones a Internet de banda ancha, las redes sociales… Son muchos cambios en muy poco tiempo y con una repercusión a nivel global sin precedentes. Y si cada vez estamos invirtiendo más en tecnología y estamos integrándola más en nuestras vidas, la perspectiva a futuro presenta muchas incógnitas.

Es importante que todo avance tecnológico, con el gran impacto que tiene en nuestras vidas, venga acompañado de una reflexión y toma de decisiones éticas, políticas y sociales. Llevamos años hablando de la gravedad del ciberbullying, de nuevas adicciones a los entornos digitales, de estafas online, de la facilidad como se difunden contenidos falsos… Y el metaverso, sin duda, nos traerá nuevos retos. Sin ir más lejos, recientemente se ha conocido el caso de una investigadora británica de 43 años que accedió al metaverso que ha lanzado Facebook y fue víctima de una violación virtual: “Tres o cuatro avatares masculinos, con voces de hombre, violaron virtualmente a mi avatar y sacaron fotos”, decía. Para muchos podrá parecer algo surrealista e incluso cómico, pero la franja que separa nuestra vida física con nuestra vida digital, cada día es más delgada.

¿Deben suponer estas situaciones un rechazo a la tecnología, a las nuevas propuestas, a las novedades que están por venir? Creo que no. Vivimos en una época apasionante que nos ofrece oportunidades difícilmente soñadas tiempo atrás. Muchas veces ocurre que el objetivo inicial bueno y constructivo con el que se proyecta algo, termina destinándose para otros fines negativos y destructivos. Por ello, hace falta formación de todos, discernimiento, criterios y normas claras, y apuesta por valores que sigan poniendo en el centro a la persona y no otros intereses. La dignidad, la equidad y la privacidad deben ser puntos innegociables, a la vez que todo aquello que nos hace humanos y que nunca podrá ser suplantado por lo artificial.

¿Hay que estar presentes en el metaverso? Yo creo que sí. Es la única forma de seguir haciendo realidad el mandato misionero de Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Los entornos digitales, el metaverso, también son tierra de misión, pues es ahí donde, cada día más, convivimos. Mucho nos falta por ver en los próximos años. Seguramente algunas novedades serán fantásticas y otras no tanto. Así como en otros momentos de la historia el ser humano, las sociedades o la propia Iglesia han integrado las novedades, y han avanzado con ellas, ahora nos toca a nosotros. Son los signos de los tiempos. Porque, más que nunca, “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.