Tribuna

El ciclo que se abre en el año jubilar: la apertura al Espíritu Santo

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“Con Jesús, el Resucitado, ninguna noche es infinita;

y, aún en la oscuridad más densa,

brilla la estrella de la mañana” (papa Francisco).

Reconocer el camino recorrido en este año jubilar es muy importante para volver a puntualizar algunas apreciaciones que nos han permitido volver a Jesús, volver a pasar por el corazón para conectar con las emociones, comprender su origen y poder así transformar nuestra percepción en este ciclo de la puerta que se abre ante nuestra vida y ante nuestros ojos: un ciclo de esperanza en sintonía con el Espíritu en medio de las incertidumbres.



El Espíritu Santo nuestro principal animador

Cuando retomamos algún tema en este año jubilar como la esperanza, vuelven los sueños, vuelve ese palpitar del corazón a hacerse más fuerte esa unción, como una fuerza interna que es el Espíritu Santo, expresado en estas cortas líneas; y volvemos una vez más a lo central: volver a empezar las veces que sean necesarias, volver a levantarnos una y otra vez, como un reencuentro consigo mismo, con Dios y con los demás en el camino de esperanza.

Nada más hermoso que escribir, creo que es una de mis más grandes pasiones que llevo en mi corazón, es una manera de expresar y saborear la verdadera libertad de los hijos de Dios.

La centralidad del año jubilar está en Jesús

La centralidad de Jesús en la vida del cristiano es un pilar fundamental en este año jubilar, año del perdón, de la reconciliación, de volver nuestra mirada a Jesús, es una oportunidad única para reconocer y tener una experiencia personal de encuentro con Jesús. En palabras de San Juan Eudes: “Se trata de que Jesús viva en nosotros, que en nosotros sea santificado y glorificado, que en nosotros establezca el reino de su espíritu, de su amor y de sus demás virtudes” (San Juan Eudes, O.E., Bogotá, pág. 112). Jesús debe ser el objeto único de nuestro espíritu y de nuestro corazón. Todas las cosas debemos verlas y amarlas en él y sólo a él en ellas. Nuestro contento y nuestro paraíso debe ser él” (San Juan Eudes, O.E., Bogotá, pág. 124).

La visión de la vida cristiana como un “continuar y completar la vida de Jesús”, siendo otros tantos Jesús sobre la tierra, dejándonos animar de su propio espíritu, viviendo su misma vida, caminando tras sus huellas, revistiéndonos de sus sentimientos y realizando todas nuestras acciones con sus mismas disposiciones e intenciones (San Juan Eudes, O.E., Bogotá, pág. 131-134).

La realidad se discierne a la luz del Espíritu Santo

Esto requiere un tipo de reflexión y oración conocido como discernimiento de espíritus. «Discernimiento» significa pensar nuestras decisiones y acciones no como un cálculo meramente racional, sino estar atentos al Espíritu, reconociendo en la oración las motivaciones e invitaciones y la voluntad de Dios.

Existe un principio que en estos tiempos es importante recordar: las ideas se discuten, pero la realidad se discierne. Esto es difícil para los impacientes que creen que todos los problemas deben tener una solución técnica, como si se tratara simplemente de dar con la tecla correcta. Muchas personas religiosas también tienen dificultad con el discernimiento, sobre todo aquellos alérgicos a la incertidumbre que buscan reducirlo todo a blanco y negro. Y es casi imposible para los ideólogos fundamentalistas y cualquier persona atrapada en la rigidez.

Pero el discernimiento es vital si queremos crear un futuro mejor… El paso del discernimiento ayuda a preguntar: ¿Qué nos está diciendo el Espíritu? ¿Cuál es la gracia que se nos ofrece y cuáles son los obstáculos y las tentaciones? ¿Qué humaniza y qué deshumaniza? ¿Dónde se esconden las buenas noticias dentro de la sombría realidad, y dónde está el mal espíritu disfrazado de ángel de la luz? Son preguntas para los que buscan y escuchan con humildad, que no solo se aferran a las respuestas, sino que están abiertos a la reflexión y la oración. (Papa Francisco, Soñemos Juntos, El Camino A Un Futuro Mejor, Conversaciones con Austen Ivereigh, Grupo Editorial, S. A. U., Barcelona, P. 56 y 63).

Velas

Caminar en el espíritu

Por eso, retomamos a san Pablo, expresado en un “caminar en el Espíritu”(Pneumati peripateite), “vivir en el Espíritu”(Zwmen Pneumati) y “ser conducidos por el Espíritu” (Peumati agesqe) (cfr Gal. 5, 16.25.18). Y quien camina y vive es la persona toda, íntegramente, con su corporeidad, sus instintos y pasiones, sus deseos, sus sentimientos, su historia personal, su trabajo y su acción diaria. 

Es importante retomar en la práctica esta visión de una verdadera espiritualidad, porque la formación que recibimos un día en nuestras familias, en la tradición de una época marcada de la Iglesia, tal vez nos orientó más a vivir la espiritualidad como la vida propia del alma, con un rechazo velado a todo lo que fuera corporal e incluso lo material.

Pero esto se ha ido superando a lo largo de nuestras mismas espiritualidades, más enfocadas en la integralidad del ser, a través de talleres y enseñanzas en diferentes ambientes de reflexión (en diferentes seminarios, muchas comunidades eclesiales, la misma academia y muchos lugares de pastoral con inserción en realidades muy complejas y experiencias que se han sistematizado en libros como fruto de las nuevas innovaciones de pastoral-que deberíamos profundizar en otro momento-) que han ayudado a abrir el horizonte y la apertura a una espiritualidad más integradora.

Una apertura al Espíritu Santo

Estamos en el tiempo del Espíritu, nunca antes en la Iglesia se había invocado tanto el Espíritu, parafraseando aquel cardenal, el gran desconocido en la Iglesia hasta hoy, ha sido el Espíritu Santo. Los primeros cristianos fueron personas audaces, en completa apertura al Espíritu, son los que trasmiten la fe, los que dan testimonio en Jerusalén, Judea, Samaría y los confines de la tierra.

Incluso, san Pablo recuerda a Timoteo: “reaviva el don de Dios que te fue conferido cuando te impuse las manos. Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación” (2 Tim 1, 6-7 y 1 Tim 4,14). El gran reto es vivir en continua apertura al Espíritu.

Como lo ha presentado el papa Francisco:  “Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos” (Valdés, Luis Fernando y Briseño, Antonio, Francisco, el papa latinomericano, su vida y su mensaje, ed. Minos, 2013, Pág. 170).

Estamos en este año jubilar en sintonía con los principios renovadores de nuestra Iglesia. En palabras del papa Francisco, se resalta la cultura del agradecimiento en el año jubilar: “estoy agradecido por la solidez de la tradición de la Iglesia, fruto de siglos de pastorear la humanidad, y de fides quaerens intellectum, de una fe que busca entender y razonar”. (Papa Francisco, Soñemos juntos, Op. Cit. P. 58).

En fin, ser espiritual es avivar las posibilidades de estar permeado por el mundo de Dios; independiente de la creencia que se tenga en él, la espiritualidad es siempre estar dispuesto a recibir de su esencia la luz, fuerza y bondad con la que puede llenar al ser humano íntegramente.


Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios